– Haciendo tu trabajo -dice Parada-. Un trabajo de mierda, Arturo.
Ve que Art reacciona al «Arturo».
– Bien, eres medio mexicano, ¿verdad? -pregunta Parada.
– Por parte de madre.
– Yo soy medio norteamericano -dice Parada-. Nací en Texas. Mis padres eran mojados, obreros emigrantes. Me trajeron a México cuando todavía era un bebé, lo cual me convierte, técnicamente, en ciudadano estadounidense. En texano, nada menos.
– Sí.
«Engánchalos por los cuernos.»
Una mujer llega corriendo y se pone a hablar con Parada. Está llorando, y habla tan deprisa que a Art le cuesta entenderla. No obstante, capta algunas palabras: padre Juan y federales y tortura…
Parada se vuelve hacia Art.
– Están torturando a la gente en un campamento cercano. ¿Puedes conseguir que paren?
Es probable que no, piensa Art. Es el procedimiento habitual en Cóndor. Los federales los afinan, y cantan para nosotros.
– Padre, no estoy autorizado a interferir en los asuntos internos de…
– No me trates como si fuera idiota -interrumpe el cura. Lo dice en un tono autoritario que obliga a Art Keller a escuchar-. Vámonos.
Se dirige al jeep de Art y se sube. -Mueve el culo.
Art sube y pone el motor en marcha.
Cuando llegan al campamento base, Art ve a Adán sentado en la parte posterior de un helicóptero abierto, con las manos atadas a la espalda. A su lado está tendido un campesino con una espantosa fractura.
El helicóptero está a punto de despegar. Los rotores están girando, arrojan guijarros y polvo a la cara de Art. Salta del jeep, se agacha debajo de los rotores y corre hacia el piloto, Phil Hansen.
– ¿Qué coño pasa, Phil? -grita Art.
Phil le sonríe.
– ¡Dos pájaros!
Art reconoce la expresión: cazas dos pájaros. Uno vuela, el otro canta.
– ¡No! -diceArt. Señala aAdán con el pulgar-. ¡Este tipo es mío!
– ¡Que te den por el culo, Keller!
Sí, que me den por el culo, piensa Art. Mira en la parte posterior del helicóptero, donde Parada ya está atendiendo al campesino de la pierna rota. El cura se vuelve hacia Art con una mirada que es una pregunta y una exigencia al mismo tiempo.
Art sacude la cabeza, saca la 45, la amartilla y la apunta a la cara de Hansen.
– No vas a despegar, Phil.
Art oye que los federales alzan sus rifles y las balas entran en las recámaras.
Los tíos de la DEA salen corriendo de la tienda.
– Keller -grita Taylor-, ¿qué cono crees que estás haciendo?
– ¿Es esto lo que hacemos ahora, Tim? -pregunta Art-. ¿Arrojamos a gente desde los helicópteros?
– No eres nuevo en esto, Keller -replica Taylor-. Has ido en el asiento trasero montones de veces.
No puedo decir nada al respecto, piensa Art, Es verdad.
– Estás acabado, Keller -dice Taylor-. Ahora sí. Te dejaré sin trabajo. Te mandaré a la cárcel.
Parece contento.
Art sigue apuntando la pistola a la cara de Hansen.
– Es un asunto mexicano -dice Navarres-. Manténgase al margen. No está en su país.
– ¡Es mi país! -brama Parada-.Voy a excomulgar su culo tan deprisa…
– Ese lenguaje, padre -dice Navarres.
– Dentro de un momento será todavía peor.
– Estamos intentando localizar a don Pedro Avilés -explica Navarres a Art. Señala a Adán-. Este pedazo de mierda sabe dónde está, y nos lo va a decir.
– ¿Quiere a don Pedro? -pregunta Art. Vuelve a su jeep y desenrolla el poncho. Don Pedro cae al suelo, levantando nubecillas de polvo-.Ya lo tiene.
Taylor contempla el cuerpo cosido a balazos.
– ¿Qué ha pasado?
– Intentamos detenerle a él y a cinco de sus hombres -dice Art-. Se resistieron. Todos han muerto.
– Todos -dice Taylor sin apartar la vista de Art.
– Sí.
– ¿Ningún herido?
– No.
Taylor sonríe satisfecho, pero está cabreado, y Art lo sabe, Art acaba de traer el Gran Trofeo, y Taylor ya no puede hacerle nada. Nada de nada. Ha llegado el momento de la ofrenda de paz. Art hace un gesto con el mentón hacia Adán y el campesino herido.
– Supongo que los dos tenemos que callar algunas cosas, Tim.
– Sí.
Art sube a la parte posterior del helicóptero y empieza a desatar a Adán. -Lo siento.
– No tanto como yo -le dice Adán. Se vuelve hacia Parada-. ¿Cómo está esa pierna, padre Juan?
– ¿Os conocéis? -pregunta Art.
– Yo le bauticé -dice Parada-. Le di la primera comunión.Y este hombre se pondrá bien.
Pero la mirada que dirige a Art y a Adán revela algo diferente.
– ¡Ahora ya puedes despegar, Phil! -grita Art-. ¡Hospital de Culiacán, y ve con cuidado!
El helicóptero despega.
– Arturo -dice Parada.
– ¿Sí?
El sacerdote sonríe.
– Felicidades -dice Parada-. Estás loco.
Art contempla los campos arrasados, las aldeas quemadas, los refugiados que ya están formando una línea en la carretera de tierra.
El paisaje requemado y chamuscado se aleja hasta perderse de vista.
Campos de flores negras.
Sí, piensa Art, estoy loco.
Una hora y media más tarde, Adán yace entre las limpias sábanas blancas del mejor hospital de Culiacán. Han desinfectado y curado la herida que Navarres le hizo en la cara con el cañón de la pistola, le han inyectado antibióticos, pero ha rechazado los sedantes.
Adán quiere sentir el dolor.
Baja de la cama y recorre los pasillos hasta localizar la habitación donde, debido a su insistencia, han llevado a Manuel Sánchez.
El campesino abre los ojos y ve a Adán.
– Mi pierna.
– Sigue en su sitio.
– No les deje…
– No lo haré -dice Adán-. Duerme un poco.
Adán busca al médico.
– ¿Podrá salvarle la pierna?
– Eso creo -dice el médico-, pero será caro.
– ¿Sabe quién soy?
– Sé quién es.
Adán no pasa por alto la expresión desdeñosa y la insinuación aún más desdeñosa: Sé quién es su tío.
– Sálvele la pierna -dice Adán-, y será el jefe de un ala nueva de este hospital. Pierda la pierna, y pasará el resto de su vida practicando abortos en un burdel de Tijuana. Pierda al paciente, y le meterán en una tumba antes que a él. Y no será mi tío el que le meta en ella, seré yo. ¿Me ha comprendido?
El médico ha comprendido.
Y Adán comprende que la vida ha cambiado.
La infancia ha terminado.
Ahora la vida va en serio.
Tío inhala poco a poco un puro habano y mira la anilla de humo flotar en la habitación.
La Operación Cóndor no habría podido salir mejor. Quemados los campos de Sinaloa, envenenada la tierra, dispersos los gomeros y Avilés enterrado, los norteamericanos creen que han destruido el origen del mal, y dejarán en paz a México.
Su satisfacción me concederá tiempo y libertad para crear una organización que, cuando los norteamericanos despierten, no podrán ni tocar.
Una federación.
Alguien llama a la puerta con suavidad.
Un agente de la DFS vestido de negro, con la Uzi colgada al hombro, entra.
– Alguien ha venido a verle, don Miguel. Dice que es su sobrino.
– Déjale entrar.
Adán aparece en el umbral.
Miguel Ángel Barrera ya sabe todo lo que le ha sucedido a su sobrino: la paliza, la tortura, sus amenazas al médico, su visita a la clínica de Parada. De un día para otro, el chico se ha convertido en hombre.
Y el hombre va al grano.
– Sabías lo de la redada -dice Adán.
– De hecho, colaboré en su planificación.
En realidad, los objetivos habían sido elegidos con todo cuidado para eliminar enemigos, rivales y viejos dinosaurios, incapaces de comprender el nuevo mundo. De todos modos, no habrían sobrevivido, y solo habrían significado un estorbo.