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Ahora ya no lo son.

– Fue una atrocidad -dice Adán.

– Era necesario -contesta Tío-. En cualquier caso, iba a suceder, así que lo mejor será aprovecharse. Los negocios son así, Adán.

– Bien… -dice Adán.

Y ahora, piensa Tío, veremos en qué clase de hombre se ha convertido el chico. Espera a que Adán continúe.

– Bien -dice Adán-, quiero entrar en el negocio.

Tío Barrera levanta la cabeza de la mesa.

Han cerrado el restaurante por la noche: fiesta privada. Yo diría que lo es, piensa Adán. El lugar está rodeado de hombres de la DFS armados con Uzis. Todos los invitados han sido cacheados y despojados de sus armas de fuego.

La lista de invitados sería un sueño para los yanquis. Todos los gomeros importantes que Tío seleccionó para sobrevivir a la Operación Cóndor se hallan presentes. Adán se sienta al lado de Raúl y examina los rostros de la mesa.

García Abrego, con cincuenta años, un veterano en el negocio. Cabello plateado y bigote plateado, parece un gato viejo y sabio. De hecho, lo es. Mira a Barrera impasible, y Adán es incapaz de leer sus reacciones.

– Así ha conseguido llegar a los cincuenta en este negocio -le dice Tío a Adán-. Aprende de él.

Sentado al lado de Abrego está el hombre que Adán conoce como el Verde, llamado así debido a las botas verdes de piel de avestruz que lleva siempre. Aparte de esa vanidad, Chalino Guzmán parece un campesino: camisa de algodón y téjanos, sombrero de paja.

Sentado al lado de Guzmán está Güero Méndez.

Incluso en este restaurante urbano, Güero exhibe su indumentaria de vaquero: camisa negra con botones de nácar, téjanos negros ceñidos con una enorme hebilla plateada y turquesa, botas puntiagudas y sombrero de vaquero blanco, incluso por dentro.

Y Güero no puede dejar de hablar sobre el hecho de haber sobrevivido milagrosamente a la emboscada de los federales que acabó con la vida de su jefe, don Pedro.

– San Jesús Malverde me protegió de las balas -estaba diciendo Güero-. Os digo, hermanos, que caminé a través de la lluvia. Durante horas no supe que estaba vivo. Pensé que era un fantasma.

Dale que dale, tocando los huevos con su historia de que vació la pistola sobre los federales, que saltó del coche y corrió («entre las balas, hermanos») hacia los matorrales, desde los cuales escapó. Y cómo regresó a la ciudad, «pensando que cada momento era el último, hermanos».

Adán pasea la mirada sobre el resto de los invitados: Jaime Herrera, Rafael Caro, Chapo Montana, todos los gomeros de Sinaloa, ahora todos en busca y captura, todos a la fuga. Barcos extraviados y empujados por el viento que Tío ha conducido a puerto seguro.

Tío ha convocado esta reunión, y por el simple hecho de hacerlo ha establecido su superioridad. Les ha obligado a sentarse juntos ante enormes envases de gambas frías, bandejas de carne fileteada y cajas de cerveza helada que los hombres de verdad de Sinaloa prefieren al vino.

En la sala de al lado, jóvenes músicos de Sinaloa están calentando para cantar bandas, canciones que ensalzan las hazañas de los traficantes famosos, muchos de los cuales se sientan a la mesa. En una sala privada, situada en la parte de atrás, hay reunidas una docena de putas de lujo que han venido desde el exclusivo burdel de Haley Saxon en San Diego.

– La sangre derramada se ha secado -dice Tío-. Ha llegado el momento de olvidar todas las rencillas, de lavar el sabor amargo de la venganza de nuestra boca. Estas cosas han desaparecido, como el agua del río de ayer.

Toma un sorbo de cerveza, la paladea, y después la escupe.

Hace una pausa para ver si alguien protesta.

Nadie lo hace.

– También ha desaparecido nuestra antigua vida -dice-. Desaparecido entre veneno y llamas. Nuestras antiguas vidas eran como los frágiles sueños que soñamos despiertos, y que se alejan de nosotros como humo en el viento. Quizá nos gustaría recuperar el sueño, seguir durmiendo pacíficamente, pero eso no es vida, sino sueño.

»Los norteamericanos querían dispersar a los hombres de Sinaloa. Quemar nuestras tierras y ahuyentarnos. Pero el fuego que consume también deja sitio para una nueva cosecha. El viento que destruye también envía la simiente a la nueva tierra. Si quieren dispersarnos, así sea. Estupendo. Nos dispersaremos como las semillas de la manzanita, que crece en cualquier suelo. Crece y se esparce. Yo digo que nos esparzamos como los dedos de una sola mano. Yo digo que, si no nos dejan quedarnos en nuestra Sinaloa, nos apoderemos de todo el país.

»Hay tres territorios fundamentales desde los cuales dirigiremos la pista secreta: Sonora, fronteriza con Texas y Arizona; el Golfo, justo enfrente de Texas, Luisiana y Florida; y Baja, vecina de San Diego, Los Angeles y la costa Oeste. Pido a Abrego que se quede el Golfo como plaza, que tenga como mercados Houston, Nueva Orleans, Tampa y Miami. Pido al Verde, don Chalino, que tome la Plaza de Sonora, con base en Juárez, para tener Nuevo México, Arizona y el resto de Texas como mercado.

Adán intenta sin éxito leer sus reacciones: la Plaza del Golfo es rica en potencia, pero plagada de dificultades, pues la jurisdicción norteamericana termina en México y se concentra en la zona este del Caribe. Pero Abrego debería ganar millones (no, miles de millones) si encuentra una fuente para vender el producto.

Mira al Verde, cuyo rostro de campesino es impenetrable. La Plaza de Sonora debería ser lucrativa. El Verde debería ser capaz de introducir toneladas de drogas en Phoenix, El Paso y Dallas, por no hablar de la ruta que va al norte desde esas ciudades hasta Chicago, Mineápolis y, en especial, Detroit.

Pero todo el mundo está esperando el momento crucial, y Adán escruta sus ojos cuando se dan cuenta de que Tío se ha reservado la parte más suculenta del pastel.

Baja.

Tijuana permite el acceso a los enormes mercados de San Diego, Los Angeles, San Francisco, San José.Y a los sistemas de transporte capaces de trasladar el producto hasta los mercados aún más ricos del nordeste de Estados Unidos: Filadelfia, Boston y la joya de la corona: Nueva York.

Por lo tanto, está la Plaza del Golfo y la Plaza de Sonora, pero Baja es la Plaza.

La Plaza.

De modo que nadie se ve emocionado, ni sorprendido, cuando Barrera dice:

– Para mí, propongo… trasladarme a Guadalajara.

Ahora sí que están sorprendidos.

Ninguno más que Adán, incapaz de creer que Tío está cediendo el pedazo de bienes raíces más lucrativo en potencia del mundo occidental. Si la Plaza no va a parar a la familia…

– Pido que Güero Méndez acepte la Plaza de Baja -dice Barrera.

Adán ve que una sonrisa aparece en el rostro de Güero. Entonces lo comprende. Experimenta una visión que le explica el milagro de que Güero sobreviviera a la emboscada que mató a don Pedro. Sabe ahora que la Plaza no es un regalo sorpresa, sino una promesa cumplida.

Pero ¿por qué?, se pregunta Adán. ¿Qué está tramando Tío?

¿Y qué lugar ocupo yo?

Sabe que no debe abrir la boca para preguntar. Tío se lo dirá en privado, cuando esté preparado.

García Abrego se inclina hacia delante y sonríe. Tiene la boca pequeña bajo el bigote blanco. Una boca de gato, piensa Adán.

– Barrera divide el mundo en tres partes -dice Abrego-, y después se queda una cuarta. Me pregunto por qué.

– Abrego, ¿qué se cultiva en Guadalajara? -pregunta Barrera-. ¿En qué frontera se halla Jalisco? En ninguna. Es un sitio donde estar, así de sencillo. Un lugar seguro desde el cual servir a nuestra Federación.