Big Peaches.
Jimmy Piccone.
Fingen haber perdido la memoria.
Pero yo sí me acuerdo de ti, piensa ella.
Mi primer polvo profesional.
Recuerda su brutalidad, su repugnante fealdad, que la utilizó hasta que experimentó la sensación de ser un trapo con el que él se estaba haciendo una paja. Recuerda bien aquella noche.
También recuerda a Callan.
Tardó un tiempo, sobre todo porque todavía estaba muy atontada cuando la trajeron aquí. Pero fue Callan, Ojos Castaños, quien fue disminuyendo la cantidad de pastillas, quien le daba astillas de hielo para que las chupara cuando tenía mucha sed pero aún lo vomitaba todo, quien le acariciaba el pelo cuando se agachaba sobre el váter, quien hablaba de chorradas con ella durante las horribles horas de insomnio, jugaba a las cartas con ella a veces toda la noche, la animaba a comer otra vez, le preparaba una tostada y caldo de pollo, y hacía viajes especiales para comprarle un budín de tapioca solo porque ella había dicho que sonaba bien.
Recordó dónde le había visto antes cuando ya estaba casi desintoxicada, cuando se encontraba mejor.
Mi debut como puta, piensa, mi fiesta de largo para ser presentada en la sociedad de los puteros. Era él a quien quería para mi primera vez, recuerda, porque parecía amable y dulce, y me gustaban sus ojos castaños.
– Me acuerdo de ti -dijo cuando entró en su habitación con su comida, una banana y una tostada de trigo.
Él pareció sorprenderse. -Yo también me acuerdo de ti -contestó con timidez.
– Eso fue hace mucho tiempo.
– Mucho tiempo.
– Ha llovido mucho desde entonces. -Sí.
De modo que, si bien su «confinamiento», tal como había llegado a llamarlo, era aburrido, lo estaba llevando muy bien. Le compraron un televisor, una radio y un walkman, una colección de cedés y un puñado de libros y revistas, y hasta crearon una pequeña zona de gimnasia al aire libre para ella. Callan y Mickey erigieron una valla de madera, aunque no había otra casa en kilómetros a la redonda, y después le compraron una rueda de andar y una bicicleta estática. Así que podía hacer ejercicio, leer y ver la tele, y lo estaba llevando muy bien hasta la noche que se acomodó en la cama y la PBS emitió un programa especial de una hora sobre la Guerra contra las Drogas, y vio imágenes de la matanza de El Sauzal.
Sintió que se quedaba sin aliento cuando el narrador especuló con que toda la familia de Fabián Martínez, el Tiburón, había sido ejecutada en represalia por haberse convertido en informador de la DEA. Toda ella se puso a temblar cuando vio las imágenes de los cuerpos esparcidos por el patio.
Obligó a Callan a que llamara a Keller en aquel momento.
– ¿Por qué no me lo dijiste? -chilló por teléfono.
– Pensé que sería mejor que no lo supieras.
– No tendrías que haberlo hecho -lloró Nora-. No tendrías que haberlo hecho…
A partir de entonces se hundió en picado, postrada en el lecho, en posición fetal, sin querer levantarse, sin querer comer, una depresión total.
Diecinueve vidas, reflexionaba.
Mujeres, niños.
Un bebé.
Por mí.
Sus guardaespaldas estaban aterrorizados. Callan entraba en su habitación y se sentaba al pie de la cama como un perro, sin hablar ni nada, solo sentado, como si pudiera protegerla del dolor que la estaba carcomiendo por dentro.
Pero no podía hacer nada.
Nadie podía.
Ella seguía tumbada en la cama.
Hasta que un día Callan, con semblante muy serio, le tendió el teléfono y era Keller, que se limitó a decir:
– Le tenemos.
John Hobbs y Sal Scachi también reaccionan ante la noticia de la captura de Adán.
– Estaba convencido de que Arthur se limitaría a matarle -dice Hobbs-. Habría sido lo más sencillo.
– Tenemos un problema -dice Scachi.
– Desde luego -dice Hobbs-. Esto se nos está escapando de las manos. Tenemos que poner un poco de orden.
Adán Barrera muerto es una cosa. Adán Barrera vivo y hablando, sobre todo en un tribunal, es otra muy diferente.Y Arthur Keller… Es difícil saber qué pasa por su mente en los últimos tiempos. No, lo más prudente es arreglar el asunto.
John Hobbs se pone al teléfono para hacerlo.
Hace una llamada a Venezuela.
Sal Scachi va a poner orden.
La tetera silba.
Con estrépito.
– ¿Quieres cerrar ese maldito trasto? -grita Peaches-. ¡Tú y tu jodido té!
Mickey aparta la tetera de los fogones.
– Déjale en paz -dice Callan.
– ¿Qué?
– He dicho que no le hables así.
– Eh -dice O-Bop-. Creo que estamos todos un poco tensos.
No me jodas, piensa Peaches. Encerrados en esta cabaña, en las colinas yermas que hay al norte de la frontera durante meses, con la amante de Adán Barrera en la habitación del fondo. Puta de mierda.
– Mickey, siento haberte gritado, ¿vale? -Peaches se vuelve hacia Callan-. ¿Vale?
Callan no contesta.
– Voy a llevarle el té -dice Mickey.
– ¿Quién coño eres? ¿El mayordomo? -pregunta Peaches. No quiere que Mickey le coja cariño a esa mujer. Los tipos que han pasado por la cárcel son así. Se ponen sentimentales, le toman cariño a cualquier ser vivo que no intente matarles o darles por el culo, ratones, pájaros. Peaches ha visto a presidiarios ponerse a llorar porque una cucaracha murió por causas naturales en su celda-. Deja que otro se encargue del servicio de habitaciones. O-Bop, por ejemplo. Tiene pinta de camarero. No, pensándolo mejor, que sea Callan.
Callan sabe en qué está pensando Peaches.
– ¿Por qué no lo llevas tú? -pregunta.
– Te lo he pedido a ti -dice Peaches.
– Se está enfriando -dice Mickey.
– No, no me lo has pedido -dice Callan-. Me lo has ordenado.
– Señor Callan -dice Peaches-, ¿sería tan amable de llevar su té a la joven dama?
Callan levanta la taza de la encimera.
– Dios, la mierda que tengo que tragar -dice Peaches mientras Callan se encamina hacia la habitación de Nora.
– Llama antes de entrar -dice Mickey.
– Es una puta -dice Peaches-. Nadie la ha visto desnuda nunca, ¿eh?
Sale al porche, contempla de nuevo la luz de la luna que brilla sobre las colinas yermas, y se pregunta cómo ha terminado así. Haciendo de canguro de una puta.
Callan sale.
– ¿Cuál es tu problema?
– La puta de Barrera -dice Peaches-. ¿No tendríamos que haberla devuelto ya? Tendría que haberle cortado las manos, y luego habérselas enviado.
– No te ha hecho nada.
– Tú solo quieres follártela -dice Peaches-. Te digo una cosa, nos la podemos ir turnando.
Callan asiente lentamente.
– Escucha, Jimmy: intenta tocarla, y te meteré dos balas entre ceja y ceja. Ahora que lo pienso, tendría que haberlo hecho hace años, la primera vez que vi tu gordo culo.
– Si quieres bailar, irlandés, no es demasiado tarde.
Mickey sale al porche y se interpone entre los dos.
– Dejadlo ya, capullos. Este rollo terminará pronto.
No, piensa Callan.
Se va a terminar ahora.
Conoce a Peaches, sabe cómo es. Si se le mete algo en la cabeza, lo hace, pese a quien pese.Y sabe lo que está pensando Peaches: Barrera mató a alguien a quien yo quería, yo mataré a alguien a quien él quiere.
Callan entra, pasa ante O-Bop, llama a la puerta de Nora y entra.
– Vamonos -dice.
– ¿Adónde vamos? -pregunta Nora.
– Vámonos -repite Callan-. Ponte los zapatos. Nos marchamos.
Ella está desconcertada por su actitud. No la está tratando con dulzura ni timidez. Está enfadado, la está chuleando. Como no le gusta, se calza sin prisas, solo para demostrarle que no va a permitir que la chulee.