Condado de San Diego
1998
Se levantan temprano y continúan huyendo.
– Hay gente que nos estará buscando -le explica Callan.
No me jodas, piensa Nora. Anoche, cuando pararon de correr y se detuvieron, ella exigió saber qué coño estaba pasando.
– Iban a matarte -contestó Callan.
Encontraron un motel barato algo apartado de la autopista y durmieron unas horas.
La despierta a las cuatro y dice que tienen que marcharse. Pero la cama es tan agradable y tibia que Nora se tapa la cara con la manta y descansa unos minutos más. De todos modos, Callan se está duchando. A través de las paredes baratas oye correr el agua.
Me levantaré cuando cierre el agua, piensa.
Lo siguiente que ella nota es que él le sacude el hombro y la despierta de nuevo.
– Tenemos que irnos. Nora se levanta, localiza el jersey y los tejanos que había tirado sobre la única silla de la habitación, y se los pone. -Voy a necesitar ropa nueva. -Ya la compraremos.
La mira sentada en la cama y no puede creer que esté con él. No puede creer lo que ha hecho, ignora cuáles serán las consecuencias, y le da igual. Es tan hermosa, incluso con aspecto cansado y la ropa arrugada y que huele. Pero huele a ella.
Nora termina de anudarse un zapato, alza la vista y le sorprende mirándola.
Siempre hace frío a las cuatro de la mañana. Aunque sea en pleno verano, en mitad de la selva del Amazonas, si te levantas de la cama a las cuatro de la mañana, aún hace frío, La ve temblar y le cede su chaqueta de cuero. -¿Y tú? -pregunta ella. -Estoy bien.
Acepta la chaqueta. Es demasiado grande, pero se envuelve con las mangas y la vieja chaqueta es suave y tibia, y experimenta la sensación de que son sus brazos lo que la están abrazando, como la abrazaron anoche. Los hombres le han regalado collares de diamantes, vestidos de Versace, pieles. Nada de eso la confortó tanto como esta chaqueta. Sube a la parte posterior de la moto y tiene que subirse las mangas para sujetarse. Se dirigen hacia el este por la interestatal 8. Por la carretera circulan sobre todo camiones, y algunas furgonetas llenas de mojados que van a trabajar a las granjas cercanas a Brawley Callan sigue conduciendo hasta que ve una desviación hacia algo llamado Sunrise Highway. Suena bien, piensa, y dobla hacia el norte. La carretera asciende zigzagueando por la empinada pendiente sur de Mount Laguna, deja atrás la pequeña ciudad de Descanso, y después corre a lo largo de la cumbre del risco, con espesos bosques de pinos a la izquierda y, cientos de metros más abajo, a su derecha, un desierto. Y el amanecer es espectacular.
Se detienen en una salida y ven el sol alzarse sobre el suelo del desierto, tiñéndolo de tonos que cambian del rojo al naranja, y después a una panoplia de marrones: tostado, beige, pardo y, por supuesto, arena.Vuelven a montar en la moto y continúan su camino, mientras el bosque da paso al chaparral, y después a largos tramos de tierra herbosa, y después llegan al borde de un lago, cerca del cruce con la autopista 79.
Callan tuerce al sur por la 79 y siguen el borde del lago hasta llegar a un pequeño restaurante que se alza junto al agua.
Callan para delante.
Entran.
El lugar es muy tranquilo: unos cuantos pescadores, un par de hombres con pinta de rancheros, que alzan la vista de sus platos cuando Callan y Nora entran. Eligen una mesa junto a la ventana, con vistas al pequeño lago. Callan pide dos huevos fritos, beicon y puré de patatas. Nora pide té y tostadas.
– Toma comida de verdad -dice Callan.
– No tengo hambre.
– Como quieras.
Nora no toca ni el té ni la tostada. Cuando Calían ha devorado los huevos, salen a dar un paseo por la orilla del lago.
– ¿Qué estamos haciendo? -pregunta Nora.
– Dar un paseo junto a un lago.
– Hablo en serio.
– Yo también.
Hay pinos al otro lado del lago. Sus agujas brillan en la brisa, que levanta pequeñas cabrillas en el agua.
– Me buscarán -dice Nora.
– ¿Quieres que te encuentren? -pregunta Callan.
– No -contesta ella-. Durante un tiempo, al menos.
– A mí me gustaría vivir durante un tiempo -dice Callan-. No sé cómo acabará esto, pero quiero vivir durante un tiempo. ¿Estás de acuerdo?
– Sí -contesta ella-. Sí, estoy muy de acuerdo.
No obstante, Callan quiere tomar algunas precauciones.
– Tendremos que deshacernos de la moto -explica-. La buscaran, y canta demasiado.
Encuentran un vehículo nuevo en la 79, unos kilómetros al sur. Hay una vieja granja en una hondonada, al este de la autopista. Uno de esos clásicos patios delanteros de un blanco sucio, con coches viejos y piezas viejas diseminados ante un viejo establo, y unas chozas destartaladas que debían de ser gallineros. Callan gira por la carretera de tierra y frena la moto ante el establo, dentro del cual hay un tipo con la inevitable gorra de béisbol trabajando en un Mustang del 68. Es alto, flaco, de unos cincuenta años, aunque cuesta saberlo por culpa de la gorra.
Callan mira el Mustang.
– ¿Cuánto pide por él?
– Nada -dice el tipo-. No está en venta.
– ¿Vende alguno?
El tipo señala un Grand Am del 85 aparcado fuera.
– La puerta del lado del pasajero no se abre desde dentro. Hay que abrirla desde fuera.
Se acercan al coche.
– Pero ¿el motor funciona? -pregunta Callan.
– Oh, sí, el motor funciona muy bien.
Callan sube y gira la llave.
El motor resucita como Blancanieves después del beso.
– ¿Cuánto? -pregunta Callan.
– No sé. ¿Mil cien?
– ¿Permiso de circulación?
– Permiso de circulación, certificado de matriculación, matrícula. Todo eso.
Callan vuelve a la moto, saca veinte billetes de cien dólares de la silla y se los da al tipo.
– Mil por el coche. El resto por olvidar que nos ha visto.
El tipo acepta el dinero.
– Oiga, cada vez que no quiera que le vea venga a verme.
Callan da las llaves a Nora.
– Sígueme.
Le sigue hacia el norte por la 79 hasta Julian, donde giran al este por la 78, siguiendo el largo descenso hacia el desierto cruzan un tramo largo y liso, hasta que al fin Callan se desvía por una carretera de tierra y para a un kilómetro del final de la carretera en la boca de un cañón.
– Esto bastará -dice Callan cuando ella baja del coche en referencia a que el fuego no se propagará por la arena, y que no habrá nadie en los alrededores que vea el humo. Extrae un poco de gasolina del depósito extra y lo vierte sobre la Harley.
– ¿Quieres despedirte? -pregunta a Nora.
– Adiós.
Tira la cerilla.
Contemplan la moto mientras arde.
– Un funeral vikingo -dice Nora.
– Solo que nosotros no somos los protagonistas. -Callan vuelve hacia el Grand Am, sube al asiento del conductor y le abre la puerta-. ¿Adónde quieres ir?
– A algún sitio bonito y tranquilo.
Callan piensa. Si alguien descubre el esqueleto de la moto y lo relaciona con nosotros, pensará que nos hemos dirigido hacia el este, atravesando el desierto, para coger un avión desde Tucson o Phoenix, o quizá Las Vegas. Así que, cuando regresan a la autopista, retrocede hacia el oeste.
– ¿Adónde vamos? -pregunta Nora. En realidad, le da igual. Es pura curiosidad.
Lo cual está muy bien, porque él contesta:
– No lo sé.
Solo piensa en conducir. Disfrutar del paisaje, disfrutar el hecho de estar con ella. Suben por la misma carretera que descendieron, se adentran en las montañas, hasta la pequeña ciudad de Julian.
La atraviesan (no quieren estar con gente), y después la carretera vuelve a bajar de nuevo, pues el terreno desciende hacia la llanura costera del oeste, y la tierra da paso a amplios campos, manzanares y ranchos de caballos, y bajan por una larga colina desde la que pueden ver un hermoso valle.