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En mitad del valle hay un cruce. Una autopista va al norte y la otra al oeste. Hay algunos edificios esparcidos alrededor del cruce, una oficina de correos, un mercado, un restaurante, una panadería, una (improbable) galería de arte en el lado norte, unos grandes almacenes antiguos y algunas casas blancas en el lado sur, y aparte de eso no hay nada en ningún lado. Tan solo la carretera que atraviesa la amplia pradera, en la que pace el ganado.

– Esto es bonito -dice Nora.

Callan para en el camino de entrada de grava que hay junto a las cabañas. Entra en los grandes almacenes, que ahora venden libros y útiles de jardinería, y sale unos minutos después con una llave.

– Tenemos una durante un mes -dice-. A menos que la odies. En ese caso, recuperaremos el dinero y nos iremos a otro sitio.

Tiene un pequeño salón, con un sofá antiguo, un par de sillas y una mesa, y una pequeña cocina con unos fogones de gas, una nevera antigua y un fregadero con armaritos blancos encima. Una única puerta conduce al diminuto dormitorio, que cuenta con un cuarto de baño todavía más diminuto (ducha, baño no) al fondo.

No vamos a perdernos en este lugar, piensa ella.

Él se ha detenido vacilante en la puerta de la calle.

– A mí ya me va bien -dice Nora-. ¿Y a ti?

– Está bien. -Deja que la puerta se cierre tras de sí-. A propósito, somos los Kelly. Yo soy Tom, y tú Jean.

– ¿Soy Jean Kelly?

– No se me ocurrió.

Después de ducharse y vestirse, recorren en coche los seis kilómetros que dista Julian para comprar ropa. La única calle principal está flanqueada sobre todo de pequeños restaurantes que venden pastel de manzana, especialidad de la zona, pero hay algunas dendas de ropa, donde Nora compra un par de vestidos informales y un jersey. No obstante, compran casi toda la ropa en la ferretería, que vende camisas vaqueras, tejanos, calcetines y ropa interior.

Nora descubre en la misma calle una librería que vende libros de segunda mano, y compra Ana Karenina, Middlemarch, The Eustace Diamonds y un par de novelas románticas de Nora Roberts: placeres culpables.

Vuelven al mercado que hay enfrente de su cabana, al otro lado de la autopista, y compran comestibles: pan, leche, café, té, Raisin Bran (los favoritos de él), Grape-Nuts (los de ella), beicon, huevos, pan de masa fermentada, un par de filetes, un poco de pollo, patatas, arroz, espárragos, judías verdes, tomates, pomelo, arroz integral, un pastel de manzana, vino tinto y cervezas; artículos diversos, como toallas de papel, lavaplatos, papel higiénico, desodorante, pasta de dientes y cepillos, jabón, champú, una navaja y hojas, crema de afeitar, un kit de teñir el pelo y unas tijeras.

Han acordado tomar algunas precauciones. Ni huir, ni cometer imprudencias innecesarias. Por lo tanto, la Harley tenía que desaparecer, y también el pelo largo hasta los hombros de Nora, porque si bien el aspecto de Callan es de lo más normal, el de ella no, y lo primero que sus perseguidores preguntarán a la gente es si se han fijado en una rubia de una belleza extraordinaria.

– Ya no soy bella -dice Nora.

– Sí lo eres.

Cuando vuelven a la casa, se corta el pelo.

Corto.

Se mira en el espejo cuando ha terminado.

– Juana de Arco.

– Me gusta.

– Mentiroso.

Pero cuando se vuelve a mirar en el espejo, también le gusta. Todavía más después de teñirlo de rojo. Bien, piensa, será más fácil cuidarlo. Aquí estoy, con el pelo muy corto y rojo, una camisa vaquera y tejanos. ¿Quién lo habría pensado?

– Tu turno -dice ella, al tiempo que mueve las tijeras.

– Sal de aquí.

– De todos modos, hay que cortarlo -insiste Nora-.Tienes pinta de años setenta.Venga, deja que te lo recorte.

– No.

– Gallina.

– Ese soy yo.

– Hay tíos que han pagado mucho dinero por dejarme hacer esto.

– ¿Cortarles el pelo? Estás de broma.

– Hay un mundo muy grande ahí fuera, Tommy.

– Te tiemblan las manos.

– Entonces, será mejor que te estés quieto.

Al final, se lo deja cortar. Se sienta inmóvil en la silla, contemplando la imagen de los dos, ella detrás de él, mientras mechones de pelo castaño van cayendo, primero sobre sus hombros y después al suelo. Nora termina y se miran en el espejo.

– No nos reconozco -dice ella-. ¿Y tú?

No, piensa Callan. No.

Aquella noche, Nora prepara caldo de pollo para ella y filete y patatas para él, después se sientan a la mesa y comen, ven la televisión, y cuando sale la noticia de que un laboratorio de meta ha estallado y se han encontrado unos cadáveres, Callan no le dice nada, porque está claro que no lo sabe.

Intenta sentir pena por Peaches y O-Bop, pero no puede. Esos dos se llevaron a demasiada gente al otro mundo, tú ya tenías que saber que iban a terminar así.

Como terminaré yo.

No obstante, le sabe mal por Mickey.

Pero la noticia también significa que Scachi les está siguiendo la pista.

Nora pasa una mala noche (no puede dormir, y no quiere ver lo que hay dentro de sus ojos). Él lo entiende. Guarda muchas imágenes iguales. Solo que yo me he endurecido más, piensa.

Así que se acuesta a su lado, la abraza y le cuenta cuentos irlandeses que recuerda de cuando era niño. Bien, los recuerda más o menos, y lo que no lo inventa, lo cual no es demasiado difícil, porque sólo tienes que hablar de hadas, duendes y chorradas por el estilo.

Cuentos de hadas y fábulas.

Ella se duerme al fin a las cuatro de la mañana, y él también, con la mano sujetando la 22 debajo de la almohada.

Nora despierta hambrienta.

No me extraña, piensa Callan, cruzan la autopista para ir al restaurante y Nora pide una tortilla de queso con guarnición de salchichas, y una tostada de pan de centeno con toneladas de mantequilla.

– ¿Quiere queso norteamericano, cheddar o Jack? -pregunta la camarera.

– Sí.

Come como una condenada.

La mujer engulle la tortilla como si fuera su última cena, como si la estuvieran esperando fuera para darle el pasaporte. Callan reprime una sonrisa cuando la ve esgrimir el tenedor como si fuera un arma (esas salchichas no recibirán cuartel), y no le habla de la pequeña mancha de mantequilla que tiene en la comisura de la boca.

– ¿No te ha gustado? -le pregunta él.

– Ha sido fantástico.

– Pide otra.

– ¡No!

– ¿Un bollo de canela?

– Vale.

– Los han hecho esta mañana -dice la camarera cuando deja sobre la mesa la enorme pasta y dos tenedores.

Nora sale y vuelve con el San Diego Union-Tribune, y mira los anuncios por palabras.

«Kim, de su hermana. Emergencia familiar. Buscándote por todas partes. Contacto Urgente.» Con un número de teléfono. Típico de Keller, piensa, cubriendo todas las bases por si acaso, solo por si acaso. Soy una persona independiente en fuga por voluntad propia. De modo que Arthur quiere que vuelva.

No voy a volver, Arthur. Todavía no.

Si me quieres, tendrás que encontrarme.

Lo está intentando.

Las tropas de Art están desplegadas. En aeropuertos, estaciones de tren, estaciones de autobús, puertos de embarque. Investigan listas de pasajeros, reservas, controles de pasaportes. Los chicos de Hobbs comprueban registros de inmigración de Francia, Inglaterra y Brasil. Saben que se trata de una empresa descabellada, pero al final de la semana están seguros de una cosa: Nora Hayden no ha abandonado el país, al menos con su pasaporte. Tampoco ha utilizado ninguna tarjeta de crédito ni su teléfono móvil, no ha intentado conseguir un trabajo, no la han detenido por una multa de tráfico ni han tomado nota de su número de la Seguridad Social para alquilar un apartamento.

Art presiona a Haley Saxon, la ha amenazado con todo, desde violar la Ley Mann hasta ser cómplice de un asesinato, pasando por estar al frente de una casa de lenocinio. De modo que la cree cuando dice que no sabe nada de Nora y que le llamará en cuanto sepa algo.