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Ni sus puestos de escucha en la frontera ni los de Hobbs han recogido datos. Ni ella ha hablado, ni nadie ha hablado de ella.

Art se lleva a un especialista en reconstruir accidentes para que mida la profundidad de las huellas de la moto de Callan, y el tipo hace magia con la tierra y dice a Art que iban dos personas en esa moto, y confia en que el pasajero se sujetara con fuerza, porque iba muy deprisa.

Callan no puede haberla llevado muy lejos, razona Art. No habría podido retenerla contra su voluntad en un avión, un tren o un autobús, y hay muchos lugares en los que un prisionero podría huir de la moto, gasolineras, semáforos en rojo, un cruce.

En consecuencia, Art restringe la búsqueda a un radio de un depósito de gasolina desde el cruce de la carretera de tierra con la I-8. Busca una Harley-Davidson Electra Glide.

Y la encuentra.

Un helicóptero de la Patrulla de Fronteras que vuela sobre Anza-Borrego en busca de mojados divisa los restos carbonizados y aterriza para investigar. El informe llega a Art enseguida. Sus chicos están controlando todo el tráfico de radio, así que al cabo de dos horas tiene a un tipo allí en compañía de un vendedor de Harley que tiene pendiente un juicio por posesión de meta. El tipo contempla los restos carbonizados de la moto y confirma casi llorando que es el mismo modelo que andan buscando.

– ¿Cómo es posible que hagan algo así? -protesta.

No tienes que ser Sherlock Holmes (mierda, ni siquiera ser Larry Holmes) para ver que un coche siguió a la moto hasta aquí, que alguien bajó del coche, todos se fueron en el coche de nuevo y regresaron a la autopista.

El experto en reconstrucción de accidentes ataca de nuevo. Mide la profundidad de las marcas de neumáticos y el ancho entre los neumáticos, toma un molde de las marcas de neumáticos, juega un poco con la tierra y comunica a Arthur que tiene que buscar un descapotable pequeño de dos puertas, transmisión automática y neumáticos Firestone antiguos.

– Otra cosa -le dice el tipo de la Patrulla de Fronteras-. La puerta del pasajero no funciona.

– ¿Cómo coño lo sabe? -pregunta Art. Los agentes de la Patrulla de Fronteras son expertos en leer huellas. Sobre todo en el desierto.

– Las pisadas que hay ante la puerta del pasajero -le dice el agente-. Ella retrocedió para dejar que la puerta se abriera.

– ¿Cómo sabe que era una mujer? -pregunta el experto de Art.

– Esas marcas son de zapatos de mujer -explica el agente-. La misma mujer conducía el coche. Salió por el lado del conductor, se acercó al tipo, paró y miró. ¿Ve que el talón se clava más donde esperó unos minutos? Después dio la vuelta para ir al lado del pasajero, el hombre dio la vuelta para ir al lado del conductor y la dejó entrar.

– ¿Puede decirme qué tipo de zapatos calzaba la mujer?

– ¿Yo? No -dice el agente-. Pero apuesto a que ustedes tienen a alguien que sí.

En efecto, y el tipo aparece en un helicóptero al cabo de media hora. Toma un molde del zapato y se lo lleva al laboratorio. Cuatro horas después llama a Art con los resultados.

Es ella.

Está con Callan.

Al parecer, por voluntad propia.

Lo cual siembra dudas en la mente de Art. ¿A qué nos estamos enfrentando?, ¿a un caso agudo de síndrome de Estocolmo, o a otra cosa?, se pregunta.Y si bien la buena noticia es que está viva, al menos hasta hace un par de días, la mala noticia es que Callan ha infringido las normas. Iba en un coche en dirección este con una «prisionera», que al menos parece colaborar, de modo que podría estar en cualquier parte.

Y Nora con él.

– Deja que me ocupe yo a partir de ahora -dice Sal Scachi a Art-. Conozco a ese tipo. Si le encuentro, negociaré con él.

– ¿El tipo mató a tres de sus viejos camaradas y raptó a una mujer, y aún quieres negociar con él? -le pregunta Art.

– Todo irá bien -dice Scachi.

Art accede a regañadientes. Es lógico. Scachi conoce de antes a Callan, y Art no puede insistir mucho más en su empeño sin llamar la atención.Y necesita que Nora vuelva.Todos lo necesitan. No pueden llegar a un acuerdo con Adán Barrera sin ella.

Sus días se han transformado en una plácida rutina.

Nora y Callan se levantan pronto y desayunan, a veces en casa, a veces en el restaurante del otro lado de la autopista. Él sigue por lo general la vía del colesterol a tope, y ella suele tomar una tostada de harina de avena sin adornos porque el local no sirve fruta para desayunar, salvo en el brunch de los domingos. No hablan mucho durante el desayuno. Ninguno de los dos es muy hablador a primera hora de la mañana. En lugar de conversar, intercambian secciones del periódico.

Después de desayunar suelen ir a dar un paseo en coche. Saben que no es muy inteligente por su parte (lo más inteligente sería dejar aparcado ese coche detrás de la casa), pero aún siguen en plan fatalista y les gusta ir a pasear. Callan ha descubierto un lago a diez kilómetros al norte por la autopista 79, un bonito paseo a través de praderas erizadas de robles y colinas ondulantes, grandes ranchos en el lado oeste de la carretera, la reserva de Kumeyaay al otro. Después las colinas dan paso a una llanura ancha y lisa de tierra de pastoreo, con colinas al sur (el observatorio de Monte Palomar descansa como una gigantesca pelota de golf sobre la cumbre más alta) y un gran lago en medio.

No es un lago de primera división (tan solo un amplio óvalo de agua en mitad de una llanura más grande), pero es un lago al fin y al cabo, y pueden pasear alrededor de su extremo sur, cosa que a ella le gusta. Por lo general, encuentran un numeroso rebaño de ganado Holstein blanco y negro pastando en el lado este del lago, y les gusta mirarlo.

A veces llegan hasta el lago y dan la vuelta andando. Otras, se adentran en el desierto, dejan atrás Ranchita y llegan a Culp Valley, donde hay dispersos enormes pedruscos redondos, como si un gigante hubiera abandonado su juego de canicas y no hubiera vuelto a buscarlas. En otras ocasiones suben hasta Inaja Peak, donde aparcan y suben por el breve sendero hasta el mirador, desde el que se pueden ver todas las cordilleras y, al sur, México.

Después vuelven a casa y preparan la comida (él toma pavo o bocadillo de jamón, ella algo de fruta que ha comprado en el mercado), tras la cual echan una larga siesta. Nora no se había dado cuenta hasta ahora de lo cansada que estaba, de su agotamiento extremo, y de que debía de necesitar mucho dormir, porque da la impresión de que su cuerpo lo anhela, y se queda dormida con facilidad nada más apoyar la cabeza sobre la almohada.

Después de la siesta pasan el tiempo en el salón o, si hace calor, en el pequeño porche. Ella lee libros, él escucha la radio y mira las revistas. Al atardecer van al mercado a comprar la cena. A ella le gusta comprar la comida a diario, porque eso le recuerda París, y siempre pregunta al tipo de la parada qué corte de carne le recomienda ese día.

– El noventa por ciento de la cocina consiste en una buena compra -dice a Callan.

– Vale.

Callan cree que a ella le gusta comprar y cocinar más que comer, porque dedica veinte minutos a elegir el mejor corte de filete, y luego apenas come un par de pedazos. O tres, si es pollo o pescado. Y es muy exigente con la verdura, que ingiere en cantidades masivas.Y aunque compra patatas para él («Sé que eres irlandés»), ella se prepara arroz integral.

Preparan la cena juntos. Se ha convertido en un ritual que Callan disfruta, los dos embutidos en la diminuta cocina, troceando verduras, pelando patatas, calentando aceite, salteando la carne o hirviendo la pasta y hablando. Hablan de chorradas, de películas, de Nueva York, de deportes. Ella le habla un poco de su niñez, él le cuenta algo de la suya, pero aparcan lo más desagradable. Nora le habla de París, de la comida, los mercados, los cafés, el río, la luz.

No hablan del futuro.