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Es la primera vez que le da nombre, piensa Adán. La Federación. Con él a la cabeza. Sin discusiones.

– Si aceptáis este acuerdo -continúa Barrera-, compartiré lo que es mío. Mis amigos serán vuestros amigos; mi protección, vuestra protección.

– ¿Cuánto pagaremos por esta protección? -pregunta Abrego.

– Una suma modesta -dice Barrera-. La protección es cara.

– ¿Cuánto?

– El quince por ciento.

– Barrera -dice Abrego-, divides el país en plazas. Estupendo. Abrego aceptará el Golfo. Pero has olvidado algo: al cortar la fruta, no cortas nada. No queda nada. Nuestros campos están quemados y envenenados. Nuestras montañas están invadidas de policías y yanquis.Y nos das mercados… No tenemos opio que vender en estos nuevos mercados nuestros.

– Olvídate del opio -dice Barrera.

– Y la yerba… -empieza Güero.

– Olvídate también de la marihuana -dice Barrera-. Peccata minuta.

Abrego extiende los brazos.

– Bien, Miguel Ángel, el Ángel Negro, nos dices que olvidemos la amapola y la yerba. ¿Qué quieres que cultivemos?

– Deja de pensar como un agricultor.

– Soy un agricultor.

– Tenemos una frontera de tres mil kilómetros con Estados Unidos por tierra -dice Barrera-. Otros mil quinientos kilómetros por mar. Es la única cosecha que necesitamos.

– ¿De qué estás hablando? -pregunta Abrego con brusquedad.

– ¿Te unirás a la Federación?

– Claro que sí -dice Abrego-. Acepto esta Federación de Nada. ¿Qué alternativa me queda?

Ninguna, piensa Adán. Tío es el dueño de la policía estatal de Jalisco y está conchabado con la DFS. Ha orquestado de la noche a la mañana una revolución mediante la Operación Cóndor, y ha terminado al mando. Pero, y Abrego está en lo cierto, ¿al mando de qué?

– ¿Y el Verde? -pregunta Barrera.

– Sí.

– ¿Méndez? -Sí, don Miguel.

– Entonces, hermanos -dice Barrera-, permitidme que os enseñe el futuro.

Se trasladan a una sala fuertemente custodiada del hotel que pertenece a Barrera.

Ramón Mette Banasteros les está esperando.

Mette es un hondureño, por lo que sabe Adán, que se mantiene en contacto con los colombianos de Medellín, y los colombianos apenas hacen negocios por mediación de México. Adán ve que disuelve cocaína en polvo en un vaso de precipitados que contiene una mezcla de agua y bicarbonato.

Ve que Mette coloca el vaso sobre un quemador y enciende la llama al máximo.

– Es cocaína -dice Abrego-. ¿Y qué?

– Mira -dice Barrera.

Adán ve que la solución empieza a hervir y oye que la cocaína emite un extraño chasquido. Después, el polvo empieza a convertirse en una masa sólida. Mette la saca con cuidado y la pone a secar. Se forma una bola que parece una piedra pequeña.

– Caballeros, les presento el futuro -dice Barrera.

Art se para ante san Jesús Malverde.

– Te hice una manda -dice Art-. Tú cumpliste tu parte del trato. Yo cumpliré la mía.

Deja el altar y coge un taxi hasta la periferia de la ciudad.

La ciudad de chabolas ya se está levantando.

Los refugiados de Badiraguato están convirtiendo cajas de cartón, cajas de embalar y mantas en sus nuevos hogares. Los afortunados y madrugadores han encontrado hojas de hojalata onduladas. Art ve incluso un antiguo cartel cinematográfico (Valor de ley) reconvertido en tejado. Un John Wayne descolorido contempla a un grupo de familias que construyen paredes con sábanas viejas, pedazos de contrachapado, bloques de ceniza rotos.

Parada ha encontrado algunas tiendas antiguas (se pregunta Art, ¿habrá atemorizado al ejército?) y ha montado un comedor de beneficencia y una clínica improvisada. Unas tablas apoyadas sobre caballetes sirven de mesa. Un depósito de propano alimenta una llama que calienta una delgada hoja de hojalata, sobre la que un cura y algunas monjas están calentando sopa. A pocos metros de distancia, algunas mujeres están preparando tortillas sobre una parrilla dispuesta sobre un fuego.

Art entra en una tienda donde unas enfermeras están lavando niños, restregando sus brazos en preparación para la inyección del tétanos que el doctor está administrando para pequeños cortes y heridas. Art oye chillidos de niños en otra parte de la tienda. Se acerca y ve a Parada acunando a una niña con quemaduras en los brazos. La niña tiene los ojos abiertos de par en par, debido al dolor y al miedo.

– El suelo más rico en opio del mundo occidental -dice Parada-, y no tenemos nada para calmar el dolor de un niño.

– Me cambiaría por ella si pudiera -dice Art.

Parada le estudia durante un largo momento.

– Te creo. Es una pena que no puedas. -Besa la mejilla de la niña-.Jesús te ama.

Una niña presa del dolor, piensa Parada, y eso es lo único que puedo decirle. Hay heridas peores. Tenemos hombres tan golpeados que los médicos han tenido que amputar brazos y piernas. Todo porque los norteamericanos son incapaces de controlar su apetito de drogas. Vienen a quemar amapolas, y acaban quemando niños. Voy a decirte una cosa, Jesús, necesitaríamos que nos echaras una mano en persona ahora mismo.

Art le sigue a través de la tienda.

– «Jesús te ama» -masculla Parada-. Noches como esta consiguen que me pregunte si es una chorrada. ¿Qué te trae por aquí? ¿La culpabilidad?

– Algo por el estilo.

Art saca dinero del bolsillo y se lo ofrece a Parada. Es la paga del último mes.

– Servirá para comprar medicinas -dice Art.

– Dios te bendiga.

– No creo en Dios -replica Art.

– Da igual -dice Parada-. El cree en ti.

En ese caso, Él es un imbécil, piensa Art.

2

IRLANDESES SALVAJES

Where e'er we go, we celebrate

The land that makes us refugees,

From fear of priests with empty plates

From guilt and weeping effigies.

Shane MacGowan, «Thousand Are Sailing»

La Cocina del infierno

Nueva York

1977

Callan crece mecido por fábulas sangrientas.

Cuchulain, Edward Fitzgerald, Wolfe Tone, Roddy McCorley, Pádraic Pearse, James Connelly, Sean South, Sean Barry, John Kennedy, Bobby Kennedy, Domingo Sangriento, Jesucristo.

El rico mejunje rojo de nacionalismo irlandés y catolicismo, o de nacionalismo católico irlandés, o de catolicismo nacionalista irlandés. Da igual. Las paredes del pequeño apartamento sin ascensor del West Side y las paredes de la escuela primaria de Saint Bridget están decoradas, si esa es la palabra, con espantosas imágenes de mártires: McCorley colgando del puente de Toome; Connelly atado a su silla, de cara al pelotón de fusilamiento inglés; san Timoteo asaeteado de flechas; el pobre y desesperado Wolfe Tone cortándose el cuello con una navaja, pero la caga y se cercena la tráquea en lugar de la yugular, aunque de todos modos consiguió morir antes de que le colgaran; el pobre John y el pobre Bobby mirando desde el cielo; Cristo crucificado.

Por supuesto, en el propio Saint Bridget existen las doce estaciones del Calvario. Cristo azotado, la corona de espinas, Cristo recorriendo dando tumbos las calles de Jerusalén con la cruz a la espalda. Los clavos atraviesan sus manos y sus pies benditos (un Callan muy joven le pregunta a la hermana si Cristo era irlandés, y ella suspira y le dice: No, pero como si lo fuera).

Tiene diecisiete años y se está trincando una cerveza detrás de otra en el pub Liffey de la Cuarenta y siete con la Doce, en compañía de su amigo O-Bop.