– Bobby, necesitamos alguna arma -dice O-Bop.
– Fantástico -dice Beth. Se deja caer en el sofá al lado de Callan-. ¿Para qué cono habéis venido aquí?
– No sabíamos adonde ir.
– Qué gran honor. -Se emborracha un par de veces, echa un polvo con él, y ya se cree que puede venir aquí cuando se mete en líos-. Bobby, prepárales una tostada o algo por el estilo.
– Gracias -dice Callan.
– No vais a quedaros aquí.
– Bien, Bobby -dice O-Bop-, ¿puedes encontrarnos algo?
– Si lo descubren, estoy jodido.
– Podrías acudir a Burke, decirle que es para ti -sugiere O-Bop.
– ¿Qué estáis haciendo todavía en el barrio? -pregunta Beth-. Ya deberíais estar en Buffalo.
– ¿Buffalo? -pregunta O-Bop sonriente-. ¿Qué hay en Buffalo?
Beth se encoge de hombros.
– Las cataratas del Niágara. Yo qué sé.
Beben café y comen tostadas.
– Iré a ver a Burke -dice Bobby.
– Sí, es justo lo que necesitas -dice Beth-, enemistarte con Matty Sheehan.
– Que le den por el culo a Sheehan -dice Bobby.
– Sí, ve a decírselo -dice Beth. Se vuelve hacia Callan-. Lo que necesitáis no son pistolas, sino billetes de autobús. Tengo un poco de dinero…
Beth es cajera en el Loews de la calle Cuarenta y dos. De vez en cuando, vende una entrada del cine, además de la suya. Así que ha ahorrado algo.
– Tenemos dinero -dice Callan.
– Pues largaos.
Se largan. Llegan hasta el Upper "West Side, matan el tiempo en Riverside Park y van a ver la tumba de Grant. Después vuelven hacia el centro. Beth les cuela en Loews y se quedan sentados en el anfiteatro todo el día, viendo La guerra de las galaxias.
La jodida Estrella de la Muerte está a punto de estallar por sexta vez, cuando Bobby aparece con una bolsa de papel y la deja a los pies de Callan.
– Buena película, ¿eh? -dice, y se va tan rápido como ha llegado.
Callan acerca el tobillo a la bolsa y palpa el metal.
Entran en el lavabo de caballeros y abren la bolsa.
Una 25 antigua y una 38 especial de la policía, igualmente antigua.
– ¿Qué pasa? -dice O-Bop-. ¿No tenía trabucos?
– Los mendigos no pueden elegir.
Callan se siente mucho mejor con una pistolita en el cinto. Es curioso que la eches de menos tan deprisa. Te sientes ligero, piensa. Como si pudieras echarte a volar. El metal te ancla en la tierra.
Se quedan sentados en el cine hasta que está a punto de cerrar, y después regresan con cautela hasta el almacén.
Una salchicha polaca les salva la vida.
Tim Healey lleva esperándoles casi toda la puta noche y se está muriendo de hambre, de modo que envía a Jimmy Boylan a buscar una salchicha polaca.
– ¿Con qué la quieres? -pregunta Boylan.
– Chucrut, mostaza picante, lo de siempre -dice Tim.
Boylan va y viene, y Tim devora la salchicha polaca como si hubiera pasado la guerra en un campo de concentración japonés, y justo cuando la robusta salchicha se está convirtiendo en gas en sus intestinos entran Callan y O-Bop. Están en el hueco de una escalera, al otro lado de una puerta metálica, cuando oyen que Healey se tira un pedo.
Se quedan petrificados.
– Joder -oyen decir a Boylan-. ¿Alguien se ha hecho daño?
Callan mira a O-Bop.
– ¿Bobby nos ha vendido? -susurra O-Bop.
Callan se encoge de hombros.
– Voy a abrir la puerta para que corra un poco el aire -dice Boylan-. Joder, Tim.
– Lo siento.
Boylan abre la puerta y ve a los chicos parados.
– ¡Mierda! -grita al tiempo que levanta la escopeta, pero lo único que Callan puede oír es el estruendo que estremece el hueco de la escalera, cuando O-Bop y él abren fuego.
El papel de plata se resbala del regazo de Healey cuando se levanta de la silla de madera plegable y busca su pistola, pero ve a Jimmy Boylan tambaleándose hacia atrás, y cómo pedazos de carne salen volando de su espalda, y pierde la valentía. Deja caer la 45 al suelo y levanta las manos.
– ¡Acaba con él! -grita O-Bop.
– ¡No, no, no, no! -chilla Healey.
Conocen a Fat Tim Healey desde siempre. Les daba monedas de veinticinco centavos para comprar tebeos. Una vez estaban jugando al hockey en la calle y Callan rompió sin querer el faro derecho delantero de Tim Healey, y este salió del Liffey y se rió.
– Me regalaréis entradas cuando juguéis con los Rangers, ¿vale? -fue lo único que dijo Healey.
Callan impide que O-Bop mate a Healey.
– ¡Coge su pistola! -grita.
Grita porque le zumban los oídos. Su voz suena como si estuviera al otro extremo de un túnel, y le duele la cabeza una barbaridad.
Healey tiene mostaza en la barbilla.
Está diciendo algo acerca de que está demasiado viejo para esta mierda.
Como si hubiera una edad para esta mierda, piensa Callan.
Cogen la 45 de Healey y la escopeta de Boylan y salen a la calle.
Huyen.
Big Matty flipa cuando se entera de lo de Eddie el Carnicero.
Sobre todo cuando le dicen que han sido dos chicos que aún llevan los pañales recién cagados. Se pregunta adonde va a ir a parar el mundo, qué clase de mundo se avecina, cuando las nuevas generaciones no respetan la autoridad. Lo que también preocupa a Big Matty es la cantidad de gente que le pide clemencia para los dos chicos.
– Tienen que ser castigados -les dice Big Matt, pero le molesta que cuestionen su decisión.
– Sí, hay que castigarlos -le dicen-, tal vez romperles las piernas o las muñecas, expulsarles del barrio, pero no merecen la muerte por esto.
Big Matt no está acostumbrado a que le lleven la contraria. No le gusta nada. Tampoco le gusta que no haya chivatazos.Ya tendría que haber echado el guante a esos dos animales, pero han pasado días y corre el rumor de que siguen en el barrio (lo cual equivale a burlarse en su cara), pero nadie parece saber dónde.
Ni siquiera la gente que debería saberlo lo sabe.
Big Matt llega a replantearse la idea del castigo. Decide que lo más justo sería cortar las manos que han apretado los gatillos. Cuanto más lo piensa, más le gusta la idea. Dejar que esos dos chicos paseen por la Cocina del Infierno con dos muñones, a modo de recordatorio de lo que pasa cuando no muestras el debido respeto a la autoridad.
Les cortaré las manos, y lo dejaremos así.
Les demostraré que Big Matt Sheehan puede ser magnánimo.
Entonces recuerda que ya no tiene a Eddie el Carnicero para encargarse de la tarea.
Un día después, se ha quedado también sin Jimmy Boylan y Fat Tim Healey, porque Boylan ha muerto y Healey ha desaparecido.
Y Kevin Kelly ha considerado conveniente encargarse de unos asuntos en Albany. Marty Stone tiene una tía enferma en Far Rockaway. Y Tommy Dugan se ha ido de juerga.
Todo lo cual conduce a Big Matt a sospechar que tal vez se esté gestando un golpe de Estado, una verdadera revolución.
Por lo tanto, reserva un vuelo a su otra casa, en Florida.
Lo cual sería una noticia estupenda para Callan y O-Bop, pero, por lo visto, antes de que Matty subiera al avión, se puso en contacto con Big Paulie Calabrese, el nuevo representante de la familia Cimino, y pidió un favor.
– ¿Qué crees que le dio? -pregunta Callan a O-Bop.
– ¿Una parte del Javits Center? -dice O-Bop.
Big Matt controla los sindicatos de la construcción y los sindicatos de los camioneros que trabajan en el enorme centro de congresos planeado en el West Side. Hace más de un año que los italianos están babeando por una parte de ese negocio. Solo el contrato del cemento vale millones. Ahora Matt no está en posición de negarse, pero podría esperar un favor razonable a cambio de acceder.
Cortesía profesional.
Callan y O-Bop están atrincherados en un apartamento de un segundo piso de la Cuarenta y nueve, entre la Décima y la Once. No duermen gran cosa. Se pasan el día mirando el cielo. O lo que se puede ver desde un tejado de Nueva York.