– Hemos matado a dos tíos -dice O-Bop.
– Sí.
– Legítima defensa, desde luego -dice O-Bop-. O sea, estábamos en nuestro derecho, ¿no?
– Claro.
– Me pregunto si Mickey Haggerty nos va a vender -dice un poco después O-Bop.
– ¿Tú crees?
– Se enfrenta a una condena de entre ocho y doce meses por robo -dice O-Bop-. Podría vendernos.
– No -dice Callan-. Mickey es de la vieja escuela.
– Es posible que Mickey sea de la vieja escuela -dice O-Bop-, pero también podría estar cansado de dormir entre rejas. Es su segunda condena.
Callan sabe que Mickey cumplirá su sentencia y volverá al barrio con la cabeza alta. Y Mickey sabe que no podrá conseguir ni unos cacahuetes en la Cocina si se va de la lengua con la pasma.
Mickey Haggerty es la última de sus preocupaciones.
Es lo que está pensando Callan mientras mira por la ventana el Lincoln Continental aparcado al otro lado de la calle.
– Sería mejor acabar de una vez por todas -dice a O-Bop.
O-Bop tiene la cabeza de pelo rojo ondulado metida bajo el grifo de la cocina, intentando refrescarse. Sí, eso funcionará: la temperatura es de casi cuarenta grados, están en un apartamento de dos habitaciones de una quinta planta, con un ventilador del tamaño de la hélice de un barco de juguete, y la presión del agua es cero debido a que los bastardos del barrio han abierto todas las bocas de incendios de la calle y, por si eso no fuera suficiente, hay un pelotón de la familia Cimino buscándolos para hacerles fosfatina.
Y los harán fosfatina, y pronto, porque es lo bastante tarde para que la oscuridad les proporcione un manto de decoro.
– ¿Qué quieres hacer? -pregunta O-Bop-. ¿Quieres salir a tiro limpio? ¿Como en Duelo de titanes?
– Sería mejor que cocerse aquí hasta morir.
– No -dice O-Bop-. Esto es una mierda, desde luego, pero si bajamos nos coserán a balazos como a perros.
– Tenemos que bajar en algún momento -aduce Callan.
– No -dice O-Bop. Saca la cabeza de debajo del grifo y se sacude el agua-. Mientras haya pizzas a domicilio, no tendremos que bajar.
Se acerca a la ventana y mira el Lincoln largo y negro aparcado al otro lado de la calle.
– Los jodidos italianos nunca cambian -dice O-Bop-. Uno se cree que podrían aparecer en un Mercedes, un BMW, no sé, un puto Volvo o algo por el estilo. Cualquier cosa, salvo estos putos Lincolns y Caddies. Debe de ser una norma de esos spaghetti, te lo aseguro.
– ¿Quién está en el coche, Stevie?
Hay cuatro tíos en el coche. Tres más merodean por las proximidades. Muy natural. Fuman cigarrillos, beben café, matan el tiempo. Como un anuncio de la mafia dirigido al barrio: vamos a dar una paliza a alguien, de modo que mejor os vais a otro sitio.
O-Bop se explica mejor.
– La sub-banda de Piccone de la banda de Johnny Boy Cozzo -dice-. La rama Demonte de la familia Cimino.
– ¿Cómo lo sabes?
– El tío del asiento del acompañante está comiendo una lata de melocotón en almíbar -explica O-Bop-. Por lo tanto, es Jimmy Piccone, Jimmy Peaches. Le vuelve loco el melocotón en almíbar.
O-Bop es un fanático de la mafia. La sigue como algunos tíos siguen a los equipos de béisbol. Tiene todo el organigrama de las Cinco Familias grabado en la cabeza.
Por lo tanto, O-Bop está enterado de que, como Cario Cimino murió el año pasado, la familia ha sufrido una temporada de inestabilidad. Casi todos los tipos del núcleo duro estaban seguros de que Cimino elegiría a Neill Demonte como sucesor, pero en cambio se decantó por su cuñado Paulie Calabrese.
Fue una elección impopular, sobre todo entre la vieja guardia, convencida de que Calabrese es demasiado blando, está demasiado obsesionado en invertir el dinero en negocios legales. Al núcleo duro (los prestamistas, los artistas de la extorsión y los ladrones propiamente dichos) no le gusta.
Jimmy «Big Peaches» Piccone es uno de ellos. De hecho, está sentado en el Lincoln alardeando de ello.
– Somos la Familia del Crimen Cimino -está diciendo Peaches a su hermano, Little Peaches. Joey «Little Peaches» Piccone es más grande que su hermano mayor, Big Peaches, pero nadie se atreve a decirlo, de modo que los motes no cambian-. Hasta el jodido NewYork Times nos llama la Familia del Crimen Cimino. Nos dedicamos al crimen. Si hubiera querido dedicarme a los negocios, habría trabajado en, yo qué sé, la IBM.
A Peaches tampoco le gusta que Demonte fuera descartado como jefe.
– Es un viejo, ¿qué hay de malo en dejarle disfrutar de sus últimos años tomando el sol? Se lo ha ganado. El Viejo tendría que haber nombrado jefe al señor Neill y subjefe a Johnny Boy. Habríamos tenido nuestra cosa nostra.
Pese a su juventud (tiene veintiséis años), Peaches es un carca, un conservador, un William F. Buckley sin corbata. Le gusta el viejo estilo, las viejas tradiciones.
– En los viejos tiempos -dice Peaches, como si él hubiera vivido en los viejos tiempos-, nos habríamos quedado un pedazo del Centro Javits. No tendríamos que haberle lamido el culo a un irlandés como Matty Sheehan. Tampoco es que Paulie nos lo vaya a dejar probar. Le da igual si nos morimos de hambre.
– Eh… -dice Little Peaches.
– Eh… ¿qué?
– Eh… Paulie le da este trabajo al señor Neill, que se lo da a Johnny Boy, que nos lo da a nosotros -dice Little Peaches-. Es lo único que me interesa saber: Johnny Boy nos da un trabajo, nosotros hacemos el trabajo.
– Vamos a hacer el puto trabajo -dice Peaches. No le hace falta que su hermano pequeño le dé discursos sobre cómo funciona el asunto. Peaches sabe cómo funciona, le gusta cómo funciona, sobre todo en la rama Demonte de la familia, donde funciona como en los viejos tiempos.
Además, Peaches adora a Johnny Boy.
Johnny Boy representa todo lo que la mafia era.
Lo que debería volver a ser, piensa Peaches.
– Pronto se hará de noche -dice Peaches-. Subiremos y les daremos el pasaporte.
Callan está sentado, hojeando la libreta negra.
– Tu padre sale -dice.
– Menuda sorpresa -dice con sarcasmo O-Bop-. ¿Cuánto?
– Dos de los grandes.
– Debió de apostar a que los Budweiser Clydesdales aparecerían en el Aqueduct -dice O-Bop-. Eh, aquí viene la pizza. Oye, ¿qué cono está pasando? ¡Nos están robando la pizza!
O-Bop está muy cabreado. No le irrita en especial que estos tíos hayan venido a matarles (era de esperar, los negocios son así), pero se toma el secuestro de la pizza como una afrenta personal.
– ¡No deberían hacer esto! -aulla-. ¡No está bien!
Así empezó todo, recuerda Callan.
Levanta la mirada de la libreta negra y ve al gordo con una gran sonrisa en la cara, que alza hacia ellos un trozo de pizza.
– ¡Eh! -chilla O-Bop.
– ¡Está buena! -grita Peaches.
– ¡Se están comiendo nuestra pizza! -dice O-Bop a Callan.
– No pasa nada -dice Callan.
– ¡Estoy hambriento! -lloriquea O-Bop.
– Pues baja y quítasela -dice Callan.
– Sería capaz.
– Llévate una escopeta.
– ¡Joder!
Callan oye las carcajadas de los tíos de la calle. Le da igual. No le afecta tanto como a O-Bop. O-Bop detesta que se rían de él. Cuando ocurre algo así, significa pelea segura. A Callan se la suda.
– ¿Stevie?
– ¿Qué?
– ¿Cómo has dicho que se llama el tío de abajo?
– ¿Qué tío?
– El que han enviado a liquidarnos.
– Jimmy Peaches.
– Sale aquí.
– ¿Y qué pone?
O-Bop se aleja de la ventana.
– ¿Cuánto?
– Cien mil.
Se miran y empiezan a reírse.
– Callan -dice O-Bop-, el partido acaba de empezar de nuevo.