Y la cosecha no es de arroz, sino de opio.
Art oye el rítmico hup-hup-hup de los rotores de los helicópteros y alza la vista. Como un montón de tipos que estuvieron en Vietnam, considera el sonido evocador. Sí, pero ¿evocador de qué?, se pregunta, y después decide que es mejor dejar enterrados algunos recuerdos.
Helicópteros y aviones describen círculos en el cielo como buitres. Los aviones se encargan de rociar de fuego la tierra. La misión de los helicópteros es proteger los aviones de las esporádicas salvas de AK-47 disparadas por los gomeros, cultivadores de opio, restantes, que aún quieren oponer resistencia.
Art sabe demasiado bien que una ráfaga certera de un AK es capaz de derribar un helicóptero. Si lo alcanzas en el rotor de cola, caerá en espiral como un juguete roto en la fiesta de cumpleaños de un niño. Alcanza al piloto, y… bien… Hasta el momento han tenido suerte, y ningún helicóptero ha resultado alcanzado. O los gomeros tienen mala puntería, o no están acostumbrados a disparar contra helicópteros.
En teoría, todos los aparatos son mexicanos (oficialmente, Cóndor es un espectáculo mexicano, una operación conjunta entre el Noveno Cuerpo del Ejército y el estado de Sinaloa), pero es la DEA la que compró y pagó los aviones, y son pilotos contratados por la DEA quienes los pilotan, la mayoría ex empleados de la CIA de la antigua dotación del sudeste asiático. Menuda ironía, piensa Keller: chicos de Air America que antes transportaban heroína a los señores de la guerra tailandeses y ahora rocían con defoliantes el opio mexicano.
La DEA quería utilizar Agente Naranja, pero los mexicanos se habían opuesto. Así que en su lugar están utilizando un nuevo compuesto, 24-D, con el que los mexicanos se sienten más cómodos, sobre todo, ríe Keller, porque los gomeros ya lo estaban utilizando para matar las malas hierbas que rodeaban los campos de amapolas.
Así que había suministro preparado.
Sí, piensa Art, es una operación mexicana. Los norteamericanos solo hemos venido como «consejeros».
Como en Vietnam.
Solo que con gorras diferentes.
La Guerra contra las Drogas norteamericana ha abierto un frente en México. Ahora, diez mil soldados mexicanos están atravesando este valle cerca de la ciudad de Badiraguato, en colaboración con los escuadrones de la Policía Judicial Federal, más conocida como federales, y una docena aproximada de consejeros de la DEA como Art. La mayoría son soldados de infantería. Otros van a caballo, como vaqueros que azuzaran ganado. Las órdenes son sencillas: envenenar los campos de amapolas y quemar los restos, dispersar a los gomeros como hojas secas en un huracán. Destruir la fuente de heroína de las montañas de Sinaloa, al oeste de México.
La Sierra Occidental posee la mejor combinación de altitud, precipitaciones y acidez del suelo del hemisferio occidental para cultivar Papaver somniferum, la amapola que produce el opio, que luego se convierte en Barro Mexicano, la heroína barata, marrón y potente que está inundando las calles de las ciudades norteamericanas.
Operación Cóndor, piensa Art.
Hace más de sesenta años que no se ha visto un cóndor de verdad en los cielos mexicanos, y más en Estados Unidos. Pero cada operación ha de tener un nombre, porque, de lo contrario, no nos creemos que es real, así que Cóndor vale.
Art ha leído algo sobre el ave. Es (era) el ave de presa más grande, aunque la expresión engaña un poco, porque prefería alimentarse de carroña a cazar. Un cóndor grande, ha descubierto Art, podía matar a un ciervo pequeño, pero prefería que alguien matara al ciervo primero, para poder descender y apoderarse de él.
Vivimos a costa de los muertos.
Operación Cóndor.
Otro recuerdo fugaz de Vietnam.
Muerte desde el Cielo.
Y aquí estoy, acuclillado de nuevo en la maleza, temblando a causa del frío húmedo de las montañas, preparando emboscadas.
Otra vez.
Solo que el objetivo no es un miembro del Vietcong que regresa a su pueblo, sino el viejo don Pedro Avilés, el señor de la droga de Sinaloa, el Patrón en persona. Don Pedro dirige el negocio del opio en estas montañas desde hace medio siglo, incluso antes de que el mismísimo Bugsy Siegel viniera aquí, seguido de Virginia Hill, con el fin de asegurar una fuente constante de heroína para la mafia de la costa Oeste.
Siegel llegó a un acuerdo con un joven Pedro Avilés, quien utilizó dicha influencia para convertirse en patrón, una posición que ha mantenido hasta hoy. Pero el poder del anciano se le ha ido escapando de las manos en los últimos tiempos, a medida que jóvenes prometedores han desafiado su autoridad. La ley de la naturaleza, supone Art: los jóvenes leones se imponen a los viejos. El ruido de las ráfagas de ametralladora en las calles de Culiacán ha mantenido despierto a Art más de una noche en la habitación de su hotel, algo tan común en estos tiempos que la ciudad se ha ganado el sobrenombre de Little Chicago.
Bien, después de hoy, tal vez se queden sin nada por lo que pelear.
Detienes a don Pedro y se acaba todo.
Y te conviertes en una estrella, piensa, con cierto sentimiento de culpa.
Art cree a pies juntillas en la Guerra contra las Drogas. Como creció en el Barrio Logan de San Diego, fue testigo privilegiado del efecto de la heroína sobre un barrio, sobre todo uno pobre. Se supone que esto servirá para expulsar la droga de las calles, se recuerda, no para conseguir un ascenso.
Pero la verdad es que ser el tipo que se cargó al viejo don Pedro Avilés consolidaría tu carrera.
Lo cual, a decir verdad, puede reportar un ascenso.
La DEA es una organización nueva, apenas cuenta con dos años de antigüedad. Cuando Richard Nixon declaró la Guerra contra las Drogas, necesitaba soldados para librarla. Casi todos los nuevos reclutas procedían de la antigua Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas, la ONDP. Muchos venían de departamentos de policía de todo el país, pero no pocos de los recién llegados eran de la Compañía.
Art era uno de estos Vaqueros de la Compañía.
Así llaman los policías a todos los tipos procedentes de la CIA. Los tipos que defienden la ley sienten mucho resentimiento y desconfianza hacia los tipos de los servicios secretos.
No debería ser así, piensa Art. En el fondo, todo se reduce a lo mismo: recoger información. Encuentras tus recursos, los cultivas, los administras y actúas según la información que te transmiten. La gran diferencia entre su nuevo trabajo y su antiguo trabajo es que en el anterior detienes a tus objetivos, y en el último solo los matas.
Operación Fénix, los asesinatos programados de la infraestructura del Vietcong.
Art no ha hecho mucho «trabajo sucio». Su trabajo en Vietnam consistía en recoger datos sin procesar y analizarlos. Otros tipos, sobre todo los de las Fuerzas Especiales prestados a la Compañía, actuaban según la información de Art.
Solían ir de noche, recuerda Art. A veces desaparecían durante días, después reaparecían en la base a altas horas de la madrugada, ciegos de dexedrina. Después desaparecían en sus garitos y dormían, en ocasiones varios días seguidos, para luego volver a salir y repetir la jugada.
Art les había acompañado alguna vez, cuando sus fuentes habían proporcionado información sobre un grupo numeroso de cuadros directivos concentrados en una misma zona. Entonces acompañaba a los tipos de las Fuerzas Especiales para preparar una emboscada nocturna.
No le gustaba mucho. Casi siempre estaba acojonado, pero hacía su trabajo, apretaba el gatillo, protegía las espaldas de sus colegas, sobrevivía con todas las extremidades indemnes y la mente intacta. Había visto mucha mierda que solo deseaba olvidar.
Tengo que vivir con el hecho, piensa Art, de que escribía nombres de hombres en una hoja de papel y, al hacerlo, firmaba su sentencia de muerte. Después, todo es cuestión de encontrar una forma de vivir de una manera decente en un mundo indecente.