Porque Peaches Piccone debe a Matty Sheehan cien mil dólares. Y eso es lo principaclass="underline" los intereses se estarán acumulando con más rapidez que el hedor en una huelga de basureros, de modo que Piccone se halla en serios apuros. Está endeudado con Matt Sheehan hasta las cejas. Lo cual sería una mala noticia (más motivos para hacerle un buen favor a Sheehan), de no ser porque Callan y O-Bop se hallan en poder de la libreta.
Lo cual les abre una nueva perspectiva.
Si viven lo suficiente para aprovecharla.
Porque está oscureciendo, y deprisa.
– ¿Se te ocurre alguna idea? -pregunta O-Bop.
– Sí.
Es una jugada desesperada, pero, mierda, la situación es desesperada.
O-Bop se dirige hacia la escalera de incendios con una botella de leche en la mano.
– ¡Eh, vosotros, bastardos! -grita.
Los chicos del Continental levantan la vista.
Justo cuando O-Bop prende fuego al trapo metido en la botella.
– ¡Comeos esto! -grita, y la lanza hacia el Lincoln. -¿Qué cono…?
Peaches aprieta el botón que baja la ventanilla y ve la antorcha que cae del cielo hacia él, así que abre la puerta para salir cagando leches del asiento trasero.del Lincoln, y lo hace justo a tiempo, porque la puntería de O-Bop es perfecta y la botella se estrella sobre el coche y las llamas se extienden sobre el techo.
– ¡El coche es nuevo, joder! -grita Peaches hacia la escalera de incendios.
Y está muy cabreado, porque ni siquiera tiene la oportunidad de disparar contra alguien, ya que se ha formado un gentío numeroso, se oyen sirenas y toda esa mierda, y no pasan ni dos minutos antes de que toda la manzana se llene de polis irlandeses y bomberos irlandeses, que se ponen a regar lo que queda del Lincoln.
Polis irlandeses y bomberos irlandeses, y unas mil quinientas drag queens de la Novena avenida, que rodean a Peaches chillando y aullando, bailando y tocando los huevos. Envía a Little Peaches al teléfono de la esquina para hacer una llamada y conseguir un puto vehículo nuevo, y entonces siente la presión del metal contra su puto riñón izquierdo y alguien susurra:
– Señor Piccone, haga el favor de darse la vuelta muy despacio.
Con respeto, cosa que Peaches agradece.
Se vuelve y ve al chico irlandés (no el capullo pelirrojo de la botella, sino un chico alto y moreno), con una pistola en una bolsa de papel marrón y algo en la otra mano.
¿Qué coño será?, se pregunta Peaches.
Entonces cae en la cuenta.
La libretita negra de Matty Sheehan.
– Deberíamos hablar -dice el chico.
– Deberíamos -asiente Peaches.
Están en el sótano del palacio de tomaínas de Paddy Hoyle, en la puta Doce, y podría parecer un garito mexicano, pero no hay mexicanos en las cercanías.
Lo que hay es una tertulia italoirlandesa, y Callan y O-Bop están en un extremo con la espalda pegada a la pared, y Callan parece un bandido con una pistola en cada mano, y O-Bop sujeta una escopeta a la altura de la cintura. Junto a la puerta, están los dos hermanos Piccone. Los italianos no han desenfundado sus armas, están inmóviles con sus bonitos trajes, con aspecto muy tranquilo y muy duro.
O-Bop lo respeta. Le encanta. Como ya se han puesto en evidencia una vez (da igual perder un Lincoln), no van a hacer más el ridículo aparentando preocupación por el hecho de que dos rufianes les apunten con todo un arsenal. Es chic, y O-Bop lo entiende.
De hecho, le gusta.
A Callan se la suda.
Si la cosa se tuerce, empezará a apretar gatillos, a ver qué pasa. -¿Cuántos años tenéis? -pregunta Peaches.
– Veinte -miente O-Bop.
– Veintiuno -dice Callan.
– Los tenéis bien puestos -dice Peaches-, pero tenemos que hablar de ese rollo de Eddie Friel.
Ya está, piensa Callan. Está a punto de echarlo todo a perder.
– Me asqueaba ese vicio perverso -dice Peaches-. ¿Mearse en la boca de la gente? ¿Qué es eso? ¿Cuántas veces le disparasteis? ¿Ocho? Querías hacer bien el trabajo, ¿eh?
Se ríe. Little Peaches le corea.
Y también O-Bop.
Callan no. Está preparado, punto.
– Siento lo de tu coche -dice O-Bop.
– Sí -dice Peaches-. La próxima vez que queráis hablar, utilizad el puto teléfono, ¿vale?
Todo el mundo se ríe, excepto Callan.
– Es lo que intento decirle a Johnny Boy -dice Peaches-. Le digo que me lleve al West Side, con los zulús, los puertorriqueños y los irlandeses. ¿Qué cono se supone que debo hacer? Voy a decirle que escupen fuego del cielo, y que ahora tengo que comprarme un coche nuevo. Putos irlandeses. ¿Has mirado la libretita negra?
– ¿Tú qué crees? -pregunta O-Bop.
– Que lo has hecho. Estoy convencido. ¿Qué has visto?
– Depende.
– ¿De qué?
– De lo que pase aquí.
– Dime qué debería pasar aquí.
Callan oye que O-Bop traga saliva. Sabe que O-Bop está acojonado, pero va a pegarse el farde. Hazlo, Stevie, piensa Callan, adelante.
– Para empezar -dice O-Bop-, no llevamos la libreta encima.
– Oye, Ricitos -dice Peaches-, en cuanto empecemos a trabajarte, nos dirás dónde está la libreta. No te creas que tienes un as guardado en la manga.Y tú relaja el dedo sobre el gatillo, que aún estamos hablando.
Está mirando a Callan.
– Sabemos dónde está cada centavo de Sheehan -dice O-Bop.
– No me jodas… Está sudando la gota gorda para recuperar esa libreta.
– Que le den por el culo -dice O-Bop-. Si no recupera la libreta, no le debes una mierda.
– ¿Es eso cierto?
– Por lo que a nosotros respecta -dice O-Bop-.Y Eddie Friel no nos va a llevar la contraria.
O-Bop nota el alivio en la cara de Peaches, de modo que insiste.
– Hay polis en esa libreta -dice-. Sindicalistas. Concejales. Un par de millones de dólares en la calle.
– Matty Sheehan es un hombre rico -dice Peaches.
– ¿Por qué él? -pregunta O-Bop-. ¿Por qué no nosotros? ¿Por qué no tú?
Esperan mientras Peaches piensa. Le ven sopesar los peligros y las recompensas.
– Sheehan le ha hecho algunos favores a mi jefe -dice al cabo de un minuto.
– Si tuvieras la libreta -dice O-Bop-, podrías devolver los mismos favores.
Callan se da cuenta de que ha cometido un error al haber sacado las armas. Se le están cansando los brazos, le tiemblan. Le gustaría bajar la pistola, pero no quiere enviar ningún mensaje. De todos modos, tiene miedo de que si Peaches toma la decisión equivocada, sus manos tiemblen demasiado para disparar con puntería, incluso desde esta distancia.
– ¿Le habéis dicho a alguien más que mi nombre sale en esa libreta? -pregunta por fin Peaches.
O-Bop se apresura a negarlo, tan rápido que Callan comprende que es una pregunta muy importante. Lo cual le lleva a preguntarse por qué Peaches pidió prestado el dinero, para qué lo ha usado.
– Irlandeses -masculla Peaches para sí-. Portaos con discreción -les dice-. Procurad no matar a nadie durante los dos próximos días, ¿de acuerdo? Volveremos a vernos.
Da media vuelta y sube la escalera, seguido de su hermano.
– Jesús -dice Callan. Se sienta en el suelo.
Sus manos empiezan a temblar como si se hubiera vuelto loco.
Peaches toca el timbre del edificio de Matt Sheehan.
Un irlandés grandote abre la puerta. Peaches oye a Sheehan dentro.
– ¿Quién es? -pregunta.
– Es Jimmy Peaches -dice el grandote, y le deja entrar-.
Está en el estudio. -Gracias.
Peaches recorre el vestíbulo, se desvía a la izquierda y entra en el estudio.
La habitación tiene papel pintado verde. Tréboles y cosas así por todas partes. Una gran foto de John Kennedy. Otra de Bobby. Una foto del Papa. El tío tiene de todo, salvo un puto duende subido a un taburete.
Big Matt está viendo el partido de los Yankees.
Se levanta de la butaca, no obstante (a Peaches le gusta el respeto), y dedica a Peaches una de esas sonrisas de político irlandés.