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Entonces, ¿dónde había estado durante aquel tiempo? Los investigadores no habían podido resolver esta cuestión. Pero había una pista.

El informe del análisis de fibras daba una lista de numerosos cabellos ajenos y fibras de algodón que se habían hallado en el cuerpo y desenredado del cabello. Esto, en principio, se habría utilizado para contrastar al sospechoso con la víctima, una vez conocido el sospechoso. Alguien había señalado con un círculo un párrafo determinado del informe. Este párrafo trataba de la recuperación de una fibra específica -capoc- que se había hallado en gran cantidad en el cadáver. Concretamente, se habían encontrado en el cuerpo treinta y tres hebras de capoc. Esa cantidad sugería que había habido contacto directo con la fuente. El informe señalaba que, aunque similares a las de algodón, las fibras de capoc eran poco corrientes y se encontraban principalmente en tejidos que requerían elasticidad, como los de flotadores, chalecos salvavidas o algunos sacos de dormir. Me llamó la atención que se hubiera subrayado ese párrafo y le pregunté a Wexler.

– Sean creía que las fibras de capoc eran la clave de dónde había estado el cuerpo durante las horas transcurridas

desde su desaparición. Ya sabes, si hallábamos un lugar en el que hubiera fibra de ésa, que no es nada corriente, habríamos dado con la escena del crimen. Pero no lo encontramos.

Como los informes estaban por orden cronológico, era posible ver cómo se habían ido considerando y descartando las teorías. Y advertí cómo crecía la desesperanza a medida que avanzaba la investigación. No llevaba a ninguna parte. Estaba claro que mi hermano creía que Theresa Lofton se había cruzado en el camino de un asesino en serie, el criminal más difícil de rastrear. Había un informe del Centro Nacional para el Análisis de Crímenes Violentos del FBI que proporcionaba un perfil psicológico del asesino. Mi hermano había guardado también en la carpeta una copia del cuestionario de diecisiete páginas sobre diferentes aspectos del crimen que había enviado al Programa de Aprehensión de Criminales Violentos (VICAP). Pero la respuesta del ordenador del VICAP era negativa. La muerte de Lofton no tenía detalles coincidentes con otros asesinatos en todo el país en número suficiente para requerir la atención del FB!.

El perfil que habían enviado estaba firmado por la agente federal Rachel Walling. Contenía gran cantidad de generalidades en su mayor parte inútiles para la investigación porque, aunque las caracterizaciones eran sagaces y posiblemente bien encaminadas, no necesariamente ayudaban a los detectives a seleccionar entre los millones de personas susceptibles de ser calificadas de sospechosas. El retrato que trazaba era el de un hombre blanco, de veinte a treinta años, con problemas no resueltos de inadaptación y odio a las mujeres; de ahí la grave mutilación del cuerpo de la víctima. Probablemente había sido criado por una madre dominante y era probable que su padre no estuviera en casa o que estuviera absorto en ganarse la vida, dejando totalmente en manos de la madre el cuidado y la educación de los hijos. El perfil calificaba al asesino de «organizado» en su metodología y advertía que el hecho de haber culminado el crimen con éxito aparente y de haber conseguido eludir el arresto podía llevarle a intentar otros crímenes de naturaleza similar.

Los últimos informes de la carpeta eran resúmenes de interrogatorios, extremos que se habían comprobado y otros detalles del caso que podían no tener significado en el momento en que se habían redactado, aunque podían ser cruciales más adelante. A través de esos informes percibí el creciente afecto que Sean le había ido tomando a Theresa Lofton. En las primeras páginas siempre se refería m ella como «la víctima» o, a veces, como Lofton. Más tarde empezaba a llamarla Theresa. Y en estos últimos informes, fechados en febrero, justo antes de su muerte, la llamaba Terri, diminutivo que probablemente había tomado de las declaraciones de familiares y amigos, o quizá del dorso de la foto de su primer día en la universidad. El día más feliz.

Cuando faltaban diez minutos cerré la carpeta y abrí la otra. Era más delgada y parecía una especie de cajón de sastre. Había varias cartas de ciudadanos que brindaban teorías sobre el asesinato. Una de ellas era de una médium que afirmaba que el espíritu de Theresa Lofton estaba dando vueltas por alguna parte sobre la capa de ozono en una banda sonora de alta frecuencia. Hablaba con una voz tan persistente que a los oídos no adiestrados les sonaba como un chirrido, pero la médium podía descifrarlo y se prestaba a hacerle preguntas si Sean quería. En el informe no había ninguna indicación de que lo hubiera hecho.

Un informe anexo señalaba que tanto el banco de Theresa como el taller de automóviles estaban cerca del campus. Tres veces recorrieron los detectives la ruta entre la residencia de estudiantes, la guardería, el banco y el taller, pero no encontraron testigos que recordasen haber visto a Theresa el miércoles después de terminar las clases. A pesar de ello, la teoría de mi hermano -subrayada en otro anexo- era que Lofton había sido raptada en algún momento después de haber llamado al mecánico desde la guardería, pero antes de ir al banco a sacar dinero para pagarle.

La carpeta contenía también un registro cronológico de la actividad de los investigadores asignados al caso. En principio, cuatro miembros del CAP habían trabajado en el caso a tiempo completo. Pero como no progresaba e iban surgiendo más casos, el esfuerzo investigador quedó reducido a Sean y Wexler. Después, sólo Sean. Él no lo habría dejado.

La última entrada en el registro cronológico correspondía al día de su muerte. Era sólo una línea: «13 de marzo. Rusher en el Stanley. I/P sobre Terri.»

– ¡Tiempo!

Alcé la vista y vi que Wexler señalaba su reloj. Cerré la carpeta sin protestar.

– ¿Qué significa I-barra-P?

– Informe Personal. Significa que recibió una llamada.

– ¿Quién es Rusher?

– No lo sabemos. Hay un par de personas con ese apellido en el listín telefónico. Les llamamos pero no sabían de qué coño estábamos hablando. Yo lo intenté con el ordenador central de identificación, pero con sólo un apellido no saqué nada en claro. En resumen, que no sabemos quién era, o es. Ni siquiera sabemos si es un hombre o una mujer. Tampoco sabemos si Sean se reunió realmente con alguien o no. En el Stanley no encontramos a nadie que lo hubiera visto.

– ¿Por qué se fue a ver a esa persona sin decírtelo y sin dejar algún tipo de indicación de quién era? ¿Por qué fue solo?

– ¿Quién sabe? Habíamos recibido tantas llamadas sobre aquel caso que podías pasarte el día tomando notas. Y quizá no la conocía. Quizá lo único que sabía es que alguien quería hablar con él. Tu hermano estaba tan atrapado en ese caso que se habría ido a ver a cualquiera que le dijese que sabía algo. Te diré un secretillo. Es algo que no está ahí porque él no quería que la gente fuese por ahí creyendo que estaba loco. Pero había ido a ver a esa espiritista, la médium que se

menciona ahí.

– ¿Y qué sacó en claro?

– Nada. Sólo alguna chorrada sobre que el asesino anda por ahí tratando de repetirlo. De todos modos, esto es extraoficial, lo de la médium. No quiero que la gente piense que Mac era un chiflado.

Preferí no decir nada sobre la estupidez que acababa de decir. Mi hermano se había suicidado y Wexler todavía se empeñaba en limitar el daño que podría sufrir su imagen si se supiera que había consultado a una espiritista.