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– ¿Qué fue lo tercero?

– Creo que conectó por ordenador con la red ASP No sé cómo se habría enterado. Puede que fuera un soplo al FBI o algo parecido. No estoy seguro. Pero conectó. No sé, puede que fuera entonces cuando envió uno de esos archivos del ídolo que Clearmountain encontró. También esta vez eran pruebas que relacionaban a Gladden con los asesinatos del Poeta. Lo estaba envolviendo en un paquete para regalo. Aunque yo no lo hubiera matado y estuviera vivo para negarlo todo, las pruebas estarían ahí y nadie le habría creído, sobre todo por los asesinatos que sí que había cometido.

Me tomé un respiro para que Backus pudiera digerir todo lo que le había dicho hasta entonces.

– Las tres llamadas las hizo desde la habitación de Thorson -continué al cabo de medio minuto-. No era más que otra precaución. Si salía mal, no quedaría rastro de que ella había hecho las llamadas. Pero la caja de condones la delata. Tú conoces de primera mano la relación que tenía con Thorson. Se peleaban, pero aún había algo. Él todavía estaba pendiente de ella y ella lo sabía. Y lo utilizó. Creo que si le hubiera dicho que fuera a buscar una caja de condones mientras ella se quedaba esperándole en la cama, habría salido corriendo hacia la farmacia como si se le quemara el culo. Y creo que eso fue exactamente lo que hizo. Sólo que ella no se quedó esperando en la cama. Hizo las llamadas y cuando Thorson volvió ya no estaba. Thorson no me contó exactamente todo esto, pero me lo dio a entender con otras palabras. El día que trabajamos juntos.

Backus asintió. Se le veía perdido. Creo que pensaba en lo que sería de su carrera. Primero, su autoridad cuestionada por el fracaso del arresto de Gladden y ahora esto. Sus días como ayudante agente especial al mando estaban contados.

– Parece tan…

No acabó la frase y yo tampoco la acabé por él. Todavía tenía más cosas que contarle, pero esperé. Se puso de pie y dio unos pasos. Miró por la puerta del balcón hacia el Hombre Marlboro. No pareció fascinarle tanto como a mí.

– Habíame de la luna, Jack.

– ¿Qué quieres decir?

– De la luna del Poeta. Me has contado el final de la historia. ¿Cuál es el principio? ¿Cómo llega una mujer al punto en el que estamos ahora?

Se volvió y me miró con una expresión desafiante. Buscaba algo, cualquier cosa que le sirviera para no creerlo. Me aclaré la garganta antes de empezar.

– Ésa es la parte más dura -le dije-. Deberías preguntarle a Brass.

– Lo haré. Pero inténtalo.

Me quedé pensando un momento antes de empezar.

– Una niña, no sé, de unos doce o trece años. Su padre abusa de ella sexualmente. Su madre, bueno… Su madre la abandona. O sabía lo que ocurría y no podía impedirlo, o simplemente no le importaba. La madre se va y la deja sola con su padre. Él es policía, un detective. La amenaza y la convence de que no puede contárselo a nadie porque él lo descubriría. Le dice que nadie la creerá y ella le cree… Así que un día se harta, o siempre ha estado harta pero no ha tenido la oportunidad o no se le ha ocurrido el plan adecuado. Lo que sea. Pero llega el día en que lo mata y hace que parezca que lo ha hecho él mismo. Suicidio. Lo ha conseguido. Hay un detective en el caso que se da cuenta de que algo no cuadra, pero ¿qué va a hacer? Sabe que se lo merecía. Y lo deja pasar.

Backus estaba en medio de la habitación mirando al suelo.

– Sabía lo de su padre. La versión oficial, quiero decir.

– Un amigo me ha averiguado los detalles de la otra versión. -Y ¿luego?

– Luego se hace mayor. El poder que sintió que tenía en aquel momento explica muchas cosas. Lo supera. Pocos lo consiguen, pero ella lo hace. Es una chica inteligente y va a la universidad a estudiar psicología, para aprender acerca de sí misma. Finalmente, incluso es reclutada por el FBI. Destaca, asciende rápidamente hasta que llega a la unidad que estudia los casos de personas como su padre. Y como ella. ¿Lo ves? Toda su vida ha sido una lucha por comprender. Cuando el jefe de su equipo decide estudiar los casos de suicidios de policías, acude a ella porque conoce la historia oficial acerca de su padre. No sabe la verdad, sólo la historia oficial. Acepta el trabajo sabiendo en su interior que la razón por la que ha sido elegida es un engaño.

Me detuve ahí. Cuanto más avanzaba en la historia, más sensación de poder tenía. El conocimiento de los secretos ajenos es un poder que emborracha. Me regodeaba en mi capacidad para reconstruir la historia.

– Y entonces -susurró Backus-, ¿cómo se le fue de las manos? Me aclaré la garganta.

– Todo iba bien -continué-. Se casó con un compañero y todo iba bien. Pero luego las cosas empezaron a torcerse. No sé si sería la tensión del trabajo, los recuerdos, el fracaso del matrimonio, o puede que todo junto. Pero empezó a no ser ella misma. Su marido la dejó, creyendo que en el fondo estaba vacía. El Desierto Pintado, la llamaba él, y ella le odiaba por eso. Y luego… puede que recordara el día en que mató a su torturador. A su padre. Recordaría la paz que sintió… La liberación.

Lo miré. Tenía la mirada perdida, quizás imaginando la historia a medida que yo relataba aquel horror.

– Un día -proseguí-. Un día llega la petición de un perfil. Un niño ha sido asesinado y mutilado en Florida. El detective que lleva el caso quiere un perfil de la persona que lo hizo. Sólo que ella reconoce al detective. Sabe su nombre, Beltran. Un nombre del pasado. Un nombre que quizá surgió en una vieja entrevista y sabe que también él es un torturador, un violador como su padre, y que la víctima que investiga probablemente también es su víctima.

– Entendido -dijo Backus, y retornó el hilo-. Se encuentra en Florida con ese hombre, Beltran, y vuelve a hacerlo. Igual que con su padre. Hace que parezca un suicidio. Sabía incluso dónde tenía escondida la escopeta Beltran. Gladden se lo había dicho. Probablemente fue un asunto fácil. Coge un avión, se presenta allí con sus credenciales, se introduce en la casa y lo hace. Recupera la paz interior. Llena el vacío que sentía. Sólo que no le dura. Pronto vuelve a sentirse vacía y tiene que volverlo a hacer. Una y otra vez. Sigue al asesino, Gladden, y mata a los que van tras él, utilizándole para borrar sus huellas antes incluso de dejarlas.

Backus miraba al vacío mientras hablaba, absorto en alguna imagen.

– Conocía todos los contactos, todos los movimientos -dijo-. Frotar el condón lubricado en el interior de la boca de Orsulak fue una estratagema perfecta. Verdaderamente genial.

Asentí y continué a partir de ahí.

– Había visto su celda y sabía que en los estantes había una fotografía que alguien podía descubrir -dije-. Sabía que los libros de Poe salían en la foto. Todo era un montaje. Seguía a Gladden adonde fuera. Le comprendía. Por los casos que llegaban para establecer un perfil sabía cuáles eran los que le pertenecían. Se identificaba con él y lo seguía. Salía y mataba al policía que iba tras él. Hizo que todos parecieran suicidios, pero tenía a Gladden para que cargara con ellos si algún día alguien se entrometía y se destapaba el pastel.

Backus me miró.

– Alguien como tú -dijo.

– Sí. Como yo.

49

Backus me dijo que la historia era como una sábana tendida en un día ventoso. Aunque estuviera cogida con dos o tres pinzas, podía salir volando en cualquier momento.

– Necesitamos algo más, Jack.

Asentí. El experto era él. Además, en mi corazón el juicio ya se había celebrado y el veredicto era culpable.

– ¿Qué vas a hacer? -le pregunté.

– Estoy pensando. Tú tenías… Estabas empezando una relación con ella, ¿no es así?

– ¿Tan evidente era? -Sí.

No dijo nada durante un largo minuto. Paseaba por la habitación, sin mirar realmente a ningún sitio, absolutamente concentrado en un diálogo íntimo. Por fin, se detuvo y me miró.