– ¿Te pondrías un micrófono?
– ¿Qué quieres decir?
– Ya sabes lo que quiero decir. La traigo aquí, la dejo a solas contigo y tú se lo sacas. Probablemente eres el único que podría hacerlo.
Recordé nuestra última conversación telefónica y cómo ella había adivinado mi juego.
– No sé. No creo que se lo pudiera sacar.
– Podría sospechar y comprobarlo -dijo Backus descartando la idea con los ojos fijos en el suelo en busca de otra-. Aun así, tú eres el único, Jack. No eres un agente y ella sabe que, en caso necesario, puede sacarte.
– ¿Sacarme de dónde?
– Sacarte de en medio -chasqueó los dedos-. Ya lo tengo. No hace falta que lleves un micrófono. Te pondremos dentro de uno.
– Pero ¿a qué te refieres?
Levantó un dedo como para decirme que esperara.
Cogió el teléfono, se colocó el auricular en el cuello y se lo llevó con él mientras marcaba un número y esperaba respuesta. El cable era como una correa que limitaba sus movimientos a sólo unos pasos en cualquier dirección.
– Haz las maletas -me dijo mientras esperaba a que le contestaran.
Me levanté y empecé a cumplir sus órdenes con parsimonia, poniendo mis escasas pertenencias en la bolsa del ordenador y en la funda de almohada mientras le escuchaba preguntar por el agente Cárter y empezar a dar instrucciones. Le dijo a Cárter que llamase al centro de comunicaciones de Quantico y dejara un mensaje para el avión del FBI en el que viajaba Rachel. Backus ordenó que lo hicieran regresar.
– Diles que ha surgido algo que no puedo comunicarles por radio y que necesito que vuelva -dijo por el teléfono-. Sólo eso, ¿entendido?
Satisfecho con la respuesta de Cárter, siguió.
– Ahora, antes de hacer eso, llama a la oficina del agente especial al mando. Necesito la dirección exacta y la combinación de la casa del terremoto. Él ya sabe lo que quiero decir. Iré allí directamente desde aquí. Quiero un técnico de sonido y vídeo y dos buenos agentes. Allí te lo explico. No me cuelgues y llama al agente especial al mando.
Miré extrañado a Backus.
– Está llamando por otra línea.
– ¿La casa del terremoto?
– Clearmountain me habló de ella. Está en las montañas que dan al valle. Está intervenida desde el techo hasta los cimientos. Sonido y vídeo. Sufrió desperfectos en el terremoto y los propietarios la abandonaron porque no tenían seguro. El FBI llegó a un acuerdo de alquiler con el banco y la utilizó en una operación para destapar los muchos fraudes que se llevaban entre manos después del terremoto entre las constructoras locales, los inspectores de seguridad, los contratistas y las casas de reparación. Los procesos aún están pendientes. La operación ya está cerrada, pero el alquiler todavía no ha vencido.
Así que…
Levantó la mano. Cárter volvía a estar al aparato. Backus escuchó unos momentos y asintió con la cabeza.
– A la derecha en Mulholland y luego la primera a la izquierda. Es fácil. ¿Cuál es la hora prevista de tu llegada? Colgó después de decirle a Cárter que le esperábamos allí y añadir que quería que los agentes pusieran todo su
empeño.
Cuando Backus arrancó el coche me despedí en secreto del Hombre Marlboro. Desde Sunset nos dirigimos hacia el este en dirección a Laurel Canyon Boulevard y luego por la carretera de curvas que cruza las montañas.
– ¿Cómo lo vamos a hacer? -le pregunté-. ¿Cómo vas a traer a Rachel al sitio adonde vamos?
– Dejarás un mensaje en su contestador automático en Quantico. Le dirás que estás en casa de un amigo, alguien que conocías del periódico y que se vino a vivir aquí, y le dejarás el número. Luego, cuando hable con Rachel le diré que la he hecho venir de Florida porque has estado haciendo llamadas y extrañas acusaciones contra ella, pero que nadie sabe dónde estás. Le diré que creo que has tomado demasiadas pastillas y que necesitamos encontrarte.
Cada vez me sentía más incómodo ante la idea de hacer de cebo y tener que enfrentarme a Rachel. No sabía cómo iba a salir de aquello.
– Rachel recibirá el mensaje -continuó Backus-. Pero no te llamará. Buscará la dirección del número que le hayas dado e irá a verte. A ti solo. Con un propósito u otro.
– ¿Cuál? -pregunté, aunque ya tenía alguna idea. -Para que cambies de opinión… o para matarte. Creerá que eres el único que lo sabe y querrá convencerte de que te equivocas con todas esas ideas extravagantes. O quitarte de en medio. Creo que optará por lo último.
Asentí. Yo creía lo mismo.
– Pero nosotros estaremos allí. Dentro de la casa, muy cerca. No era un consuelo.
– No sé…
– No te preocupes, Jack-dijo Backus dándome una palmada amistosa en el hombro-. Lo harás bien y esta vez todo saldrá perfectamente. De lo único que tienes que preocuparte es de que hable. Tenemos que grabar lo que diga. Bastará con que admita una parte de la historia del Poeta. Haz que hable.
– Lo intentaré.
– Lo conseguirás.
En Mulholland Drive, Backus giró a la derecha tal como le había indicado a Cárter y seguimos la carretera, que serpenteaba por la cresta de la montaña; abajo se veía una panorámica del valle a través de la neblina. Seguimos las curvas durante casi un kilómetro antes de divisar la carretera de Wrightwood Drive, girar a la izquierda y descender hacia un grupo de casitas construidas sobre pilones de hierro, colgando en el vacío por encima del borde de la montaña, precarios testimonios de la ingeniería y de los deseos de los constructores de dejar su marca en todas las crestas de la ciudad.
– ¿Puedes creerte que hay gente que vive en esas casas? -preguntó Backus.
– No me gustaría estar en una de ellas durante un terremoto.
Backus conducía despacio, buscando los números de la calle pintados en el bordillo. Dejé que él se encargara de eso mientras yo intentaba atrapar vistas del valle entre las casas. Estaba a punto de anochecer y empezaban a encenderse luces. Por fin, Backus detuvo el coche frente a una casa en una curva de la carretera.
– Es ésta.
Era una casita de madera. Desde la fachada no podían verse los pilones en que se aguantaba y parecía flotar sobre el valle. Los dos nos la quedamos mirando un rato antes de decidirnos a salir del coche.
– ¿Y si conoce la casa?
– ¿Rachel? No, Jack. Yo sólo la conozco por Clearmountain. Me lo contó como un cotilleo. Algunos de la oficina la utilizan de vez en cuando… ya sabes. Cuando están con alguien a quien no pueden llevar a casa.
Lo miré y me guiñó un ojo.
– Vamos a verla -dijo-. No te olvides tus cosas. En la entrada había una caja con un bloqueo de seguridad. Backus conocía la combinación para acceder a un pequeño compartimento donde estaba la llave que abría la puerta. La abrió y dio la luz de la entrada. Lo seguí y cerré la puerta. La casa estaba modestamente amueblada, pero no me
fijé mucho porque inmediatamente llamó mi atención la pared posterior de la sala. Estaba toda ella compuesta de gruesos paneles de vidrio que ofrecían una vista espectacular de todo el valle que se extendía bajo la casa. Crucé la habitación y miré afuera, estupefacto ante el mar de luces. En el otro extremo del valle se veía el perfil de otra cadena de montañas. Era hermoso. Me acerqué al cristal lo bastante para que se empañara y vi el oscuro arroyo que fluía justo debajo. Me invadió un sentimiento de inquietud ante la idea de estar sobre un precipicio y di un paso atrás en el momento en que Backus encendía una luz detrás de mí.
Entonces vi las resquebrajaduras. Tres de los cinco paneles de vidrio tenían fracturas que los atravesaban en forma de telaraña. Me giré hacia la izquierda y vi la imagen partida de Backus y de mí mismo en una pared cubierta con un espejo que también se había rajado con el terremoto.
– ¿Qué más pasó? ¿Estamos seguros aquí dentro?