– Nada. ¿Estás bien?
– Eso creo. ¿Estás herido?
Vi que miraba al suelo, detrás de mí, y me giré. Había sangre en el suelo. Y cristales rotos.
– No, no es mía -dije-. Le diste. O se cortó con los cristales.
Retrocedí hasta el borde con ella. Sólo había oscuridad allí abajo. Lo único que se oía era la brisa entre los árboles y el ruido del tráfico que llegaba amortiguado desde la carretera.
– Rachel, lo siento -dije-. Creí… Creí que eras tú. Lo siento.
– No digas nada, Jack. Ya hablaremos.
– Creí que estabas en un avión.
– Después de hablar contigo me di cuenta de que pasaba algo. Entonces me llamó Brad Hazelton y me contó que le habías llamado. Decidí hablar contigo antes de irme. Fui al hotel y te vi salir con Backus. No sé por qué, pero os seguí. Creo que fue porque Bob ya me había mandado antes a Florida, cuando debería haber enviado a Gordon. Desde entonces no me fiaba de él.
– ¿Qué es lo que has oído ahí escondida?
– Lo suficiente, pero no podía hacer nada mientras él no se guardara el arma. Siento que hayas tenido que pasar por todo esto, Jack.
Se apartó del borde, pero yo permanecí allí, fascinado por la oscuridad.
– No le pregunté por los otros. No le pregunté por qué.
– ¿Qué otros?
– Sean, los otros. Beltran tuvo lo que se merecía, pero ¿por qué Sean? ¿Por qué los otros?
– No hay explicación, Jack. Y si la hubiera, nunca la sabríamos. Tengo el coche ahí en la carretera. He de llamar para pedir ayuda y un helicóptero que busque en el barranco. Para asegurarme. Será mejor que llame también al hospital.
– ¿Por qué?
– Para decir cuántas pastillas te has tomado y ver qué tenemos que hacer. Se dirigió a la puerta.
– Rachel-le dije desde atrás-. Gracias.
– De nada, Jack.
50
En cuanto Rachel se fue caí redondo sobre el sofá. El ruido cercano de un helicóptero invadió mis sueños, pero no lo suficiente como para despertarme. Cuando por fin lo hice eran las tres de la madrugada. Me llevaron a la planta trece del edificio federal, a una pequeña sala de interrogatorio. Dos agentes de rostro severo a los que no conocía estuvieron haciéndome preguntas durante las cinco horas siguientes, obligándome a repetir mi historia una y otra vez hasta ponerme enfermo de tanto regurgitarla. Durante esta entrevista no había estenógrafa sentada en un rincón de la sala con su máquina, porque esta vez hablábamos de uno de ellos y tenía la sensación de que querían darle a mi historia la forma que más les convenía antes de que fuera registrada.
Poco después de las ocho me dijeron, por fin, que podía bajar a la cafetería a desayunar antes de que trajeran a la estenógrafa para hacerme un interrogatorio formal. Para entonces habíamos repetido la historia tantas veces que sabía exactamente cómo querían que contestara casi a cualquier pregunta. No tenía hambre, pero tenía tanta necesidad de salir de aquella habitación y alejarme de ellos que hubiera dicho sí a cualquier cosa. Por lo menos no me escoltaron hasta la cafetería como a un prisionero.
Encontré a Rachel allí, sentada a solas en una mesa. Compré un café y un donut que parecía tener tres días de antigüedad y me dirigí hacia ella.
– ¿Puedo sentarme aquí?
– Claro, éste es un país libre.
– A veces lo dudo. Estos muchachos, Cooper y Kelley me han tenido encerrado en esa habitación durante, cinco horas.
– Tienes que entender una cosa. Tú eres el mensajero, Jack. Ellos saben que vas a salir de aquí y vas a contar tu historia a los periódicos, en la televisión, probablemente en un libro. Todo el mundo sabrá la historia de la manzana podrida del FBI. No importa lo buenos que seamos o a cuántos malos detengamos, el hecho de que hubiera un malo entre nosotros va a ser una historia tremenda. Tú te harás rico y nosotros vamos a tener que vivir con lo que venga después. Es por eso, en pocas palabras, por lo que Cooper y Kelley no te han tratado como a una prima donna.
La miré un momento. Al parecer se había tomado un desayuno completo. En su plato había restos de yema de huevo.
– Buenos días, Rachel-le dije-. ¿Por qué no empezamos otra vez desde el principio? Eso la sacó de quicio.
– Mira, Jack, tampoco yo voy a ser amable contigo. ¿Cómo esperas que reaccione ante ti ahora?
– No lo sé. Durante todo el tiempo que he estado con esos muchachos, respondiendo a sus preguntas, no he hecho otra cosa que pensar en ti. En nosotros.
Estuve atento a la reacción de su rostro, pero no la hubo. Mantuvo la mirada fija en el plato.
– Mira, podría tratar de explicarte todas las razones por las que pensaba que eras tú, pero no serviría de nada. Se me viene todo encima, Rachel. Algo está tarado en mi interior… y por eso no podía aceptar lo que me ofrecías sin recelos, sin una especie de cinismo. Fue sobre esa pequeña duda sobre la que todo creció y se hinchó hasta tal punto… Rachel, puedes contar con mi arrepentimiento y mi promesa de que, si me das otra oportunidad, me esforzaré por superarlo, por llenar ese vacío. Y te prometo que lo conseguiré.
Nada, ni siquiera un contacto visual. Tuve que resignarme. Se había acabado.
– Rachel, ¿puedo preguntarte una cosa? -¿Qué?
– Tu padre y tú… ¿Te hizo algún daño?
– ¿Quieres decir si me follaba?
No hice más que mirarla en silencio.
– Eso es parte de mi vida privada y no tengo por qué hablar de ello con nadie.
Le di una vuelta a la taza y me quedé contemplándola como si fuera lo más interesante que hubiera visto en mi vida. En ese momento era yo quien no podía levantar la mirada.
– Bueno, vaya tener que volver a subir -dije por fin-. Sólo me han dado quince minutos. Hice un movimiento para ponerme en pie.
– ¿ Les has hablado de mí? -me preguntó. Me detuve.
– ¿De nosotros? No, he intentado evitarlo.
– No te escondas de ellos, Jack. De todos modos, ya lo saben.
– ¿Se lo contaste tú?
– Sí. No tiene sentido tratar de esconderles nada. Hice un gesto de asentimiento.
– ¿Qué pasa si se lo digo y me preguntan si todavía estamos… si todavía mantenemos esa relación?
– Diles que el jurado sigue reunido.
Asentí de nuevo y me quedé de pie. Al utilizar la palabra jurado me recordó mis pensamientos de la noche anterior, cuando en mi fuero interno, como un jurado de un solo miembro, había llegado a un veredicto sobre ella. Pensé que
era justo que ella estuviera sopesando ahora las pruebas en mi contra.
– Házmelo saber cuando llegues a un veredicto.
Al salir tiré el donut en el cubo de basura que había junto a la puerta de la cafetería.
Era casi mediodía cuando terminé de hablar con Kelley y Cooper. No supe nada acerca de Backus hasta entonces. Al recorrer las oficinas pude darme cuenta de lo vacías que estaban. Las puertas de todas las salas estaban abiertas y los escritorios vacíos. Parecía la oficina de detectives durante el funeral por un policía, y en cierto modo así era. Estuve a punto de volver a la sala de interrogatorios donde había dejado a mis inquisidores para preguntarles qué pasaba. Pero sabía que no les caía bien y que no me dirían nada que no quisieran o que no debieran decirme.
Cuando pasé por la sala de comunicaciones oí el parloteo del transmisor. Miré y vi a Rachel sentada a solas allí. Frente a ella, sobre la mesa había una consola de micrófonos. Entré.
– ¡Hola!
– ¡Hola!
– Listo. Me han dicho que podía irme. ¿Dónde está todo el mundo? ¿Qué pasa?
– Están buscándole todos. -¿A Backus?
Asintió.
– Pensaba… -no terminé. Era obvio que no lo habían encontrado en el fondo del precipicio. No había preguntado antes porque daba por sentado que el cuerpo había sido recuperado-. ¡Dios! ¿Cómo pudo…?
– ¿Sobrevivir? Quién sabe. Se fue mientras ellos llegaban con las linternas y los perros. Había un gran eucalipto. Encontraron sangre en las ramas más altas. La hipótesis es que cayó sobre el árbol. Eso amortiguó la caída. Los perros perdieron su rastro en la carretera, más allá de la colina. El helicóptero no sirvió para mucho más que para tener a todo el vecindario despierto durante casi toda la noche. A todos excepto a ti. Todavía están ahí fuera. Todo el personal está buscándole en las calles, en los hospitales. Y hasta ahora, nada.