Выбрать главу

52

A finales de la primavera, un inspector municipal del Departamento de Agua y Energía que investigaba el origen de un fétido olor que había provocado las quejas de los residentes en la zona encontró los restos del cuerpo en los túneles.

Los restos de «un» cuerpo. Llevaba su documentación y la placa del FBI y las ropas eran las suyas. Lo encontraron, lo que quedaba de él, sobre un escalón de cemento en la confluencia subterránea de dos colectores del alcantarillado. No fue posible aclarar la causa de la muerte, dado el avanzado estado de descomposición de los restos -acelerada por la humedad, la fetidez del ambiente en las cloacas y la acción de los animales-, y eso imposibilitó alcanzar resultados precisos en la autopsia. El examinador médico encontró lo que parecía ser el canal de una herida y una costilla rota en la carne putrefacta, pero no halló ningún fragmento de bala que pudiera relacionar de manera concluyente la herida con la pistola de Rachel.

La identificación quedó igualmente inconclusa en todos sus aspectos. Estaban la placa y el carnet de identidad y las ropas, pero ninguna otra cosa que probara que esos fueran realmente los restos del agente especial Robert Backus, Jr. Los animales que se habían ensañado con el cadáver -si realmente habían sido animales- se habían llevado toda la mandíbula inferior y el puente superior, imposibilitando la comparación con los registros dentales.

A mí, eso me parecía demasiada casualidad. A mí y a otros. Brad Hazelton me llamó para informarme de esos datos. Me dijo que el FBI había dado el caso oficialmente por cerrado, pero que había quienes deseaban seguir buscándolo, de modo extraoficial. Según él, algunos habían visto en los restos descubiertos en el túnel de drenaje poco más que una piel que Backus había dejado tras de sí; probablemente se trataba de un vagabundo con el que se habría encontrado en las alcantarillas. Hazelton añadió que pensaban que Backus estaba todavía por ahí, y así lo creía yo también.

Brad Hazelton me dijo que, aunque oficialmente la búsqueda de Backus podía haber concluido, los esfuerzos para explorar sus motivos psicológicos seguían adelante. Pero cascar la nuez de la patología de Backus se estaba revelando como algo difícil. Los agentes estuvieron tres días en su finca, cerca de Quantico, pero no encontraron nada relacionado con su vida secreta, ni siquiera por aproximación. Ni recuerdos de sus asesinatos, ni recortes de periódicos. Nada.

Sólo había algunas cosas sabidas, pistas sin importancia. Un padre perfeccionista que no escatimaba el castigo, una fijación obsesiva y compulsiva por la limpieza -recordé su escritorio en Quantico y el modo en que enderezó el calendario cuando se lo hice notar-, un compromiso roto años atrás por una novia que le contó a Brass Doran que Backus le exigía que se duchara inmediatamente antes y después de hacer el amor. Un amigo del instituto acudió a contarle a Hazelton que Backus le había confesado una vez que cuando se orinaba en la cama de pequeño su padre le esposaba a la barra de las toallas de la ducha, historia ésta que fue desmentida por Robert Backus, Sr.

Pero eso eran sólo detalles, no respuestas. Eran fragmentos de una personalidad mucho más compleja que sólo se podía suponer. Recordé lo que Rachel me dijo una vez. Que era como si se intentara recomponer un espejo hecho añicos. Cada pieza refleja una parte del sujeto. Pero si el sujeto se mueve, también se mueve el reflejo.

He seguido en Los Angeles desde que ocurrió todo. Me arregló la mano un cirujano de Beverly Hills y solamente me duele después de pasar todo un día ante el ordenador.

He alquilado una casita en las colinas y en días claros puedo ver el reflejo del sol sobre el Pacífico al menos hasta veinticinco kilómetros de distancia. Los días nublados la vista es deprimente y mantengo las persianas cerradas. A veces, por la noche, oigo a los coyotes aullar en el barranco de Nichol. El clima es cálido y no tengo ningunas ganas de volver a Colorado. Hablo con mi madre, con mi padre y con Riley con regularidad -mucho más a menudo que cuando estaba allí-, pero todavía temo a los fantasmas de allí más que a los de aquí.

Oficialmente, estoy de permiso en el Rocky. Grez Glenn quiere que vuelva, pero lo mantengo pendiente de una respuesta. Soy un enchufado. Ahora soy un periodista famoso -he salido en el programaNigthUne y en el de Larry King- y Greg pretende mantenerme en plantilla. De modo que, por el momento, disfruto de un permiso indefinido mientras escribo mi libro.

Mi representante vendió el libro y los derechos cinematográficos por más dinero del que yo ganaría trabajando en el Rocky durante diez años. Pero la mayor parte del dinero, cuando lo tenga todo, irá a parar a un fondo para el hijo de Riley que aún no ha nacido. El hijo de Sean. De todos modos, creo que no sabría qué hacer con tanto dinero en mi cuenta bancaria y no me siento con derecho a tenerlo. Es dinero manchado de sangre. Cuando me llegue el primer pago del editor, guardaré lo suficiente para vivir aquí, en Los Angeles, y tal vez haga un viaje a Italia cuando termine el primer borrador.

Allí es donde está Rachel. Me lo dijo Hazelton. Cuando le dijeron que la iban a sacar del BSS y que la iban a mandar fuera de Quantico, se tomó una excedencia y se fue al extranjero. Tenía la esperanza de saber algo de ella, pero no he recibido ni una palabra. Creo que no la voy a recibir ahora y no creo que me fuera a Italia, como ella me sugirió una vez. Por la noche, el peor de mis fantasmas es aquel fallo interior que me hizo dudar de aquello que más deseaba.

53

La muerte es lo mío. Me gano la vida con ella. Con ella he forjado mi prestigio profesional. Le he sacado provecho. Siempre ha estado rondando a mi alrededor, aunque nunca tan cerca como en aquellos momentos con Gladden y Backus, cuando me echaba el aliento a la cara, clavaba sus ojos en los míos y hacía ademán de agarrarme.

Lo que más recuerdo son sus ojos. No puedo irme a dormir sin pensar antes en sus ojos. No por lo que veía en ellos, sino por lo que no tenían, por lo que les faltaba. Detrás de ellos sólo había oscuridad. Un desespero vacío tan intrigante que a veces me descubría a mí mismo luchando contra el sueño para pensar en él. Y cuando pienso en ellos no puedo dejar de pensar también en Sean. Mi hermano gemelo. Me pregunto si, en el instante final, miró a su asesino a los ojos. Me pregunto si vio lo que yo vi. Una maldad tan pura y tan terrorífica como una llamarada. Todavía lloro por Sean. Y lo seguiré haciendo siempre. Y mientras espero y aguardo al ídolo, me pregunto cuándo volveré a ver esa llamarada.

Agradecimientos

Quisiera expresar mi agradecimiento a las siguientes personas, por la ayuda y el apoyo que me han prestado:

Muchas gracias a mi editor, Michael Pietsch, por su larga y ardua tarea con este manuscrito, y a sus colegas de Little, Brown & Company sobre todo a mi amigo Tom Rusch, por todos los esfuerzos que han hecho en mi favor.

Mi esposa Linda y todos los miembros de mi familia me proporcionaron una ayuda inestimable al leer los primeros borradores y mostrarme, en no pocas ocasiones, dónde me estaba equivocando.

En lo referente a investigaciones, quiero agradecer a Bill Ryan y a Rick y Kim Garza su ayuda y la paciencia que demostraron ante mis preguntas.

También me siento agradecido hacia los numerosos libreros que he tenido ocasión de conocer en los últimos años y que han puesto mis historias en manos de los lectores.

Finalmente, mi reconocimiento más profundo a Edgar Alian Poe por su poesía.

Michael Connelly

***