Se refería a las extensas peticiones de búsqueda que solía hacerle cuando preparaba mis reportajes. Muchos de los reportajes de sucesos que yo escribía giraban en torno a noticias sobre la aplicación de la ley publicadas en todo el país.
Siempre tenía que saber qué más se había escrito sobre el tema y dónde.
– Lo siento -le dije con fingida contrición-. Ésta vez puede que te haga pasar el resto del día con Lex y Nex.
– Eso si es que logro conectarme. ¿Qué necesitas?
Tenía un discreto atractivo. Siempre llevaba el cabello negro recogido en una trenza, tenía unos ojos castaños tras las gafas de montura metálica y unos labios carnosos que nunca se pintaba. Agarró un cuaderno de notas, se ajustó sus gafas y cogió un bolígrafo, dispuesta a anotar la lista de cosas que yo quería. Lexis y Nexis eran unas bases de datos informatizadas donde se podía consultar información publicada en la mayor parte de los grandes y no tan grandes periódicos del país, así como resoluciones judiciales. Proporcionaban también enlaces para acceder a otros lugares de interés de las autopistas de la información. Si querías saber lo que se había escrito sobre un tema determinado o una noticia en particular, la red Lexis/Nexis era el lugar adecuado para empezar.
– Suicidios de policías -le dije-. Quiero encontrar todo lo que pueda sobre ello.
Puso mala cara, supongo que sospechaba que la búsqueda se debía a motivos personales. El tiempo del ordenador es caro y la empresa tiene estrictamente prohibido su uso por razones personales.
– No te preocupes. Es para un reportaje. Glenn acaba de encargármelo.
Asintió con la cabeza, pero me preguntaba si me habría creído. Supuse que lo comprobaría con Glenn. Volvió la mirada a su cuaderno de notas.
– Lo que estoy buscando son estadísticas nacionales de casos, datos sobre la proporción de suicidios de policías comparada con la de otros oficios y con la del total de la población y alguna referencia a gabinetes u organismos gubernamentales que lo hayan estudiado. Uf, veamos, qué otra cosa… ¡Ah, sí! y cualquier cosa anecdótica.
– ¿Anecdótica?
– Ya sabes, recortes sobre suicidios de polis que se hayan publicado. Vamos a remontamos a cinco años atrás… Estoy buscando ejemplos.
– Como el de tu…
Se dio cuenta de lo que iba a decir.
– Sí, como el de mi hermano.
– Es una pena.
Se quedó callada y dejé que el silencio flotase entre nosotros un instante antes de preguntarle cuánto creía que le llevaría la investigación en el ordenador. Desde que no escribía para el cierre diario, mis peticiones solían perder prioridad.
– Bueno, es realmente una búsqueda al azar, sin nada específico. Me va a llevar algún tiempo, y ya sabes que tengo que posponerla cuando empiecen a venir los del diario. Pero lo intentaré. ¿Qué te parece a última hora de esta tarde?
– Perfecto.
De vuelta a la redacción miré el reloj de pared y vi que eran las once y media. Era buena hora para lo que tenía que hacer. Desde mi escritorio hice una llamada a una fuente en el bar de los polis.
– E y, Skipper, ¿vas a estar ahí?
– ¿Cuándo?
– A la hora de almorzar. Puede que necesite algo. Es probable que vaya.
– Mierda. Vale. Aquí estoy. E y, ¿cuándo has vuelto?
– Hoy. Luego te cuento.
Colgué, me puse la gabardina y salí de la redacción. Caminé las dos manzanas que me separaban del cuartel general del Departamento de Policía de Denver, puse mi pasé de prensa sobre el mostrador de un poli que no se dignó desviar la mirada de su Post y subí a las oficinas de la SIU en el cuarto piso.
– Te voy a hacer una pregunta -me dijo el detective Robert Scalari cuando supo lo que quería-. ¿Estás aquí como hermano o como periodista?
– Ambas cosas.
– Siéntate.
Scalari se reclinó sobre la mesa, supongo que para que yo pudiera apreciar el laborioso trabajo de peluquería que había realizado para disimular su calvicie.
– Escucha, Jack -dijo-. Esto es un problema para mí.
– ¿Qué problema?
– Mira, si me hubieras venido como un hermano que quiere saber el porqué, eso sería una cosa, y probablemente te
habría dicho lo que sé. Pero si lo que yo te diga va a acabar saliendo en el Rocky Mauntain News, entonces no me interesa. Tu hermano me merece demasiado respeto como para permitir que lo que pasó acabe ayudando a vender periódicos. Aunque a ti no te lo parezca.
Estábamos solos en un pequeño despacho con cuatro escritorios. Las palabras de Scalari me molestaron, pero me contuve.
Me incliné hacia él para que pudiera ver mi cabeza llena de saludable cabello.
– Permítame una pregunta, detective Scalari. ¿Fue asesinado mi hermano?
– No, no lo fue.
– Está seguro de que fue un suicidio, ¿no?
– Exacto.
– ¿Y el caso está cerrado?
– Vuelves a acertar.
Me incliné hacia atrás.
– Pues eso es lo que de verdad me fastidia.
– ¿Por qué?
– Porque usted se contradice. Me está diciendo que el caso está cerrado y que no puedo ver los documentos. Si está cerrado, entonces yo tendría derecho a ver el caso porque se trata de mi hermano. Y si está cerrado, eso significa que, como periodista, no puedo poner en peligro una investigación en curso con sólo ver los documentos.
Le dejé que lo pensase unos instantes.
– De modo que -acabé diciendo-, siguiendo su propia lógica, no hay motivo para que no pueda ver los documentos.
Scalari se quedó mirándome. Pude ver cómo la ira le subía a las mejillas.
– Escucha, Jack, hay cosas en ese expediente que es mejor que no se sepan y, por supuesto, que no se publiquen.
– Creo que yo estoy más capacitado para juzgar eso, detective Scalari. Era mi hermano. Mi hermano gemelo. No voy a hacerle ningún daño. Sólo estoy intentando darle sentido a algo para mí mismo. Si después escribo sobre ello, será para acabar enterrándolo con él, ¿vale?
Nos quedamos un buen rato mirándonos fijamente. Le tocaba hablar a él y yo esperaba a que lo hiciera.
– No puedo ayudarte -dijo por fin-. Ni aunque quisiera. Está cerrado. El caso está cerrado. La carpeta ya ha ido al registro para que procesen los datos. Si quieres, pídesela a ellos.
Me levanté.
– Gracias por decírmelo al principio de la conversación.
Salí sin decir nada más. Sabía que Scalari me lo soplaría. Había acudido a él porque tenía que seguir las reglas y porque quería ver si conseguía averiguar dónde estaba el expediente.
Bajé por la escalera que, en general, utilizan en exclusiva los polis, en dirección al despacho del capitán administrador del Departamento. Eran las doce y cuarto, de modo que el mostrador de recepción estaba vacío. Pasé por delante de él, llamé a la puerta y oí una voz que me invitó a entrar.
El capitán Forest Grolon estaba sentado a su mesa. Era un hombre tan alto que los muebles normales de oficina parecían mobiliario infantil. Era un negro de tez de ébano con la cabeza afeitada. Se levantó para darme la mano y me recordó que medía casi dos metros de altura. Me imaginé que haría falta una báscula especial para pesar toda su abundancia. Estreché su mano y sonreí. Lo había tenido como una de mis fuentes desde hacía seis años, cuando yo hacía el trabajo diario de sucesos y él era sargento de patrulla. Ambos habíamos ascendido desde entonces.
– ¿Cómo te va, Jack? ¿Es cierto que acabas de volver?
– Sí, me he tomado unas vacaciones. Estoy bien. No mencionó para nada a mi hermano. Había sido uno de los pocos que acudieron al funeral y eso ya decía claramente cuáles eran sus sentimientos. Volvió a sentarse y yo me instalé en una de las sillas que había frente a su escritorio.
El trabajo de Grolon tenía poco que ver con patrullar la ciudad. Estaba en la parte administrativa del Departamento. Se encargaba del presupuesto anual, del personal y de la formación. Y de los despidos.