La siguiente foto era un primer plano del parabrisas desde el exterior. El mensaje era apenas legible, pues el cristal se había desempañado. Pero estaba allí y a través del cristal se podía ver también a Sean. Tenía la cabeza caída hacia atrás y la mandíbula alzada. Pasé a la foto siguiente y me sentí dentro del coche con él. Tomada desde el asiento del pasajero delantero, se veía todo el cuerpo. La sangre se había abierto camino como un collar desde la parte trasera del cuello y después sobre el jersey. Llevaba abierto el pesado anorak. Había salpicaduras en el techo y en la ventana trasera. El arma estaba en el asiento, junto a su muslo derecho.
El resto de las fotos eran, la mayoría, primeros planos desde distintos ángulos, pero no me afectaron tanto como había creído. La iluminación artificial había desprovisto a mi hermano de su humanidad. Parecía un maniquí. Pero no encontré en ellas nada tan desconcertante, como el hecho de que reiteraban mi convicción de que Sean, en efecto, se había quitado la vida. Entonces admití para mis adentros que había acudido allí con una esperanza secreta y que ésta se había desvanecido.
Grolon entró y me miró con ojos inquisidores al ver que me ponía en pie y dejaba la carpeta sobre su mesa. Abrió una bolsa marrón y sacó un bocadillo de huevo con ensalada.
– ¿Estás bien?
– Estoy bien.
– ¿Quieres medio bocadillo?
– No.
– Bueno, ¿cómo te sientes?
La pregunta me hizo sonreír porque era la misma que yo había hecho tantas veces. Él frunció el ceño.
– ¿Ves esto? -le dije señalando la cicatriz de mi cara-. Lo conseguí por hacerle a alguien esa misma pregunta.
– Lo siento.
– No importa. Ya está.
Después de ver el expediente sobre la muerte de mi hermano, quería conocer los detalles del caso Theresa Lofton. Si iba a escribir sobre lo que hizo mi hermano, tenía que saber lo que él sabía. Tenía que comprender lo que él había llegado a comprender. Sólo que esta vez Grolon no podía ayudarme. Las carpetas de casos abiertos de homicidio se guardaban bajo llave y a Grolon le habría parecido más arriesgado que útil intentar conseguirme el expediente Lofton.
Tras haber comprobado que la sala de detectives del CAP se había vaciado a la hora de comer, el primer sitio donde busqué a Wexler fue el Satire. Era el lugar favorito de los polis para comer -y beber- a mediodía.
Allí lo encontré, en uno de los apartados del fondo. El único problema era que estaba con St. Louis. No me habían visto y yo me preguntaba si no sería mejor dejarlo de momento y tratar de pillar a Wexler a solas más tarde. Pero entonces los ojos de Wexler se fijaron en mí. Fui hacia ellos. Por sus platos manchados de ketchup vi que habían acabado de comer. Wexler tenía ante sí, sobre la mesa, lo que parecía un Jim Beam con hielo.
– ¿Habéis visto esto? -dijo Wexler con toda naturalidad.
Me senté en el asiento libre junto a St. Louis. Así podía mirar a Wexler de frente.
– ¿Qué es esto? -protestó St. Louis sin dureza.
– La prensa -dije-. ¿Cómo les va?
– No contestes -le dijo St. Louis rápidamente a Wexler-. Está buscando algo que no tiene.
– Así es, por supuesto -dije-. ¿Qué hay de nuevo?
– No hay nada nuevo, Jack -dijo Wexler-. ¿Es verdad lo que dice Big Dog? ¿Estás buscando algo que te falta?
Era como un baile. Un parloteo amistoso destinado a indagar el meollo de la cuestión sin preguntar específicamente por él ni encararlo de frente. Armonizaba con los apodos que solían usar los polis. Yo había bailado de ese modo muchas veces y sabía hacerlo bien. Había que moverse con tacto. Como cuando practicábamos el ataque a tres jugando al baloncesto en la universidad. Hay que fijar la mirada en la pelota, pero sin perder de vista a los otros dos jugadores. Yo siempre era el jugador astuto. Sean era el fuerte. Lo suyo era el fútbol. Lo mío, el baloncesto.
– No exactamente -dije-. Pero ya he vuelto al trabajo, chicos.
– ¡Eh! A lo que íbamos -se quejó St. Louis-. ¡Cuidado con los sombreros!
– Bueno, ¿qué pasa con el caso Lofton? -le pregunté a Wexler, ignorando a St. Louis.
– ¡So, Jack! ¿Nos estás hablando como periodista?
– Sólo estoy hablando contigo. Y sí, como periodista.
– Entonces, ni hablar del caso Lofton. Sin comentarios.
– Así que la respuesta es que no pasa nada.
– He dicho sin comentarios.
– Mira, quiero ver hasta dónde habéis llegado. El caso tiene ya casi tres meses. Pronto irá al archivo de casos sin resolver, si es que no está ya allí, y tú lo sabes. Sólo quiero ver el expediente. Quiero saber qué es lo que deprimió tanto a Sean.
– Te olvidas de algo. Tu hermano fue calificado de suicida. Caso cerrado. No importa qué le pasaba con el caso Lofton. Además, de hecho no se sabe si tuvo algo que ver con lo que hizo. Como mucho, fue algo colateral, pero nunca lo sabremos.
– Corta el rollo. Acabo de ver el expediente de Sean -las cejas de Wexler se alzaron hasta un nivel que me pareció subliminal-. Allí está todo. Sean estaba jodido por este caso. Estaba yendo al psicólogo. Le dedicaba todo su tiempo. Así que no me digas que nunca lo sabremos.
– Mira, chaval, nosotros…
– ¿Le habías llamado así alguna vez a Sean? -le interrumpí.
– ¿Cómo?
– Chaval. ¿Le habías llamado chaval alguna vez?
Wexler me miró confundido.
– No.
– Pues no me lo digas a mí tampoco. -Wexler alzó los brazos en posición de manos arriba-. ¿Por qué no puedo ver el expediente? Vosotros no estáis haciendo nada con él.
– ¿Quién dice eso?
– Lo digo yo. Le tienes miedo, tío. Sabes lo que le hizo a Sean y no quieres que te pase lo mismo. Así que el caso está metido en algún cajón por ahí. Debe estar criando polvo. Te lo garantizo.
– ¿Sabes, Jack? Tú estás lleno de mierda. Y si no fueras hermano de tu hermano te sacaría de aquí a patadas. Me estás cabreando. Y no me gusta que me hagan cabrear.
– ¿Ah, sí? Pues imagínate cómo me siento yo. El caso es ése, que soy su hermano y creo que eso me implica.
St. Louis sonrió con una mueca afectada de desprecio.
– E y, Big Dog, ¿no va siendo hora de que salgas a hacer aguas en una boca de incendios o así? -le dije.
Wexler inició una carcajada, pero se contuvo rápidamente. La cara de St. Louis se puso al rojo.
– Escucha, renacuajo -dijo-. Te voy a meter…
– Tranquilos, chicos -terció Wexler-. No pasa nada. Oye, Ray, ¿por qué no sales a fumar un cigarrillo? Déjame hablar con Jackie, que lo ponga en su sitio y salgo enseguida.
Me levanté del banco para que St. Louis pudiera salir. Al hacerlo me lanzó una mirada mortífera. Volví a sentarme.
– Bebe, Wex. No tiene sentido actuar como si el Beam no estuviera en la mesa.
Wexler esbozó una sonrisa afectada y tomó un sorbo de su vaso.
– ¿Sabes?, gemelos o no, te pareces mucho a tu hermano. No abandonas con facilidad. Y puedes ser jodidamente mordaz. Si te quitaras esa barba y ese pelo de hippy podrías pasar por él. También tendrías que hacer algo con esa cicatriz.
– Veamos, ¿qué hay del expediente?
– ¿Qué pasa con él?
– Tienes que dejármelo ver. Se lo debes a él.
– No te sigo, Jack.
– Sí, sí que me sigues. No puedo dejado hasta que lo haya visto todo. Sólo estoy tratando de comprender.
– También tratas de escribir sobre ello.
– Para mí, escribir es como para ti beber de ese vaso. Si puedo escribir sobre ello, lo puedo entender. Y puedo enterrarlo. Eso es todo lo que quiero.