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Maan Meyers

El policía honrado

Dutchman III

Para Rita y Lenny,

Más que una familia

Agradecimientos

Gracias a Linda Ray, Ann Bushneil, Chris Tomasino, Dr. William Gottfried, Dra. Ira Golditch y Dr. Ludwig Leibsohn, así como al personal de la biblioteca de la Historical Society de Nueva York.

Mi más sincera gratitud a nuestra editora, Kate Burke Miciak, cuyas palabras de aliento apreciamos.

***

NUESTRA SITUACIÓN NO SÓLO ES INQUIETANTE, SINO REALMENTE ALARMANTE. EL EMBARGO IMPUESTO RECIENTEMENTE SOBRE NUESTROS BARCOS NOS IMPIDE NO SÓLO HACERNOS A LA MAR, SINO TAMBIÉN GANARNOS LA VIDA EN TIERRA FIRME. ASÍ PUES, LE PREGUNTAMOS HUMILDEMENTE CÓMO PROCEDER EN ESTA SITUACIÓN, Y LE ROGAMOS QUE NOS PROPORCIONE MEDIOS DE SUBSISTENCIA PARA PASAR EL INVIERNO SI EL EMBARGO NO ES ABOLIDO DE INMEDIATO. ¿DE QUÉ VA A ENORGULLECERSE ESTADOS UNIDOS SI NO ES DE SU AGRICULTURA Y SU COMERCIO? LA DESTRUCCIÓN DE LO UNO SERÍA LA RUINA DE LO OTRO.

YA HEMOS GASTADO LA MAYOR PARTE DE LAS PAGAS QUE NOS DEBÍAN DE NUESTRAS ÚLTIMAS TRAVESÍAS, Y PEOR AÚN, HEMOS CONTRAÍDO DEUDAS POR NUESTRO HOSPEDAJE.

¿CÓMO ESPERAN QUE PAGUEMOS? SI SAQUEAMOS O ROBAMOS, ACABAREMOS SIN DUDA EN LA PRISIÓN ESTATAL.

EN UN COMUNICADO DE ESTA MAÑANA TRATABA DE DISUADIRNOS DE NUESTRO PROPÓSITO, MENCIONANDO QUE HABÍA TOMADO MEDIDAS EN PREVISIÓN DE LAS GENTES DIGNAS DE COMPASIÓN. AÚN NO LO SOMOS, PERO NO TARDAREMOS EN SERLO SI NO HACE NADA POR AYUDARNOS. SOMOS HOMBRES SANOS, ROBUSTOS Y HONRADOS QUE PREFIEREN CUALQUIER CLASE DE EMPLEO A VIVIR DE LA BENEFICENCIA. PERO LE ROGAMOS HUMILDEMENTE QUE NOS PROPORCIONE MEDIOS PARA SUBSISTIR, O LA CONSECUENCIAS SERÁN NO SÓLO FATALES PARA NOSOTROS, SINO RUINOSAS PARA EL FLORECIENTE COMERCIO DE ESTADOS UNIDOS, YA QUE NOS VEREMOS OBLIGADOS A PARTIR A BORDO DE BARCOS EXTRANJEROS.

Presentado al alcalde de Nueva York por un grupo de marineros reunidos en el ayuntamiento en la mañana del sábado 8 de enero de 1808.

Prólogo

Viernes, 22 de enero

El halcón se posó sobre uno de los abruptos montículos de barro y escombros que rodeaban el embalse, ladeó la cabeza y observó la actividad que se desarrollaba abajo. Tenía hambre y en su nido aguardaban cuatro bocas. No quitaba el ojo de encima al cerdito que correteaba a los pies de los carreteros y jornaleros cinco metros más abajo, deteniéndose sólo para mordisquear las raíces que sobresalían del suelo helado. Por encima del halcón unas nubes gris pizarra cruzaban raudas el cielo impulsadas por el recio viento del norte.

El halcón, una sombra marrón oscura, llevaba todo el día acechando a su presa, elevándose en el cielo para a continuación descender en picado. Los hombres le habían gritado y arrojado piedras. Era su comida y no iban a permitir que un pajarraco escuálido la tocara. Lo habían ahuyentado de un extremo del montículo, pero los sobrevoló en círculo y se posó en el otro extremo, clavando sus garras amarillas una vez más en el duro suelo. Al cabo de un rato se habían cansado de perseguirlo. El halcón sólo tenía que esperar. Sabía que la oscuridad pondría fin a la actividad de los hombres, porque sin fuego no veían. La noche le pertenecía a él.

El halcón extendió las alas y las dobló contra los costados, encrespando las plumas color crema del cuello. La paciencia era su punto fuerte. Se apoyó en la otra garra, arrojando tierra helada hacia abajo.

Los jornaleros iban y venían, sacando barro del agua fría y cargándolo en carros para llevarlo lejos. Estos carros regresarían rebosantes de tierra que verterían en lo que quedaba del embalse, donde tan bien había comido el halcón en otro tiempo.

Cayó la noche. Cuando los carreteros empezaron a echarse la pala al hombro, el halcón encaramado en su promontorio se preparó, aferrándose con las garras al inestable montículo y estirando el cuello. El azulado garfio de su pico apenas se distinguía contra el azul cada vez más oscuro del cielo. Extendió las alas y alzó el vuelo. En ese preciso instante un águila cayó en picado por su lado y atrapó con sus afiladas garras al cerdito. La aterrorizada criatura chilló; ofendido por tan arrogante piratería, el furioso halcón emitió un largo y escalofriante grito.

La sangre del cerdito llovió sobre los indignados hombres, salpicándolos, mientras agitaban en vano sus puños hacia el cielo.

Esa noche el águila cenaría bien, a diferencia del halcón y de los hombres que trabajaban en el Collect.

PRIOR Y DUNING,

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New-York Evening Post

Enero de 1808

1

Viernes, 22 de enero. A media tarde

Golpeó el suelo con los pies para sacudirse la nieve de las botas y entró a hurtadillas en la cocina, decidido a evitar a su padre, pues estaba seguro de que habría otra pelea. Ya oía su voz reprobadora:

«Falta una hora para que anochezca. ¿Por qué sales del trabajo en pleno día? ¿Por qué no te tomas en serio las cosas serias? ¿Qué clase de hijo eres? -Le palpitaría la vena de la frente-. Mi padre era médico, y yo soy médico. ¿Qué pecado he cometido para que mi hijo no lo sea?»

Entonces su madre saldría en su defensa, y estallaría la guerra por y en torno a él.

Micah, la sirvienta, se hallaba inclinada recogiendo el hollín de la chimenea, sujetándose con los dientes el bajo del delantal de guinga a cuadros para no mancharlo. Silbaba débilmente y no lo oyó entrar. Se acercó a la criada con sigilo y, agitando los brazos, exclamó:

– Oooohhhh.

– ¡Aaaah! -Micah cayó desplomada, y la cofia de muselina se le resbaló sobre un ojo. Al verlo de pie a su lado, carcajeándose, soltó una risita-. Va a matarme, Peter Tonneman. Y sus padres se enfadarán mucho.

– Lo siento, Micah. -Todavía riendo, Peter la ayudó a levantarse y le tendió la escobilla de paja que había caído al suelo-. No he podido evitarlo.