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Jake respiró el aire vigorizante. Tenía la costumbre de dar una vuelta rápida por la ciudad para ver si el domingo era respetado y tranquilo, y terminar con una taza de café en el Tontine.

– ¿Señor?

Hays se volvió y vio al hombre enjuto aproximarse a él.

– ¿Sí?

– Lamento molestarle en domingo, señor. Se trata de un cadáver.

Jake miró con los ojos entornados a aquel hombre de aproximadamente su misma estatura.

– ¿Un cadáver?

– Se supone que le espera un mensaje en su oficina, donde quiera que esté, pero no he pegado ojo en toda la noche angustiado por el alma de ese pobre diablo.

Jake frunció el entrecejo.

– Disculpe mi lenguaje, señor.

Jake agitó la mano derecha.

– No importa.

Grand Street estaba atestada de feligreses que volvían a sus trineos.

– Cenaremos juntos, Jake -dijo una mujer- No te retrases.

El alguacil mayor la despidió con la mano.

– Acompáñame -pidió al hombre del tabardo verde-. ¿Dónde se encuentra?

– ¿Cómo dice?

– El cadáver.

– Al otro lado del Collect. En Lispenard Meadows.

Los dos hombres se encaminaron hacia el Bowery. Jake iba delante. El domingo era el único día de la semana en que su ayudante, Noah, no le acompañaba. Tal cambio de rutina permitía a éste asistir a la reunión baptista africana de Stone Street después de dejar en casa al señor Hays y su familia.

A Jake le encantaban los domingos. Ese día advertía que todo marchaba bien en el mundo. Hasta que el primer problema se cruzaba en su camino. Y por desgracia ya parecía haberse cruzado, y aún no había transcurrido ni medio día.

– Hace un par de siglos todo era desierto, hasta que los holandeses empezaron a cultivar las tierras.

El hombre enjuto gruñó. Le costaba seguir el paso del alguacil mayor, sobre todo por los resbaladizos tramos de madera.

– Me gusta la vida urbana -prosiguió Jake meneando la cabeza-. Pero el domingo, el día del Señor, prefiero el campo. -Respiró hondo-. Soy un auténtico campesino, con mis árboles, manzanas y melocotones. Me asombra el modo en que la ciudad crece. ¿Te has fijado en que están construyendo el nuevo ayuntamiento en Chambers Street?

– Sí, señor.

– En las afueras de la ciudad. ¡Ja! En pocos años Nueva York será el doble de grande. Recuerda mis palabras. No habrá un solo rincón donde respirar. Cada día perdemos más bosques, pájaros y animales. -Se interrumpió-. ¿Eres marinero?

– Sí, señor. ¿Cómo lo sabe?

– El abrigo te delata. Y tu forma de andar. También las manos; los callos de los marineros son distintos a los de los hombres de tierra firme.

– Sí, señor.

– ¿De dónde eres? No me lo digas. Irlandés, ¿verdad?

Por simple que fuera, hasta Duffy sabía que no era una gran proeza adivinar su tierra natal. Sonrió y respondió con acento irlandés:

– ¿Cómo lo sabe?

– ¿Católico?

Duffy se ofendió. ¿Iba a tener problemas? A juzgar por el rostro del alguacil, no. Su religión tampoco era difícil de adivinar.

– Me ha pillado.

El alguacil mayor frunció el entrecejo.

– Te he visto en la iglesia.

Duffy asintió.

– ¿Qué opinas de nuestros servicios?

– Muy bonitos -respondió el marinero, educado-. Pero dejan cantar a cualquiera, y algunos no saben. -Adoptó una expresión de desagrado.

– Es posible, pero al menos entendemos qué decimos cuando rezamos -replicó Jake-. No como vosotros, con vuestros galimatías en latín.

El marinero optó por no responder. De nada servía discutir de religión, y menos siendo él el católico.

– Sí, señor.

El alguacil mayor le tendió la mano.

– Jake Hays.

Cohibido, Duffy se la estrechó.

– Bill Duffy.

– ¿No tienes unos buenos guantes?

– No, señor.

El alguacil mayor meneó la cabeza.

– ¿Qué hay de ese cadáver?

Paciente, Duffy se lo explicó.

– Trabajaba entre Church y Broadway, limpiando los alrededores del embalse, cuando vi que algo sobresalía de la tierra. ¡Que me maten si no era una mano humana! -Se santiguó-. Y estaba pegada a un brazo.

– ¿Estás seguro?

– Reconozco una mano cuando la veo. Señalé el lugar con una estaca de madera para que pueda usted encontrarlo.

Oyeron el feroz estruendo aun antes de girar a la derecha al salir del Bowery y adentrarse en Pump Street.

– ¡Jesús, María y José! -exclamó Duffy.

El lugar donde había colocado la señal era una rabiosa maraña de dientes y pelo; un grupo de perros salvajes aullaba y gruñía.

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New-York Herald

Enero de 1808

15

Domingo, 31 de enero. Por la mañana

Sin inmutarse, Jake Hays se interpuso entre los voraces perros, tratándolos como si fueran simples ciudadanos revoltosos y abriéndose paso a bastonazos.

– ¡Fuera! ¡Marchaos!

Los perros retrocedieron, pero no se marcharon. Gruñendo y babeando, mostrando su dentadura desigual y amarilla, avanzaron de nuevo.

Jake se irguió y, alzando el bastón, bramó:

– ¡Por Jehová, largo de aquí!

Por fin se alejaron.

Duffy miró con admiración al representante de la ley mientras los animales salvajes huían presas del terror, gimoteando y con el rabo entre sus esqueléticas patas.

– ¡Pobres bestias muertas de hambre! -exclamó Jake, chasqueando la lengua y bajando el bastón.

Duffy observó la mano que los perros habían desgarrado.

– Hemos llegado en el momento oportuno. Un minuto más tarde, y habrían devorado hasta el hueso. -Meneó la cabeza-. De todos los ultrajes, sólo ser enterrado en tierra no sagrada me parece peor que esto. Es terrible. -Comprobó la estaca que había clavado. Seguía firme. Golpeó el suelo con el pie-. Está demasiado duro para cavar.

Jake se agachó para examinar la mano, luego se levantó.

– Puede esperar hasta mañana…

– Pero los perros…

– Pondré vigilancia. Anímate, Duffy; este hombre se ha reunido con su Creador. Y por desgracia, no es el único. Si me dieran cinco centavos por cada cadáver abandonado en el suelo de Gotham, sería Creso.

– ¿Perdón, señor?

– No importa. Con este aire helado, no habrá mucho trabajo en el Collect hasta el deshielo de la primavera. ¿Te interesa otro empleo?

– ¿Cómo dice?

– El ayuntamiento te pagará un dólar por quedarte aquí, vigilando que los perros no vuelvan a abalanzarse sobre el cadáver. Pero antes iremos al Tontine para disfrutar de un copioso almuerzo, para que resistas lo que será un largo día. Me ocuparé de que un guardia nocturno te releve al anochecer.