Выбрать главу

Hays se estiró satisfecho. Luego se levantó y se acercó al tabernero Lemual Wilson, que dormía su siesta dominical detrás del mostrador.

– Un millón de perdones por interrumpir tu siesta, Lem, pero necesito un cordel o una cuerda.

Duffy prestó poca atención. Aún le quedaba un pedazo de pan y se disponía a introducirlo en la boca cuando reparó en los trozos de patata y nabo ocultos en una espesa salsa marrón en el plato del alguacil mayor. Duffy lo miró con disimulo, cambió su plato rebañado por el más tentador de Hays y comenzó a rebañar de nuevo.

– Ah -murmuró, por fin saciado.

Recostándose en la gran silla de roble, volvió a coger el cigarro. En el otro extremo de la habitación, dos hombres con aspecto de viajeros -comerciantes lo más probable-, se hallaban sentados, fumando sus respectivas pipas.

– Es cuanto puedo ofrecerte -dijo Wilson, entregando a Hays un ovillo de lana amarilla-. Y mi mujer se enojará cuando repare en su falta.

– Servirá. Muchas gracias -respondió Hays.

Dio una palmada a Duffy en la espalda y le entregó el ovillo de lana, una rebanada de pan, una jarra de loza y una botella.

– Aquí tienes. Y… -Sacó de la cartera un billete de un dólar y dos centavos, y añadió-: El pan, el cocido, el agua, y los centavos son para nuestros amigos menos afortunados.

– ¿Para qué es la lana amarilla? -preguntó Duffy-. ¿Para tejer guantes?

El alguacil mayor soltó la carcajada.

– Eres un tipo divertido. Me propongo cercar con ella el terreno que rodea la mano. Quiero que la zona permanezca cerrada hasta que sea examinada. Acudiré allí a las nueve de la mañana. No quiero que se remueva la tierra hasta que se presente el juez de instrucción.

– ¿El juez de instrucción? -repitió Duffy, a quien la comida caliente le infundía coraje para preguntar.

El viejo Hays asintió.

– John Tonneman.

20 DÓLARES DE RECOMPENSA

EXTRAVIADOS EL SÁBADO DÍA 23 DEL MES CORRIENTE, CERCA DE GRACE CHURCH, ESQUINA BROADWAY Y RECTOR STREET, CIEN DÓLARES EN BILLETES PEQUEÑOS, A SABER: NUEVE DE DIEZ DÓLARES, TRES DE TRES DÓLARES UNO DE UN DÓLAR. SI QUIEN LOS ENCUENTRE DEVUELVE LA CANTIDAD ÍNTEGRA EN ESTA OFICINA, RECIBIRÁ LA RECOMPENSA MENCIONADA MÁS ARRIBA Y LA GRATITUD DEL PROPIETARIO, QUE ES UN HONRADO E INFATIGABLE TRABAJADOR.

New-York Evening Post

Febrero de 1808

16

Lunes, 1 de febrero. Por la mañana

Duffy, levantado desde antes del amanecer, salió con un pico y una pala, un cubo de carbón caliente y una carreta cargada de madera. Hacía tanto frío que los mocos se le helaban.

No encontró ningún guardia nocturno velando la mano. ¡Menudos tipos! Por fortuna tampoco había perros, y la mano presentaba tan buen aspecto como la última vez que la había visto, si podía calificarse de «bueno». Los dedos grises y mordisqueados emergían del barro congelado. Hacia el este, por encima de Brooklyn, un tímido sol salía sigiloso.

Siguiendo las instrucciones del viejo Hays, el día anterior, después de la copiosa comida, había acordonado la zona con la lana amarilla. La lana seguía allí, rodeando la mano, que parecía suplicar. Duffy se santiguó dos veces.

Los trozos de carbón que había portado consigo no bastaban para la tarea. Tendría que procurarse más.

Tardó un buen rato en encender un fuego cerca de la mano. Y transcurrió aún más tiempo hasta obtener suficientes rescoldos que colocar alrededor de la mano a fin de ablandar la tierra. Entonces se vio obligado a alejarlos, porque si bien la emblandecían, también amenazaban con asar los congelados dedos, lo que suponía no complacería al viejo Hays.

Como era su costumbre, el alguacil mayor había echado a andar seguido por su cochero, Noah, que ese día iba en un trineo rojo oscuro cuyas campanillas de latón anunciaban alegremente su paso.

– Buenos días, Duffy -saludó Hays, entregando al marinero un par de guantes gastados, pero en buen estado.

Duffy no cabía en sí de alegría. Parecían de piel de conejo. Se los puso. Tenían tacto de conejo.

– Gracias, señor…

El alguacil mayor agitó el bastón. Bajó la vista hacia la tierra ablandada y la mano suplicante, luego examinó el terreno acordonado y lo recorrió trazando un círculo cada vez más amplio.

Apartó de su mente pensamientos extraños. No había nada evidente a la vista, pero sabía por experiencia que no debía suponer nada.

Duffy esperó, satisfecho con el descanso pero triste por el frío que sentía cuando no trabajaba, sin dejar de observar el extraño comportamiento del alguacil mayor. Finalmente éste se acercó de nuevo a la mano.

– Está bien, Duffy, puedes empezar a cavar.

El día había amanecido despejado y frío como la nieve que crujía bajo las botas de John Tonneman. Este ató su bayo castrado a un triste abedul.

Los alrededores del Collect casi habían desaparecido al ser rellenados, confundiéndose con los Lispenard Meadows. Las zonas más conocidas de su ciudad comenzaban a desaparecer con alarmante regularidad. Sus nietos vivirían en una monstruosa y espléndida metrópolis; Gotham, como la había apodado Washington Irving, la tierra de los sabios necios.

El terreno descendía con suavidad. Al verlo acercarse, Jake Hays, que supervisaba la excavación, salió a su encuentro. Tonneman sentía un gran respeto por él, como la mayoría de ciudadanos honrados de Nueva York, y muchos de los menos honrados.

– ¿Qué tenemos aquí?

– Un cadáver, según todos los indicios -respondió Hays con un cigarro apagado entre los dientes-. Este tipo está cavando para nosotros.

Tonneman vio detrás de Hays una zona acordonada con lana atada a unas estacas de unos treinta centímetros de altura. En el centro sobresalía algo. Una mano. Bueno, ya sabía el motivo de su presencia allí.

Alrededor de la mano la tierra era un barro espeso y cubierto de cenizas que amenazaba con congelarse de nuevo. El trabajador tenía que cavar deprisa.

Los dedos desgarrados parecían salir de la tierra. En los años que llevaba ejerciendo de cirujano y juez de instrucción, así como durante la guerra, Tonneman había visto cientos de cadáveres, enteros o por partes. Sin embargo, su amplia experiencia no impidió que en aquellos momentos el pánico se apoderara de él.

Hacía más de treinta años, el mismo día que llegó a Nueva York procedente de Inglaterra, le habían pedido que echara un vistazo a otro cadáver descubierto no muy lejos de aquel lugar. Y poco después Gretel, la mujer que lo había cuidado en la infancia, había sido brutalmente asesinada por un demente.

Él y Mariana habían llamado a su primera hija Gretel en su memoria, cumpliendo un voto.

– ¿Qué tal está tu hijo? -preguntó Jake Hays en voz baja.

Tonneman no respondió. Se limitó a asentir con la vista clavada en la tierra.

– Los negros enterraban a veces a sus muertos alrededor del Collect.

Hays se cambió el cigarro al otro lado de la boca.

– Éste es tan blanco como tú y yo.

Duffy jadeaba mientras cavaba, gruñendo y arrojando la nieve al aire. De vez en cuando se detenía para colocar más trozos de carbón y avivar el fuego. Por fortuna, el cadáver no era muy voluminoso. A juzgar por la ropa -el abrigo gris, los pantalones holgados y los zapatos anchos- había sido cuáquero. Y, lo que era extraño tratándose de un cadáver enterrado, seguía teniendo el sombrero de ala ancha y copa baja bien encajado en la cabeza.