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– ¡Agárrame! -exclamaron las niñas al unísono antes de abandonar alegremente el palco.

Peter las siguió igualmente encantado. De pronto, un bramido proveniente del patio hendió el aire. Detrás de las butacas baratas, dos espectadores empezaron a discutir a gritos.

– ¡Estás bebiendo mi cerveza, cara de mono!

Se oyó un sonoro eructo.

– Demasiado tarde. Se acabó.

– ¿Cómo convertirías a un yanqui en un holandés? -vociferó el otro.

– Rompiéndole la mandíbula y aplastándole el cerebro -fue la respuesta.

Y comenzó la pelea.

Mientras los vigilantes nocturnos irrumpían en el local para ayudar de mala gana y con torpeza a los empleados del teatro en su intento por sofocar la refriega, Tonneman decidió aprovechar la ocasión para hablar con su amigo.

– Jamie.

Éste salió del palco precedido por Tonneman. Junto al palco, tras otra cortina roja, había una pequeña galería que también daba al escenario. El doctor se apresuró a conducir a Jamie hacia allí.

– ¿Puedes venir mañana a primera hora a mi consulta?

– ¡Ja! Por fin has reconsiderado unirte a mi asociación de inversores inmobiliarios.

– Nada de eso. No he cambiado de parecer.

– ¿Entonces?

– Thaddeus Brown ha muerto.

– ¿Cómo?

– Han descubierto su cadáver enterrado cerca del Collect. Y eso no es todo. -Tonneman advirtió que la cortina de terciopelo rojo se movía ligeramente.

Jamie carraspeó.

– Amigo mío, me temo que he estado ocultándote algo. Traté de decírtelo antes.

Tonneman frunció el entrecejo. Antes de que pudiera hablar, se oyó un grito procedente de abajo; en lugar de zanjar la pelea, los guardias nocturnos y los empleados del teatro no habían hecho más que prolongarla.

– ¿Cómo convertirías a un holandés en un yanqui? -exclamó alguien.

– Imposible. No tiene suficiente linaje -fue la respuesta.

La pelea se había extendido por el patio de butacas, hasta el extremo de que resultaba imposible continuar la representación.

De pronto, en medio de la refriega, apareció Jake Hays, quitando sombreros y golpeando nalgas con el bastón.

– Es el viejo Hays.

– Es Jake.

La pelea terminó tan deprisa como había empezado.

– Al parecer se produjo una discusión -explicó Jamie a Tonneman. Se interrumpió para aclararse la voz- Y Peter y Thaddeus llegaron a las manos.

Tonneman sintió como un hachazo en su cabeza ya dolorida, a pesar de que Hays ya le había comentado el incidente. Tal vez en el fondo había albergado la esperanza de que fuera una exageración.

– ¿Cómo lo sabes, Jamie?

La orquesta empezó de nuevo la obertura; una música muy triste, en sintonía con el estado de ánimo de Tonneman. La cortina roja volvió a moverse.

– Me he informado -respondió Jamie.

La cortina se separó, y Goldsmith salió del palco. ¿Había estado escuchando?

– En tu consulta a las nueve -gruñó Jamie.

Pasó junto a Goldsmith y entró en el palco. Tonneman arqueó las cejas.

– Daniel.

Hizo ademán de seguir a Jamie, pero Goldsmith le puso una mano temblorosa en el brazo. Ya no era tan robusto como en su juventud.

Tonneman le dio unas palmaditas en los hombros hundidos.

– Los años se hacen notar, ¿verdad?

– No son los años, sino Gretel, su vieja sirvienta alemana -replicó ásperamente Goldsmith-. Ha vuelto a perseguirme en sueños. Cada vez que me duermo aparece su cabeza ensangrentada y machacada.

Desde el palco, Molly se asomó por encima de la barandilla y silbó a su marido, que se hallaba en la galería. El hombre no hizo caso. La música se tornó más ligera y alegre.

Terminó la obertura, y hubo una gran ovación. El director de orquesta hizo una reverencia y se abrió el telón.

– Gretel me atormenta -continuó Daniel Goldsmith, desesperado-. Viene por la noche y me susurra hasta que despierto bañado en sudor frío.

– Dios mío. ¿Y qué te dice?

La respuesta de Goldsmith se perdió cuando el criado de Don Giovanni, Leporello, entonó su bajo.

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The Spectator

Febrero de 1808

21

Martes, 2de febrero. Muy de mañana

El espectro goteaba sangre de la herida que le separaba la cabeza del cuerpo.

– Johnny… -El ronco susurro brotó a través de los labios hinchados.

De la cabeza ensangrentada cayó una gota roja que salpicó un bulto situado debajo: el cadáver de su hijo Peter.

– Johnny… Johnny…, abre los ojos -gimoteó el espectro.

– Habla -exclamó Tonneman-, Dime…

Despertó. La cabeza iba a estallarle de dolor. Maldito Goldsmith. Por su culpa él también había soñado con Gretel, quien solía llamarle Johnny, y con Johnny había soñado.

– Abre los ojos -murmuró.

Una amarga sonrisa se dibujó en su rostro. Permanecerían abiertos el resto de la noche, seguro.

Y con Peter. Había soñado con Peter muerto.

John Tonneman abandonó la caliente cama y se apresuró a ponerse la bata. No se quitó el gorro de dormir porque la habitación estaba helada. Se acercó al fuego, lo atizó y echó un leño. Mariana gimió y apartó el edredón.

– ¿Mariana?

No respondió. Desde hacía un tiempo, incluso antes de los conflictos de Peter, su mujer se comportaba de forma muy extraña, nada propia de ella. ¿Qué demonio le ocurría?

Mientras mezclaba polvos de corteza de sauce con agua sobre la cómoda, volvió a evocar a Gretel. Se remontó a tres décadas atrás, hacia 1776, el año de la Declaración, el año del nacimiento de Estados Unidos; el mismo en que Gretel había sido brutalmente asesinada por un demente que se proponía matar a George Washington.

Tonneman encendió una vela en el fuego del hogar y se la llevó a la consulta. El nuevo examen del cadáver de Brown no reveló nada nuevo. El hombre había muerto desangrado; si no habría perecido asfixiado bajo la tierra.

Volvió a cubrir los restos y cogió el cráneo. Deslizó los dedos por los huesos mastoides, las prominencias de la base del cráneo detrás de las orejas, y dentro y alrededor de las órbitas.

Con el cráneo en la mano, entró en la biblioteca, cerrando la puerta de la consulta tras de sí. Se sentó y observó detenidamente la cara sonriente de dientes salidos.

Se trataba de un cráneo humano, no cabía duda. A juzgar por el tamaño de la mandíbula, ese humano pesaba unos cuarenta y cinco kilos. La dentadura pertenecía a un adulto joven, de edad comprendida entre quince y veinte años. El tamaño del cráneo, los pequeños huesos mastoides y las órbitas muy marcadas permitieron a su mente analítica confirmar su anterior intuición; se trataba de una mujer, y joven.

A continuación examinó las siete vértebras cervicales que seguían unidas al cráneo. Se soltaron mientras lo hacía.

– Oh, tanto tiempo juntas y se han separado por culpa de mis torpes manos.

Examinó las vértebras con la lupa. El corte de la quinta vértebra cervical era fascinante.

El cráneo sonreía obscenamente, y los dientes salidos lo torturaban aún más que el dolor de cabeza. No era propenso a las pesadillas. Éstas eran más propias de Goldsmith, quien, según recordó, había descubierto el cadáver de Gretel. Y más tarde le había comentado que el ama de llaves se le aparecía en sueños para pedirle venganza. En cualquier caso, hacía mucho tiempo que el asesino había sido arrestado y ahorcado. Suspirando, Tonneman se recostó en la butaca. El dolor de cabeza remitió, y no tardó en quedarse dormido.