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Mientras bebía a sorbos la cerveza, Jake contempló las colinas de Nueva Jersey al otro lado de North River. Nueva York estaba creciendo demasiado. Tal vez debería trasladarse con su familia al otro lado del río. No, era una idea absurda. Le gustaba su ciudad.

– ¿Está pasando un buen día, señor Hays? -preguntó Noah.

– Brillante como el sol.

– Pero…

Jake Hays hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa.

– Ese asunto de Brown es un hueso duro de roer.

– Lo roerá.

– Con el tiempo. En cualquier caso, no se trata de un simple golpe en la cabeza. A ese hombre lo enterraron vivo.

– Eso es horrible.

– En efecto. Y ciertos asuntos relacionados con el difunto deben ser investigados. Tengo entendido que ha desaparecido dinero.

– Hay tipos en esta ciudad que matarían por diez dólares.

– Nueva York puede llegar a ser un lugar horrible -asintió Jake-. Esta vez hay en juego más de diez dólares. Y Brown trabajaba para el ayuntamiento y la Collect Company.

Noah asintió.

– Eso debería darle un montón de ideas.

Jake puso los ojos en blanco.

– ¿Cuánto dinero se destina al canal y cuánto va a parar a bolsillos particulares?

– ¿A mí me lo pregunta, señor? Yo sólo conduzco un carruaje.

Jake se levantó el sombrero para enjugarse la frente.

– ¿Quieres que intercambiemos nuestros empleos?

– No, gracias, señor. -Noah sonrió. Era una conversación que ambos se permitían a menudo.

– ¿Qué hay de ti, Noah? ¿Estás pasando un buen día?

– No me quejo.

Noah entregó la jarra vacía al aprendiz que esperaba. Jake apuró la suya y lo imitó mientras Noah regresaba al carruaje.

– Buenas noches, Jake -se oyó desde el interior de la cervecería.

Una mujer en un carro bajaba por Orange Street en dirección a ellos. Sólo tenía veinte años, pero aparentaba el doble. Sus cuatro hijos iban sentados en lo alto del carro, y un terrier cruzado no paraba de subir y bajar de un salto. Los niños miraron a Jake con sus ojos hundidos.

– Buenas noches, Meg.

– Buenas noches, Jake. -Uno de los pequeños, un chiquillo de unos seis años, se apeó del carro y comenzó a hurgar en las basuras desparramadas por el suelo en busca de comida.

– ¿Qué sabes?

– ¿De qué?

– ¿Qué has oído sobre Joseph Thaddeus Brown?

Una niña de siete u ocho años saltó del carro con un jarro y se encaminó hacia la cervecería. Meg Doty la observó unos instantes.

– ¿El delegado de vías públicas que también trabajaba para la Collect Company?

Jake asintió.

– Muerto, ya sabes. -Puso los ojos en blanco.

Jake hizo una mueca. Meg se creía graciosa.

– ¿Robaba dinero de la Collect Company?

– Unos dicen que sí, otro que no.

– Eres una gran ayuda, Meg.

– Lo intento, señor.

– Encontramos su cadáver el lunes cerca del Collect. Supongo que llevaba allí diez días… Fue visto por última vez dos viernes antes en la oficina. Quiero averiguar si alguien lo vio la noche de ese viernes o después.

Meg se rascó los descoloridos rizos rubios que le asomaban bajo la gorra de lana negra.

– Eso sería el 22 de enero, viernes. ¿Por la noche?

– Así es. ¿Sabes algo?

– Me temo que no. ¿Puedo ayudar más a la ley?

– Sí, y de esto no digas ni pío. ¿Conoces a Peter Tonneman?

– ¿El hijo del viejo Tonneman? Es aficionado al alcohol. A él y al joven Willard, el sobrino del todopoderoso Jamie Jamison, les gusta empinar el codo. ¿Qué hay del joven Tonneman?

– Querría saber dónde estaba ese viernes.

– ¿Hay alguna conexión entre él y el difunto Brown? Sé que trabajaba para ese hombre.

– Lo ignoro. No menciones eso cuando formules preguntas acerca de Peter. No quiero arruinar su reputación si no tiene nada que ver.

– Estaré atenta y preguntaré por allí.

Jake le entregó una moneda de cinco centavos, y Meg la inspeccionó con expresión sombría antes de guardarla en la bolsa de cuero que le colgaba de la muñeca.

El hombre esperó a que se frotara la nariz y dijera las palabras de costumbre.

Meg se frotó la nariz.

– Ahora que pienso, creo recordar…

– ¿De qué se trata?

– Brown aceptaba sobornos.

Jake asintió. Ya había contemplado tal posibilidad.

– De contratistas, carreteros y demás. De todos cuantos quieren sacar tajada del Collect.

Jake se llevó la mano al bolsillo del abrigo.

– ¿Algo más?

Los dos niños que permanecían en el carro se disputaban un trozo de pan.

– He oído comentar -continuo Meg, observando plácidamente la discusión- que iba a medias con un socio.

– ¿Quién podría ser?

La joven miró al alguacil mayor con los ojos muy abiertos. A continuación silbó a los niños, que se detuvieron de inmediato y miraron a su madre precavidos.

– ¿Quién, Meg?

– No he dicho que lo sepa.

– ¿Cuánto?

– Pongo a Dios por testigo que lo ignoro. Si lo supiera, le pediría la luna, y me llevaría a mis hijos al campo y me dedicaría a labrar la tierra.

– ¿Quién mató a Brown?

La joven sorbió por la nariz y se la limpió con la manga del abrigo remendado.

– No lo sé. Tan sólo he oído decir que se cobró y se pagó por asesinarlo.

– ¿Quién pagó?

– No son más que rumores que corren por ahí, ya sabe. -La mujer sonrió al ver salir del Coulter a su hija con la jarra llena de cerveza.

Jake sacó dos monedas de cuarto de dólar.

– Habla. ¿Quién pagó para que mataran a Brown?

Meg quedó sin habla al ver las dos monedas de plata. Tendió una mano medio enguantada y con las uñas negras y, una vez estuvieron en su poder, respondió:

– John Tonneman.

RECOMPENSA DE TREINTA DÓLARES

AYER TARDE UN MARINERO SE CRUZÓ CON UNO DE NUESTROS REPARTIDORES EN LA ESQUINA DE NEW SLIP Y WATER STREET Y LE PIDIÓ UN PERIÓDICO. CUANDO ÉSTE SE LO NEGÓ, LANZÓ SOBRE ÉL UN ENORME PERRO, QUE LE MORDIÓ LA PIERNA, ATRAVESÁNDOLE DE FORMA ASOMBROSA LA BOTA. ROGAMOS A LOS SUSCRIPTORES QUE VIVEN ENTRE FLY MARKET Y NEW SLIP TENGAN LA BONDAD DE PRESCINDIR DE LOS REPARTOS POR EL MOMENTO. SE PAGARÁ LA RECOMPENSA MENCIONADA MÁS ARRIBA A TODA PERSONA QUE FACILITE INFORMACIÓN PARA IDENTIFICAR AL VILLANO.

New-York Herald

Febrero de 1808

24

Martes, 2 de febrero. Por la noche

– No hay un rufián en esta ciudad que yo no conozca -comentaba Jake.

Noah asintió; ya lo había oído antes. Pronto darían las ocho, y hacía casi dos horas que Meg Doty había mencionado a John Tonneman. Habían seguido a la mujer. En opinión de Jake, el mejor método para averiguar detalles acerca de un crimen consistía en seguir al criminal.

Y Meg los había obligado a subir por un camino, bajar por otro y adentrarse en callejones, algunos sin salida. Había revuelto entre las basuras, apartando de una patada lo que juzgaba inservible; se había detenido en una taberna tras otra, animando la persecución como si supiera que la seguían.