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Envuelto en vapor, Tonneman removió el contenido del caldero, absorto en sus pensamientos. De pronto recordó nítidamente el día que ahorcaron a Hickey; el sol resplandeciente, la multitud, el bullicio. Como si se hallara de nuevo en la escena, vio a Mariana exclamar: «¿Por qué a Gretel? ¿Por qué mataste a Gretel?» Hickey había torcido el gesto y preguntado: «¿Cuál de ellas era Gretel?»

Tonneman se estremeció. Hickey nunca conoció a Gretel, de eso estaba seguro. Y de algo más; Hickey no había matado a Gretel. Tal revelación lo dejó perplejo. Si no fue Hickey, ¿quién?

Hizo memoria. Estaba volviéndose viejo, o loco. Cómo envidiaba al doctor Hosack. Estaba seguro de que su existencia era casi perfecta; vivir en una extensión de ocho hectáreas, a ocho o nueve kilómetros al norte, donde Hosack había plantado sus jardines en el año 1801. Era famoso por su renombrada colección de plantas medicinales, así como por su flora americana y extranjera. Y Tonneman estaba convencido de que también era feliz. Por supuesto que lo era; no tenía mujer.

Suspiró. Lo primero era lo primero. Disolvió el bicarbonato en el agua enfriada. Más tarde desempaquetaría las hierbas.

Observado por Micah, vertió el agua con cal en el agua con bicarbonato.

– Mañana retira todo el agua que encuentres en la superficie -ordenó Tonneman a la joven- Procura no desperdiciar el sedimento.

– Sí, doctor Tonneman.

– Recuerda que lo que obtendrás será lejía, que puede producir graves quemaduras. Ten cuidado y ponte guantes.

– Sí, señor Tonneman.

– ¡Hola! ¿Dónde está la gente? -Daniel Goldsmith dobló la esquina de la casa, cojeando.

– ¿El reúma ha vuelto a hacer de las suyas? -preguntó Tonneman, agradeciendo la distracción. Secándose las manos en un trapo, añadió-: Vamos.

Los dos hombres entraron en la casa por la cocina.

– ¿Un oporto, Daniel?

– No me importaría.

Goldsmith dejó el abrigo en una silla y no se quitó el sombrero porque la calva se le enfriaba en los meses de invierno. Una gran broma de Jehovah, pensaba el ex alguacil. Daniel Goldsmith, el irreverente judío, permaneció con el sombrero puesto dentro de la casa, como su padre y el padre de su padre.

Una vez se hubieron acomodado en la biblioteca de Tonneman, calentando sus viejos huesos en la chimenea, mordisqueando queso y pan y bebiendo oporto, Goldsmith suspiró satisfecho. Luego estudió a su viejo amigo con perspicacia.

– Pareces preocupado.

Tonneman asintió.

– Mi mundo se derrumba alrededor. Thaddeus Brown ha muerto, los fondos de la Collect Company han desaparecido, y Jake Hays sospecha que Peter está involucrado.

– Peter es tu hijo, John. Me niego a creer que cometiera algo más que una travesura de borracho. ¿Para eso querías verme?

– No, hoy he visitado a la señora Willard.

– ¿Y?

Daniel conocía el rumor de que décadas antes Tonneman y Abigail Willard habían sido novios. Los clientes de Molly comentaban que volvían a serlo, pero Daniel no lo creía.

– El cráneo que descubrimos.

– Sí, he oído hablar de él.

– ¿De quién supones que es?

Goldsmith abrió mucho los ojos.

– ¿Me lo preguntas a mí? ¿Cómo quieres que lo sepa?

– Trata de adivinarlo.

– Por el amor de Dios, John. -Tras emitir una especie de silbido, añadió-: De Benedict Arnold. [9]

– No te burles.

– Esto es absurdo. ¿De quién?

– De Emma Greenaway.

Goldsmith lo miró con fijeza.

– ¿Lo sabes o lo crees?

Tonneman clavó la vista en el vaso antes de responder.

– Lo sé.

– Lo poco que recuerdo de esa joven es que huyó… -Daniel frunció el entrecejo.

– No lo creo. Encontré un camafeo en la tierra donde hallamos el cráneo. Abigail… la señora Willard lo reconoció como perteneciente a su sobrina.

– ¿No fue Richard Willard quien informó de que Emma se había fugado a Filadelfia? ¿Qué hacía su cráneo en Nueva York?

– La decapitaron.

– Oh… -Daniel empezaba a comprender.

– Con la misma clase de espada que mató a Gretel; la dentada que robaron a Sam Fraunces.

– Santo cielo, otra vez no.

Goldsmith palideció. Durante la sucesión de asesinatos ocurridos entre los años 75 y 76, habían encontrado la espada dentada de Sam Fraunces cerca de la casa de Tonneman, pero no habían descubierto de quién era la sangre que la cubría. Se suponía que el alguacil Hood la tenía a buen recaudo, pero volvió a desaparecer y la utilizaron para asesinar a Gretel. Hood, temeroso de su situación, había acusado a Goldsmith de extraviarla, lo que había costado a éste su puesto de alguacil. Finalmente habían encontrado la desaparecida espada en el almacén de brea con la cabeza de Gretel Huntzinger empalada en ella. El recuerdo le hizo estremecer. Dejó el oporto; ya no le apetecía.

– Anoche volví a soñar con Gretel.

– En la ópera me comentaste…

– Sí, hace unos días volvieron a empezar las pesadillas. Viene hacia mí y siempre repite lo mismo. -Comenzaron a temblarle las manos. Tomó el vaso de vino y lo apuró de un trago.

Sombrío, Tonneman volvió a llenarlo.

– Tranquilo, Daniel. ¿Qué te dice Gretel?

Goldsmith se llevó a los labios el vaso y deseó recordar la bendición que se pronunciaba antes de beber vino.

– A lo largo de estos treinta y dos años me ha repetido una y otra vez: «Véngame, véngame.»

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New-York Spectator

Febrero de 1808

30

Miércoles, 3 de febrero. A primera hora de la tarde

Con más sospechosos de los que precisaba, Jake Hays aceptó el desafío sin vacilar. Averiguar quién había cometido el crimen le exigía un montón de trabajo tedioso, pero era un hurón nato.

Su método en cada caso consistía en interrogar a todo el mundo. Partía de observaciones incongruentes, mentiras y fantasías salpicadas de unos pocos hechos ciertos. Una vez eliminadas las estupideces y especulaciones, quedaba la verdad. Ésa era ahora su tarea: eliminar las incongruencias, mentiras y fantasías.

Primero, Meg Doty aseguraba que John Tonneman era responsable de la muerte de Thaddeus Brown.

Segundo, Polly había afirmado que Brown tenía una amiga francesa gorda y con una cicatriz en forma de medialuna en la mejilla izquierda y que el otro amante de la mujer había asesinado a Brown.

Tercero, el joven Peter no sólo confirmaba la versión de Polly, sino que aportaba el número de una casa de Duane Street.

Así pues, los dos sospechosos eran John Tonneman y el amante desconocido de la prostituta francesa. Tal vez.

El carnicero Ned Winship requería especial atención, lo que no constituía una novedad; Ned era un corrupto, y los hombres como él formaban parte de la vida de Nueva York.

Cuarto, la confesión de Pockets sólo establecía una débil conexión entre Ned el Carnicero y Brown. Probablemente ambos estaban involucrados en lo que Jake sospechaba eran chanchullos relacionados con la Collect Company. Llevaba mucho tiempo vigilando a Ned, pero si Pockets tenía razón, no había estado lo bastante atento. Y se proponía rectificar.

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[9] General revolucionario y traidor que intentó entregar West Point a los británicos. (N. de la T.)