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– ¿Por qué querría Ned verla muerta?

– No le gustaba que estuviera con otros hombres.

– Pero usted es una prostituta.

Ella se encogió de hombros.

– Ned sentía celos de Thaddeus, y del joven Peter, aquí presente, aunque no tenía motivos. Para Thaddeus yo sólo era un entretenimiento pasajero. Se habría hartado de mí o vuelto a la religión. Y Peter y yo sólo somos buenos amigos.

– ¿Es posible que Ned crea que sabe demasiado de sus asuntos?

– ¿Por qué había de creerlo? Nunca he prestado atención a sus negocios. No, todo se debe a su naturaleza apasionada -proclamó ella con orgullo-. Ned prefiere verme muerta a que otro hombre me posea.

Jake cerró los ojos un instante. Luego dijo:

– Hábleme de la tarde que el joven Tonneman, aquí presente, discutió con Thaddeus Brown.

Simone suspiró.

– Alguien habló del gran Ned a Thaddeus, que montó en cólera y se empeñó en que le devolviera sus regalos… Lo visité aquella noche. Le sangraba la nariz, eso era todo. Me echó con cajas destempladas, profiriendo toda clase de improperios. Cuando regresé a Duane Street, encontré a Peter dormido en el sofá de mi salón; ya sabe, mi precioso sofá rosa…

– Sí, lo recuerdo -interrumpió Jake-. Siga.

– Me acuerdo muy bien de aquella noche porque nevaba mucho. Peter pasó la noche conmigo y partió en plena ventisca antes del amanecer.

– Ese mismo día encontré a Charity en Nueva Jersey.

Jake se llevó un dedo a los labios. Le gustó que el muchacho no hubiera dicho que la había rescatado. La humildad era una gran virtud cristiana y Jake la admiraba.

– Continúe, Simone.

– No puedo asegurar que Ned matara a Brown. -De nuevo se le dibujaron hoyuelos en las mejillas-. Pero sí que tenía celos de él.

– Siga -En mi opinión, Ned siente celos de todos, como ya he comentado.

– No me extraña, teniendo en cuenta su oficio.

En sus mejillas volvieron a formarse hoyuelos; la mujer no hizo ningún comentario.

– Sin duda un hombre como Thaddeus, un cuáquero, no podía representar una amenaza para Ned el Carnicero a la hora de disputarse su… cariño.

Peter, que escuchaba con atención, se preguntó adonde quería ir a parar Jake.

– Usted no lo comprende -protestó Simone-. Hasta ese horrible malentendido, yo era el verdadero amor de Ned, y él era el mío.

– ¿Y usted era el único motivo de la enemistad entre Ned y Brown?

– Oh, habían mantenido varias discusiones tontas acerca del negocio de construcción de Ned. Thaddeus amenazaba con contar algo a alguien, no sé a quién, si Ned no le pagaba un montón de dinero.

– ¿Contar qué? -Jake habló con voz serena.

– Algo acerca de la construcción del nuevo ayuntamiento y el canal. Pero no sé nada de eso. Nunca presté mucha atención a esas cuestiones.

– ¿Eso es todo?

– ¿Qué quiere decir?

– ¿Quién más, aparte de Ned, estaba involucrado en el negocio de la construcción?

– ¿Se refiere a alguien como Charlie?

– Sí, ¿quién más? ¿Tiene Ned algún socio?

– Oh, no. Ned nunca tiene socios. -De nuevo habló con orgullo, como si nunca la hubieran acuchillado y arrojado al río- Él es el mandamás. Jake se frotó la nariz. -Me pregunto si es así.

AVISO

EL MARTES, DÍA 26 DEL MES CORRIENTE, POR LA NOCHE, SE CELEBRARÁ EN LA FACULTAD UNA REUNIÓN DEL COLEGIO DE ABOGADOS. SE RUEGA PUNTUALIDAD A LOS MIEMBROS. POR ORDEN DE W. T. MCCOUN, SECRETARIO.

New-York Evening Post

Febrero de 1808

48

9 y 10 de febrero. Del martes por la tarde al miércoles por la mañana

Peter salió de la cárcel municipal a primera hora de la tarde, cumpliendo la orden del alguacil mayor de que regresara a casa para dormir un poco. Se reuniría con él en la prisión a la mañana siguiente. Noah se encargaría de devolver el caballo a Lemual Wilson.

Al aproximarse al único hogar que había conocido, la casa de Rutgers Hill le pareció poco sólida y destartalada, como una camisa deshilachada. Faltaban tejas, y la vieja veleta en forma de gallo estaba inclinada y había perdido un trozo de la cola.

Si Charity consentía en ser su esposa, necesitaría un nuevo hogar para ella y el hijo; los hijos. Mientras rodeaba la casa hacia la consulta de su padre, Peter decidió que jamás exigiría a sus vástagos que ejercieran la misma profesión que él había elegido.

Se sentía satisfecho de sí mismo. Estaba convencido de que entre todos los alguaciles capturarían a George, así como a Ned y Charlie, y que se resolverían los asesinatos de Thaddeus Brown y Quintin Brock. Y sabía que así sería porque había hecho bien su trabajo.

También sabía que sería feliz con Charity y que ella le daría muchos hijos. Había comenzado un nuevo siglo, y con ayuda de Dios viviría para ver más de la mitad.

De la puerta de la consulta colgaba un letrero. Peter reconoció la letra temblorosa de su padre. «Cerrado hoy.» Sonrió. Últimamente lo estaba casi cada día.

Abrió la puerta y entró. La sala estaba inmaculada, como siempre, y no había rastro del anciano. Peter cruzó la casa hasta la cocina. Micah dormitaba junto a la cesta de ropa por zurcir. En la mesa había una bandeja de galletas puestas a enfriar. Cogió tres y dejó el abrigo manchado de sangre y la camisa en la silla junto a Micah, quien no se movió. ¿Dónde estaban sus padres?

Arriba, en la habitación de sus padres, encontró huellas de una gotera producida por la lluvia del lunes por la noche. Micah la había limpiado; de todas formas, el suelo del tercer piso estaría hecho un desastre. Prefirió no subir a verlo.

Su dormitorio estaba como una patena, y la cama hecha y abierta. Se despojó del resto de la ropa y, tras arrojarla al suelo, se tendió bajo las sábanas limpias.

Por desgracia no logró conciliar el sueño. Le escocían los ojos, y no cesaba de repasar la conversación entre Simone y Jake. La cabeza le daba vueltas con las preguntas sorprendentemente sencillas del alguacil mayor. Y con las respuestas de Simone. Cada vez que él le había repetido una pregunta, la contestación de ella había cambiado, con un añadido aquí, una floritura allá.

¿Quién, aparte de Ned, participaba en el negocio de la construcción?

El gran Ned supuestamente se dedicaba a construir edificios… como el nuevo ayuntamiento. Estaba muy involucrado en los trabajos de drenaje del Collect para la construcción de Canal Street. Ésa era la preocupación de la Collect Company, así como del comisario de vías públicas.

Finalmente Peter se entregó a un sueño agitado. Sólo despertó al oír movimiento en la casa. Se lavó y se puso ropa limpia. Oyó las voces de sus hermanas en el piso inferior, luego la de su madre.

Bajó a la biblioteca de su padre y permaneció en el umbral. John Tonneman se hallaba sentado ante el escritorio, con una botella de brandy y un vaso delante de él. El fuego estaba apagado, y sólo la lámpara del escritorio iluminaba la estancia. La tenue luz le mostró a su padre no sólo como el «viejo» que solía ver en él, sino como un hombre realmente anciano.

El doctor levantó el vaso lleno de líquido dorado y lo bebió saboreándolo. Sonrió.

– Señor.

– Peter, hijo, pasa y siéntate.

El joven quedó perplejo ante la efusión del saludo. ¿Había perdido el juicio?