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John escudriñó a su hijo de la cabeza a los pies.

– Tienes buen aspecto.

– ¿Por qué no iba a tenerlo? -Peter se sentó ante su padre.

¿Qué pasaba por la cabeza del anciano? ¿Se enzarzarían en una nueva discusión? ¿O le soltaría otro sermón para criticar su decisión de no dedicarse a la medicina?

– Tu madre y yo hemos ido a Greenwich. Al regresar encontramos un mensaje de Hays para informarnos de que estabas con él, cumpliendo con tu deber.

– Así es.

Aunque el día en Greenwich Village con Mariana lo había transformado, a Tonneman seguía preocupándole el comportamiento de George Willard. El hijo de Abigail no podía ser un asesino; debía haber una explicación. ¿Qué estaba ocurriéndole a su mundo? El nuevo siglo apenas si había comenzado su octavo año, y ya se sentía totalmente abrumado por los recientes sucesos.

– ¿Es cierto que George es un asesino?

– Sí. Lo vi con mis propios ojos. Mató a Duffy con tanta sangre fría como si hubiera utilizado una pistola o un cuchillo. Lo encontré en la plaza de toros de Bunker Hill. -Peter se levantó y empezó a pasear por la pequeña habitación, imitando, sin darse cuenta, la costumbre de su padre.

– Bunker Hill -repitió John Tonneman, meneando la cabeza- Los dominios de Ned Winship. Nunca he comprendido por qué Jamie hace negocios con él. -Bebió otro sorbo de brandy- ¿Está George detenido?

– No, señor. Se produjeron otros hechos difíciles de explicar.

John Tonneman apuró el vaso de un sorbo y se sirvió otro.

– Tu padrino disentirá, pero todo el mundo sabe que Ned el Carnicero es la plaga de esta ciudad.

– Seguí a George y Charlie Wright hasta una casa de Duane Street.

– ¿La de la fulana francesa?

Peter notó que se ruborizaba.

– ¿La conoces?

El médico también se ruborizó.

– Es una celebridad en esta ciudad. Y soy médico. ¿Cómo se llama?

– Simone Aubergine. -Esta vez el anciano lo había sorprendido. Aun sabiendo que debía cambiar de tema, Peter no pudo evitar preguntar-: ¿De qué la conoces?

Tonneman echó a reír al ver el horror reflejado en el rostro de su hijo.

– Vamos, muchacho, no nací ayer. -Agitó la mano y se dispuso a servir otra copa; de pronto se detuvo.

– La acuchillaron y arrojaron al Hudson. La creyeron muerta. Yo la rescaté, y ahora está en la cárcel. Un tal doctor Heller la atendió, y ahora se encuentra bien.

Tonneman asintió vigorosamente.

– Conozco a Lawrence Heller. A decir verdad, me enseñó anatomía. Un buen hombre, con muchas ideas nuevas. -Se sentía orgulloso de Heller. Y de su hijo.

– Tuve que dejar escapar a George, pues de lo contrario Simone se habría ahogado.

– Hiciste bien. ¿Simone? ¿La conoces personalmente?

– Estaba con ella cuando Brown fue asesinado, señor.

Se produjo un silencio.

– Dudé de ti, hijo, pero realmente nunca creí que hubieras matado a Brown y robado la caja fuerte.

– ¿Habrías creído que George Willard es un asesino?

El viejo médico reflexionó unos instantes.

– Del hijo de Abigail, jamás había sospechado; del hijo de Richard Willard, tal vez. Pobre Abigail, le costará encajarlo. George le alegraba la existencia.

– Tal vez consiga escapar, pero…

– Aun cuando lo hiciera, es terrible vivir con ese peso. Yo la consolaré; además cuenta con el apoyo de Jamie.

– ¿Quién cuenta con el apoyo de Jamie? -La pregunta procedía de Mariana, de pie en el umbral. Hacía años que su marido no veía tanto fuego en sus ojos.

– Abigail. Hablábamos de lo que ha hecho George.

– Es muy triste, pero nunca me han gustado los Willard y no fingiré que los aprecio ahora que están en apuros. Peter, te repetiré la pregunta que he formulado a tu padre: ¿crees posible que George matara a Thaddeus Brown?

Peter, que nunca había visto a su madre, ni a ninguna mujer, con pantalones, trató de no mirarla fijamente.

– Tal vez, madre.

– ¿Qué has hecho con tu ropa? -inquirió ella-. Está destrozada.

– Es una larga historia, madre.

– Me la contarás durante la cena -dijo, volviendo a la cocina- Ya está en la mesa. No dejéis que se enfríe.

– Un momento, papá -dijo Peter cuando el viejo médico se levantaba para seguir a su esposa-. ¿Has dicho que Jamie tiene tratos con Ned el Carnicero?

– ¿Lo he dicho? No sé. Jamie fundó un sindicato y lleva años especulando con la tierra. Ha insistido muchas veces en que participe en el negocio, pero… -Se encogió de hombros-. Pero no soy jugador, hijo.

– ¿Tierra? ¿Te refieres a la tierra que rodea el Collect?

– Entre otras. A Jamie le han ido bien las cosas… -Tonneman se interrumpió al recordar de pronto las palabras de Quintin. ¿Por qué no había establecido la relación antes?

Poco antes del amanecer Peter salió a hurtadillas de la casa. Las farolas de aceite de ballena de la calle proyectaban una tenue luz, y hacía más frío. Envolviéndose en su capa, echó a andar a paso ligero hacia la cárcel.

Jerry el Tuerto roncaba espatarrado en la entrada. Otro alguacil dormía en la silla de Alsop, ante el escritorio alto. Saltando por encima de Jerry el Tuerto, pasó por delante del alguacil dormido, cogió la lámpara de la mesa y se encaminó hacia las celdas.

– ¿Quién anda ahí? -inquirió Simone con voz áspera y algo temerosa.

– Soy yo, Peter. -Se iluminó el rostro con la lámpara.

– Gracias a Dios. -Simone se hallaba sentada en el camastro-. Volverán a por mí.C'est la vie. Debo salir de este lugar infernal.

Peter negó con la cabeza.

– Aquí estás a salvo. Creen que estás muerta en el fondo del río. Jake te ayudará, pero tendrás que explicar todo al juez.

– Me matarán. -La mujer se tendió en el camastro, asustada y cansada-. Si no muero de esta herida.

Peter se arrodilló junto al jergón.

– Simone, ¿alguna vez oíste a Ned mencionar el nombre de Maurice Jamison?

– ¿Jamison? -La mujer frunció el entrecejo-. ¿Jamison? -repitió. Luego negó con la cabeza.

– Jamie.

– Jamie. -Simone volvió a negar con la cabeza; de pronto se le formaron hoyuelos en las mejillas-. Oh,-exclamó-. Miento. He oído ese nombre. Una vez. Ned me llevó a echar un vistazo a un terreno cerca de la finca Stuyvesant. Afirmó que algún día valdría mucho. De regreso nos detuvimos en una casa de Richmond Hill. Eso fue el pasado julio. -Suspiró-. Nueva York es peor que París en julio. Me hizo esperar en el coche. -Esbozó una sonrisa y continuó-: No me gustaba esperar ahí dentro; además, hacía mucho calor. Así, pues, bajé para dar una vuelta.

»Había una ventana abierta. La gente hablaba y, por supuesto, escuché. En mi oficio nunca sabes qué puede serte útil. Oí a Ned decir: "Es nuestro por una bicoca, Jamie»

AVISO

MINTURN & CHAMPLIN, QUE HAN TRASLADADO SU OFICINA POR EL MOMENTO DEL MUELLE FRANKLIN AL NÚM. 21 DE ROBINSON STREET, TIENEN A LA VENTA 1500 BARRILES DE HARINA EXTRAFINA.

New-York Herald

Febrero de 1808

49

Miércoles, 10 de febrero. Por la mañana

La servidumbre de los Willard ya estaba en pie. Una joven con un holgado abrigo barría con vigor los senderos. Tonneman ataba aSócrates a la cerca cuando Betty se apeó de un carro y dio instrucciones a un muchacho para que llevara a la cocina lo que había comprado en el Fly Market.