Выбрать главу

– Me parece un buen plan -intervino Rosita.

El Bey alzó las cejas y la miró con sorpresa.

– Vaya, si le parece bien, Rosita, no hablaremos más del asunto. -Sonrió.

– No quería parecerle impertinente, sir Ahmed, o querer dar la impresión de que tomaba decisiones que no me corresponden frente a quienes saben muchísimo más del desierto y sus avatares que yo -se apresuró a contestar-. Sólo quería decir que me parece una buena idea y que me tranquiliza -concluyó en voz baja. Después miró al Bey y esbozó una tímida sonrisa.

– Claro -dijo Nicky. Y añadió-: Y como todo esto augura un día de mañana lleno de actividad, con el permiso de ustedes dos, me voy a dormir. Es tarde.

– Nos echas -concluyó el Bey-. Muy bien… Rosita, permítame que la acompañe a la residencia de oficiales.

– Ah, estupendo. Se lo agradezco, sir Ahmed. Buenas noches, Nicky. -Una vez fuera de la tienda, preguntó-: ¿No es peligroso que andemos por estos lugares en plena noche?

– No. Aquí nadie se atrevería a intentar nada contra nosotros. No hay ningún peligro, no se preocupe.

– Pero… ¿y Ali Kaja?

– No se preocupe, Rosita. Ali nos advirtió del peligro en el camino, no en Sollum. Aquí -repitió- nada nos puede pasar, nadie se atrevería.

– No imagina, sin embargo, cuánto me tranquiliza su presencia a mi lado, sir Ahmed…

– Bueno, Rosita, no me da usted la sensación de ser una pobre mujer indefensa. No, a juzgar por cómo maneja usted el florete… y la musculatura que luce en los brazos…

Rosita dejó escapar una carcajada alegre.

– Ah, Ahmed -contestó, apeándole el tratamiento por primera vez; el Bey no reaccionó-. No estoy completamente ciega: ni por un momento creí haber sido capaz de derrotarlo en nuestro combate de esgrima. Usted se dejó tocar…

– Esos toques no son los más agradables que se pueden recibir de una mujer…

Ella se interrumpió, sorprendida. Luego, de pronto, volvió a echarse a reír y enlazó su brazo en el de él. Pero el Bey tomó la mano de Rosita y, con delicadeza, la apartó.

– No debemos ser vistos… Dos extraños, una mujer y un hombre, tocándose… No es correcto. Comprometeríamos su buen nombre y eso no puede ocurrir.

– Está bien, está bien. Perdóneme la osadía… Pero no se desvíe del tema: usted se dejó ganar en el club de Ezbekiya.

– En absoluto. Me ganó usted en buena ley.

– No se ponga a la defensiva, Ahmed. Yo no podría derrotarle ni en un mes de domingos. Sé bien lo que pasó… y me parece que su hijo Jamie también: lo vi en sus ojos. -Agitó una mano en el aire-. No. Ese tema queda zanjado. Lo que quiero saber ahora es por qué lo hizo a la vista de todos, por qué lo permitió. ¿Para que yo pudiera luchar por seguir en la expedición…?

El Bey sonrió.

– Nada de eso.

– ¿Nada de eso? ¿Qué otras armas debo usar para convencerle?

– ¿Armas? No me parece que sean necesarias armas para que usted resulte seductora…

– Huy, Ahmed, ¿está usted coqueteando conmigo?

– Desde luego que no. No me atrevería.

– Pues lo disimula usted muy bien.

Habían llegado a la residencia de oficiales y, en la puerta, Rosita se giró hacia el Bey.

– Buenas noches, amigo mío -dijo mirándole a los ojos con expresión risueña. Ahmed se aproximó a ella y le cogió la mano derecha entre las dos suyas, la llevó a sus labios y la besó con gran delicadeza.

– Buenas noches. Esperaré con impaciencia hasta que mañana volvamos a vernos, insh'allah.

Rosita Forbes suspiró.

– Santo cielo. Y todo esto mientras a la luz de la luna nos contempla el poblado de Sollum en pleno y nuestro descaro nos compromete gravemente… bueno, quería decir: me compromete. -Rio silenciosamente y después añadió-: Yo también espero que pasen deprisa estas horas hasta mañana, Ahmed.

Capítulo 1 7

Dos días después, muy de madrugada, al mando de Abdullahi el nubio, asistido por Ali Kaja, la gran caravana de cuarenta camellos cargados hasta arriba con los bultos de la expedición, en la que iban también los cuatro caballos pertenecientes a las cuadras del Bey, echó a andar con lentitud por el camino que ascendía por las escarpas al sur de Sollum. Empezaban la andadura de nueve o diez jornadas que los llevaría hasta el fin de la primera etapa, el oasis de Siwa.

En vista del riesgo de que la expedición fuera asaltada por los bandidos beduinos, Hassanein Bey, siguiendo los consejos del Mayor, había cambiado a la mayoría de los camelleros. Pero, al tiempo, había decidido por prudencia realizar el viaje con su gente y rechazar el ofrecimiento del príncipe Kamal de llevarlo al oasis en los nuevos Citroën. Sólo se quedarían en Sollum hasta por la tarde y los automóviles del príncipe los llevarían a donde se encontrara la caravana al final de la primera jornada. Recorrerían apenas unos veinticinco kilómetros hasta darle alcance.

El príncipe conducía el primero de los coches y lo acompañaban Rosita, Nicky y el Bey. Unos quinientos metros más atrás, para evitar la polvareda que levantaba el Citroën de Kamal al-Din, uno de los nubios conducía el segundo, en el que iban Ya'kub y Hamid. Nunca antes se había subido éste a una de aquellas máquinas rugientes (a cualquier máquina rugiente de cuatro ruedas, en realidad) y por una vez se quedó sin habla.

Tardaron poco más de una hora en recorrer el camino sobre el duro pedregal hasta que en la distancia divisaron el compacto grupo de camellos que avanzaba cansinamente por el desierto, por más que la suya fuera una lentitud engañosa: habían recorrido unos buenos treinta kilómetros en las siete horas que llevaban de marcha.

Cuando los automovilistas dieron alcance a la caravana, ésta se acababa de detener para establecer el campamento en el que pasarían la noche. Abdullahi dispuso la colocación de las tiendas de campaña, sólo tres en esta ocasión, dos grandes de campana oblicuamente situadas frente al fuego y, en medio de ellas, la más pequeña, prevista para madame Forbes (y que ella, de hecho, no ocuparía más que esporádicamente hasta mucho más adelante en el viaje). Nicky y Ya'kub dormirían en una de las dos grandes y el Bey ocuparía la otra en solitario. Todos los demás se acostarían bajo las estrellas, envueltos en sus jerds, enterrados bajo pesadas mantas de pelo de camello y echados sobre montones de éstas, como es la costumbre del desierto. Después de cenar lo que hubiera preparado Ahmed el nubio, asida especiada, arroz hervido con algo de verdura, pan cocinado en la arena y té en abundancia, los camelleros y los sirvientes se irían a dormir hasta poco antes de la madrugada, cuando Abdullahi o el primero que amaneciera los despertaría a todos para alistar nuevamente la caravana.

Y así fue la rutina diaria a partir de aquel momento. -Mira a Abdullahi -le dijo Hamid a Ya'kub.

Y es que el nubio de Asuán, habiendo dado unas breves órdenes para la intendencia cotidiana, se había sentado cerca de la lumbre y se había quedado dormido al instante en medio de su conversación con Ahmed el cocinero; un momento estaba hablando y al siguiente estaba ya profundamente dormido. Hamid sonrió con picardía.

– Ya se me ocurrirá, pero seguro que algo le tenemos que hacer…

* * *

El príncipe se quedó a compartir las oraciones de la tarde y a cenar después.

– Me vuelvo a Sollum -anunció por fin-, no quiero llegar demasiado tarde. Cuando alcancéis Siwa, poneos en contacto conmigo a través del telégrafo y me uniré a vosotros en el oasis antes de que partáis hacia el Gran Mar de Arena y Kufra. Que Alá el protector de los viajeros de buena fe os guíe por el camino verdadero y que lleguéis sin daño hasta donde os propongáis llegar. Ahmed, amigo mío, cuida de tu gente y guíala con sabiduría y prudencia.