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– Parecías una felfela, una croqueta -dijo Hamid-, rodando por la arena justo para que mi madre te metiera en la sartén. -Y señalándole, se retorcía de risa y gritaba-: Felfela!, felfela!

Capítulo 20

Dos días después, pasado el mediodía, el Bey, Rosita, Nicky y Ya'kub, que venían cabalgando a cierta distancia por detrás de la caravana, vieron que ésta se había detenido.

– ¿Qué ocurre? -preguntó el Bey al darles alcance.

– Dos mensajeros de Sayed Idris -contestó Abdullahi- han llegado para anunciar la llegada del Gran Senussi. Pide que el Bey acampe aquí, de modo que Sayed pueda venir a encontrarse con él.

Los beduinos y los camelleros, los guardias y la gente de confianza estaban todos en estado de gran excitación: no sucedía todos los días que el gran jefe de los senussi se acercara a una caravana y ello no sólo era un augurio realmente favorable, sino, sobre todo, un signo de respeto y amistad hacia el propio Bey.

En el desierto, no es correcto ni respeta la etiqueta el viajero que se acerca a otro sin anunciarse; ambos deben tener tiempo de asearse y cambiarse de ropa.

El Bey ordenó que se hiciera el campamento allí mismo y que todos se dispusieran a saludar al Gran Senussi.

Al poco tiempo, la vanguardia de la caravana de Sayed Idris llegó y se detuvo a poca distancia del campamento. Dispusieron tiendas e implementos para pasar el día ellos también en el lugar.

– A veces, estas caravanas, unas junto a otras, llegan a hacerse tan grandes que se necesita media jornada de marcha para recorrerlas de punta a punta -murmuró Nicky.

Una media hora después, Sayed Idris y su escolta se acercaron al campamento del Bey. El Gran Senussi venía a caballo y el Bey fue a pie a su encuentro.

– Sayed Idris, que Alá, el señor de los desiertos, el amo de las vidas y haciendas, el magnánimo, esté contigo y te dé la bienvenida que no soy digno de darte.

– ¡Ahmed Hassanein, amigo mío! -exclamó el senussi, desmontando-. Que Alá premie tu modestia. Hace tanto tiempo que no nos vemos que sólo la generosidad de tu gran corazón hace que no hayas olvidado a este antiguo amigo.

Dieron la vuelta y se dirigieron andando hacia la gran tienda que había sido montada en el campamento de los senussi.

– Di a tus acompañantes que vengan a compartir con nosotros mi modesta comida.

El Bey hizo llamar a Nicky y a Ya'kub para que acudieran a la tienda y, mientras llegaban, les sirvieron un refresco de hibisco.

– Ah, había oído que el mayor Desmond te acompañaba en esta aventura que emprendes hacia las distantes planicies del sur. Querido Mayor, es un gran placer volverlo a encontrar.

Nicky se inclinó con solemnidad.

– Alhamdulillah, jeque Sayed. En efecto, hace tiempo que no nos vemos… Desde la guerra.

– Desde la guerra, sí.

Mientras hablaban, unos esclavos de Jaghbub les sirvieron una sabrosa comida de arroz, pollo relleno de dátiles y especias y, de postre, pastelillos beduinos muy dulces. Al terminar, llegó el turno del té aromatizado con hojas de menta y agua de rosas en unos vasos de cristal y delicadas filigranas de oro y plata.

– Es curioso -dijo el Bey- que en estos días hayamos coincidido en Siwa no sólo con el príncipe Kamal al-Din, que manda sus fraternales recuerdos, sino con un viejo conocido tuyo, Sayed. -El Gran Senussi levantó las cejas-. El barón Max von Oppenheim…

– Viejo conocido, desde luego. Max von Oppenheim, alabado sea el Profeta. Hizo todo lo posible por estropear nuestro acuerdo de paz con Gran Bretaña, que tú facilitaste con tus buenos oficios, Ahmed. ¿Y qué estaba haciendo en Siwa?

Hassanein resopló.

– Me gustaría saberlo… Imagino que tramando alguna jugada para hacernos pagar aquella derrota. Y como siempre, disimulando detrás de su coleccionismo de arte antiguo.

– Si pretende vengarse, Ahmed, yo me preocuparía.

– Bah… No me parece que tenga los recursos necesarios para crearnos demasiadas dificultades.

– Dime una cosa, ¿cómo progresa la conferencia de paz de Versalles? Aquí el resultado nos interesa a todos, no sólo a la Puerta y al imperio austro-húngaro.

– Bueno, Sayed Idris, las cosas no han ido muy bien para el imperio alemán…

– El que pierde la guerra, Ahmed, pierde la hacienda, eso ya lo sabemos -sentenció el Gran Senussi con fatalismo-. Dicho lo cual, de todo esto, lo más importante por lo que ha de significar para nosotros, es qué va a ser del imperio turco…

El Bey contestó:

– Los aliados vencedores de la Gran Guerra, Gran Bretaña e Italia entre ellos, firmaron un tratado de paz por separado con el imperio otomano…

– Con el que desmembraron la Puerta y la dejaron reducida a Asia Menor. El resto… -añadió Nicky.

– Sí, todos los pueblos árabes, la Mesopotamia y en especial Egipto, han sido desgajados del imperio otomano. Esta es la razón por la que los ingleses han devuelto a El Cairo la independencia…

– Por lo menos sobre el papel -interrumpió el Gran Senussi.

– Sí, así son las cosas que nos irritan, Sayed -dijo el Bey.

– Consolémonos, puesto que ahora el trono de mi primo Fuad y de mi prima Nazli tiene el contenido que se merece.

– Pese a todo ello y a que el sultán Mehmet aceptó los términos del tratado, el nuevo líder turco, Mustafá Kemal, ese que se hace llamar Atatürk, los rechaza. De modo que vuelta a negociar…

– Y en todo esto, a mí no me dan voz en las excelsas mesas de negociación y debo cuidar sin más ayuda que la de unos pocos amigos como tú, Ahmed Hassanein, que el pueblo senussi en la Cirenaica, mi pueblo, mantenga su libertad, su independencia y su vida tradicional de respeto a Dios y a su palabra revelada en el Corán, insh'allah, en este desierto que es el nuestro.

– Los italianos dueños de Libia no te estorbarán, Sayed.

– ¿Eso crees?

– Alhamdullilah -dijo el Bey-. Eres sabio, Sayed Idris, y tu prudencia y tu fe en Alá te guiarán por el camino más propicio. Sabes que siempre puedes contar con Kamal al-Din, con Fuad, conmigo…

– Alhamdullilah -repitió Nicky.

– Nuestros amigos alemanes no nos hicieron un gran favor al ponerse de nuestra parte en la guerra de Sollum… bueno -añadió el Gran Senussi con algo de solemnidad-, de parte de mi amado y respetado tío Sayed Ahmad al Sharif. Pero aquel desaguisado pudo deshacerse gracias a tu intervención, Ahmed Hassanein. Debes pedirme lo que quieras…

– Tengo un problema que, a lo mejor, podrías ayudarme a resolver, Alá lo quiera.

– Tú dirás, Ahmed.

– En este viaje al extremo del desierto me acompañan, como puedes ver, el mayor Desmond y mi hijo Ya'kub. Pero existe una tercera persona que también está en la caravana y que querría seguir viajando con nosotros… y nosotros, que ella siguiera. Es una mujer inglesa…

– ¡Una mujer! -exclamó el Gran Senussi, aunque sin apartarse de su tono suave y amable-. Una mujer sola no es bienvenida entre mis correligionarios, Ahmed.

– Lo sé bien. Sin embargo, en sentido estricto, no está sola. Es gran amiga mía y de Nicky, en Europa es una exploradora y geógrafa de cierto prestigio -Nicky miró al Bey con los ojos muy abiertos, pero éste siguió impertérrito-, y pidió unirse a la expedición en cuanto supo cuál era su objetivo. Yo le advertí de los problemas con los que se iba a topar, pero ella confió en mí como en otras ocasiones y me pidió insistentemente que la llevara con nosotros. Ella no pretende viajar como si fuera una europea más o menos descarada, fumando y bebiendo y vestida de forma provocativa, sino que está decidida a respetar todos los códigos del islam y, desde luego, los de tu pueblo. Vestirá, de hecho lo hace ya, de acuerdo con las costumbres que impone nuestra religión y se comportará del modo que se espera de una musulmana respetuosa con la ley divina.