La joven estaba resplandeciente de belleza, como iluminada en un halo de sol, robando luz a la brillante tarde cairota. Ya'kub pensó que se le detendría el corazón. Amr lo miraba con una sonrisa divertida y Nicky, con grave ironía.
Nadia subió las escaleras. Seguía sin dirigir la vista a Ya'kub, obstinada en mirar a Amr.
– ¡He aquí al joven héroe del desierto! -exclamó Von Oppenheim-. Me han dicho nuestros amigos cómo arriesgaste la vida después de que yo me marchara de Kufra. Tendrás que contarme el secreto del oasis de Uweinat que todos guardáis tan celosamente… ¡Pero qué mala educación la mía! No os he presentado. Alteza, permitidme que os presente al joven Ya'kub Hassanein…
Nadia levantó una ceja burlona y el chico se sonrojó como de costumbre.
– Nos conocemos, Max. Hace meses y meses nos presentó mi tío en el palacio de Abdin…
Ya'kub carraspeó.
– Hola -murmuró.
– A Ya'kub, las moscas de El Cairo tienen por costumbre comerle la lengua. Hola, Amr… Mayor…
– Quisiera presentarles al conde y a la condesa Von Bismarck. Dieter es el nuevo vicecónsul alemán en Egipto y su esposa, Elisabeth, ya tiene derecho al título de gran belleza de la colonia expatriada de El Cairo.
Y era cierto que Elisabeth von Bismarck, con su largo pelo rubio y unos grandes ojos color malva, parecía un ángel bajado directamente del cielo teutón.
El conde hizo una inclinación de cabeza al tiempo que daba un taconazo, no muy sonoro, puesto que llevaba puestas las zapatillas de deporte. Sólo se oyó el chirrido de la goma sobre la baldosa de la terraza.
– ¿Bismarck? -dijo Nicky, levantando las cejas.
– Sólo un parentesco lejano, Mayor. Ya sabe que los prusianos estamos todos emparentados.
Rieron.
– Sentémonos.
– Perdone que le pregunte, señor Hassanein -dijo Von Bismarck dirigiéndose a Ya'kub-. ¿Es usted hijo del célebre Ahmed Hassanein Bey…?
– Que pronto será hecho pasha -interrumpió Von Oppenheim-. Se dice que el rey Fuad quiere conferirle la dignidad para premiarlo por su viaje al desierto… -Sonrió-. Hassanein Pasha, el Señor de los Oasis…
Ya'kub se había puesto intensamente colorado.
– Ya'kub Hassanein tiene la manía de encenderse y apagarse como un faro -dijo Nadia-. No le hagan caso. En sus momentos de apagado y cuando las moscas lo dejan en paz, habla y, a ratos, es hasta simpático.
– ¡Cuánta maldad, princesa! -exclamó Max-. Un joven tan obviamente impresionado por vuestra alteza merece ser apreciado por cuanto su sonrojo tiene de homenaje a vuestra belleza. Por lo que me han contado de él, su timidez, tan evidente en vuestra presencia, poco tiene que ver con su valentía. Y puedo dar fe de ello en relación con, al menos, un incidente del que fui testigo…
Amr dio un largo silbido.
– ¡En el nombre de Dios! -exclamó-. Desde luego, ustedes, los alemanes, dominan el arte de la hipérbole. ¡Y pensar que yo estaba seguro de que se trataba de una virtud árabe! ¿O en nuestro caso es un defecto?
– Tienes razón, Max -dijo Nadia en voz baja-. Te pido perdón, rumy.
– No tiene importancia -dijo Ya'kub encogiéndose de hombros.
– Permítame que insista, entonces. ¿Es usted hijo de Hassanein Bey? Debo decirle, por si se lo pudiera transmitir, que tenemos todos gran interés en que su padre nos haga una exposición de los hallazgos y territorios de la expedición de la que acaban de volver. ¿Sabe usted si tiene previsto hacer algo?
– No es… no estoy seguro -tartamudeó Ya'kub-, pero le he… he oído decir que está recopilando sus descubrimientos, sus fotografías, sus mediciones del desierto con idea de dar una conferencia, tal vez con la asistencia del rey Fuad.
– ¡Ah! Eso sí que sería interesante. Estaremos atentos a cuando eso ocurra. No dejará usted de comunicármelo, barón Von Oppenheim, ¿verdad? Se lo suplico.
– Por supuesto que lo haré.
– He oído que Hassanein Bey es un personaje fascinante -dijo de pronto la condesa Von Bismarck mirando a Nadia, la única otra mujer presente.
Nadia rio:
– Desde luego, aunque es muy mayor para mí… Creo que prefiero a la generación siguiente -añadió con un hilo de voz.
Sólo Ya'kub pareció captar lo que había dicho y esta vez fue ella la que se sonrojó.
Por un momento, se hubiera dicho que Amr, con una sonrisa burlona, iba a intervenir para tomarle el pelo, pero Max se le adelantó.
– ¿Saben lo que les digo? Algunas de las cosas que yo he recogido en mi viaje paralelo, aunque desde luego más breve que el de Ahmed Hassanein, y menos fructífero, las cosas que pude conseguir en Kufra gracias a él, las que me traje de Siwa, están todas en mi casa. ¿Por qué no vienen conmigo a tomar el té y a ver mi colección de arte antiguo de Egipto?
– Yo no podré ir -dijo Nadia, con su inglés preciso y melodioso-. Creo que no estaría bien que yo acudiera al domicilio de un khawaga soltero, por muchos que fuéramos los invitados. Mi eunuco y mi aya pondrían el grito en el cielo, me llevarían a rastras y después, por si fuera poco, tendría que enfrentarme con mi madre y, probablemente, con toda la corte del jedive. Acabaría interna en uno de los colegios suizos más severos -abrió mucho los ojos-, y nadie vendría a rescatarme. -Suspiró con énfasis teatral.
– Vaya, cuánto lo siento. Créame: al invitarla a mi casa no quería ofender las tradiciones islámicas ni ponerla en un aprieto…
– No, no. No me pone en un aprieto. Es sólo que no puedo ir. Dejémoslo estar… -contestó Nadia con sequedad.
Ya'kub miró a Amr con desesperación, pero éste hizo un leve gesto negativo. Y no hubo más.
Más tarde, ya a solas, Amr comentó a Nicky:
– Me preocupa esta niña. En los últimos meses se le ha despertado una vertiente… no sé, ¿frívola?, ¿descarada?,
como si se hubiera empapado de las costumbres europeas, tan picaras y despreocupadas, y eso le puede costar un disgusto en una sociedad tan conservadora como ésta.
– ¿Te preocupa?
– Bueno, vaya, puede que «preocupa» sea mucho decir… Pero es que estas muchachas de la corte son muy particulares. Tiene gracia: una chica como Nadia puede decir y hacer cosas que le costarían un disgusto a cualquier otra, en el supuesto de que se le llegaran siquiera a ocurrir. Y Nadia puede hacerlo, no porque sea más moderna y civilizada que las demás egipcias… (que sus compatriotas más plebeyas, quiero decir), sino porque sus actos, amparados en la impunidad del privilegio, no suelen tener consecuencias. Y digo suelen… Esta sociedad no ha avanzado tanto. Eso es lo malo: mientras Egipto se atasca, Nadia cabalga hacia el precipicio. Está muy bien, pero que lo haga sola.
– ¿Te preocupa o te irrita? -insistió Nicky.
Amr torció el gesto.
– Creo que me irrita.
– Lo que quieres decir es que Nadia puede acabar haciendo sufrir a Jamie.
– Exacto.
Pese a todo, aunque la tarde hubiera empezado con una desilusión, fue la noche de aquel día la que Ya'kub recordaría mientras viviera.
– Baja a tu jardín a las diez -le ordenó Amr.
No se atrevió a preguntarle dónde en su inmenso jardín frente al Nilo debería estar a las diez y supuso que lo más sensato sería esconderse en la rosaleda, sin apreciar los ribetes de cursilería que por fuerza habría en la utilización de tan aromático escondite.