– ¡Ha! -exclamó el Bey con satisfacción-. ¡Acabáramos! Muy bien. Si eso es lo que queréis, tendréis vuestra subasta de la cerilla.
Capítulo 2
– ¿Qué es una subasta de la cerilla, padre?
Iban andando hacia casa y Ya'kub no pudo aguantar más la curiosidad. El Bey caminaba despacio, pensativo. No sonreía, pero tampoco parecía especialmente preocupado. Sin mirar a su hijo, contestó:
– ¿Qué te dije sobre los cairotas, Ya'kub?
– ¿Que son unos chismosos?
– Y qué más.
– Eh… -titubeó-. ¿Que no son de fiar?
– Que no son de fiar. Siempre tienen un motivo oculto. Es raro el egipcio que se te acerca para plantear sin doblez una cosa sencilla. No, no… -Sacudió la cabeza-. Bah, pero como somos así y nos conocemos todos, la cosa no suele tener mayor importancia… ¿Sabes? Te aconsejo que siempre estés preparado para pensar mal si te interpela un cairota… Te evitarás disgustos innecesarios. -Hizo un gesto con la mano, como si quisiera cazar el aire-. Por ponerte el ejemplo de hoy, en el mismo momento en el que el tío Ali se sentó a nuestra mesa y me empezó a hablar de los riesgos de nuestro viaje al desierto, comprendí que lo único que quiere es quedarse con todo: todas las acciones o todo el dinero, le da lo mismo. Pero, mientras que si él me compra mi cincuenta por ciento, será dueño de toda la compañía, si yo le compro a él su cincuenta por ciento, sólo obtendrá el dinero correspondiente a su mitad de la NEC. Quitémosle la primera capa a la cebolla: por mucho que el tío Ali asegure que prefiere que yo me quede,
miente. Quiere pagarme para que me vaya, echarme de nuestra compañía algodonera y quedarse con todo…
– No entiendo. ¿No te pedía ayuda?
– Aparentaba pedirme ayuda. En realidad, con un poco de peor intención por nuestra parte -sonrió por primera vez y luego agarró a Ya'kub del brazo para cruzar la calle, lo que llenó a éste de felicidad-, podremos quitar una segunda capa de la piel de la cebolla y afirmar sin lugar a dudas que lo que quiere el bueno del tío Ali son mis acciones. Sus intenciones son verdaderamente enrevesadas. Como sabe que soy tan cairota como él, también sabe que soy perfectamente capaz de adivinar por dónde quiere ir. Ali no pretende mi ayuda. No quiere mi confianza. No quiere mi dinero. Y es que, sabes, Ya'kub, para él no soy lo bastante levantino… tal vez el término correcto sea corrupto… para seguir siendo un socio cómodo. Por lo tanto, lo que está deseando hacer es echarme de la compañía y arriesgarse a andar en solitario con un montón de parásitos a sus espaldas, a los que, sin embargo, puede manejar a su antojo. Y, probablemente, acabar dejando en la calle. Habrá tenido que pagar mi parte, con lo que no obtendrá mi dinero, pero se resarcirá despojando a todos los demás parientes. Aunque tampoco es eso lo que quiere -añadió en voz apenas audible.
– ¡Pero tú eres más fuerte que él! Puedes echarle tú… -dijo Ya'kub. Y luego, con duda-: ¿No?
– No. Eso no es posible. Él quiere comprar mi parte… -sonrió-, eso es bastante seguro, ¿no…? Y yo quiero comprar la suya. Y yo sé por qué quiere comprar mi parte al precio que sea. -Se detuvo como si una repentina revelación lo hubiera clavado en la acera-. Al precio que sea -repitió-. ¿Y por qué se podría permitir el precio que sea? Porque, por el dinero que se necesitaría para hacer esta operación, no puede haber más comprador que un banco. Un banco le ha ofrecido una fortuna por el cien por cien de la NEC. Y no debe de ser muy difícil averiguar cuál es. Pero, para eso, el tío Ali me tiene que echar primero. El sabe que yo no quiero vender fuera de la familia. Se lo he dicho muchas veces. Pero ese no es nuestro problema… Nuestro problema, Ya'kub, es que ninguno de los dos tiene suficiente dinero para comprar al otro. The Nile Egyptian Cotton Company pertenece a la familia, pero vale hoy mucho más que el capital con el que la fundaron nuestros padres y, desde luego, que el capital del que disponemos para comprar las acciones del contrario… quiero decir, en lo que a mí respecta, las acciones del tío Ali y del resto de la familia. Nos hemos hecho ricos, pero no es suficiente. De ahí, primero, el compromiso del banco y, luego, la subasta de la cerilla.
Una estupidez heroica de adolescente, pero Ya'kub se sintió orgulloso de estar en el bando de uno solo contra todos los demás.
– Entonces, si nos fuéramos al desierto sin vender nuestra parte de la compañía, quiero decir -carraspeó-, tu parte de la compañía, el tío Ali podría intentar pagar a un asesino para que te matara…
– ¡Has hablado como un auténtico cairota, Ya'kub! Pero no va a ocurrir. Tienes demasiadas fantasías en la cabeza. Ali no se atrevería a tanto, es demasiado cobarde… y además… no quiere mi muerte. No le serviría de nada. No, no. No es eso lo que quiere.
– ¿No?
– No. Sólo querría ser lo que yo soy. -Sonrió y no dijo nada más durante un buen rato. Por fin añadió-: Pero no olvides que mi tío es muy perezoso. En el fondo, sólo quiere dinero fácil. Comprar barato y vender caro. Ya lo creo -afirmó, moviendo enérgicamente la cabeza de arriba abajo-. Ya lo creo: un banco quiere comprarnos y nos vamos a enterar de cuál es. Mañana mejor que pasado mañana. Insh'allah.
– Ah, ya -contestó su hijo-. ¿Qué es la subasta de la cerilla? -volvió a preguntar-. Por favor, ¿qué es?
– Te lo explicaré cuando lleguemos a casa. Por cierto -añadió sin cambiar de tono-, la joven princesa Nadia es bien guapa. Tiene los párpados abombados de las verdaderas serbias… albanesas, tal vez… y la cintura inverosímil de un junco. No me sorprende que te guste.
Ya'kub volvió a ponerse colorado como un tomate.
– ¿Có…? ¿cómo lo sabes?
– Mientras escuchaba las tonterías que decía Ali Hassanein Bey, te veía deambular por Groppi como un alma en pena… No hace falta ser muy perspicaz para reconocer a un joven completamente atontado por una señorita. Cuando se tienen quince años, la mirada no engaña… Me temo, sin embargo, que te voy a tener que dar un consejo de amigo: olvídala. Créeme, no hay mucho futuro en esa historia.
El chico se quedó callado.
Y siguieron andando en silencio el resto del camino hasta la casa del Bey.
– Alhamdulillah!, ¡alabado sea Alá! ¡Cuánto hace que no se utiliza! -dijo el Bey refiriéndose a una palmatoria que uno de los sirvientes nubios había colocado en el centro de su mesa de trabajo en el salón-biblioteca.
Era un objeto muy antiguo, hecho de plata repujada y cubierto de inscripciones en árabe. El plato, como el de cualquier candelero, era redondo y de su centro arrancaba un tubo al que estaba pegada un asa circular. Pero en la parte superior del tubo no estaba el habitual receptáculo redondo en el que se encaja la vela. Al contrario, el brazo principal de la palmatoria terminaba en una especie de pinza de plata.
– En ella -explicó el Bey-, se encaja una cerilla grande…
– ¿Cómo de grande?
– Así… más o menos así -dijo, separando pulgar e índice para explicarlo-. En fin… de más o menos dos pulgadas de largo.
– ¿Y entonces?
– Entonces se le prende fuego. Mientras está encendida, los adversarios pueden subastar. «Uno», dice el tío Ali, pretendiendo comprármelo todo por una cantidad ridículamente baja; «veinte», le contesto; «dos», insiste él; «diecinueve», replico. Y así vamos adelante. Cuando se apaga la cerilla, se interrumpe la subasta y nadie puede hablar.
– ¿Y ya está?
– Y ya está. La última voz dada antes de que se consuma el fósforo es la que vale, de modo que si yo he pedido mil ginaih y en ese momento la cerilla se apaga, Ali se tiene que quedar con el objeto de la subasta pagando mil ginaih. Pero si mi adversario ha dicho cien por último, con pagarme cien se quedaría con la algodonera. Así son las cosas… Por eso es muy importante calcular el momento en el que se apaga la cerilla, para que al otro no le dé tiempo a colar una voz antes de que eso ocurra. Por cierto, claro: para indicar que rechazo la oferta del tío Ali o él la mía, hay que decir «¡no!» antes de que se termine la cerilla. Entonces le tocará al otro hablar y tendrá todo el tiempo que quiera para formular su oferta… hasta que se apague el fósforo, naturalmente. Si lo último que ha sonado antes de haberse consumido la cerilla es «¡no!», se enciende una nueva y empieza a subastar el que estaba hablando al apagarse la anterior. -Sonrió.