– No es exactamente eso, Ahmed.
– ¿No? -volvió a preguntar el Bey. Y de pronto, añadió frunciendo el entrecejo-: ¿Qué intentas decirme, Amr?
Su amigo carraspeó.
– Eh… que… en realidad… me parece que el arrebato de Ya'kub es más serio que un simple capricho adolescente y ahora me parece que pretenden casarse.
– ¿Cómo, cómo? -Como si no hubiera oído bien.
– Pues que desde que se conocieron en Groppi hace un par de años, no sólo Ya'kub perdió por completo la cabeza, sino que Nadia también se rindió a sus numerosos encantos…
– ¡Pero eso es imposible y tú lo sabes! Vamos a ver, Amr, ¿hasta dónde ha llegado esta aventura descabellada? Porque de un capricho adolescente a una propuesta de matrimonio hay un buen trecho -dijo el Bey, perdida la sonrisa.
Amr estuvo en silencio largo rato, dejando que los sacudiera el traqueteo del tren. Le habría gustado que descarrilara en aquel mismo instante para evitarse lo que venía ahora. Incapaz de seguir explicando a su amigo lo que había pasado, sin encontrar las palabras adecuadas que revelaran lo que tenía que decir del modo más suave posible, por primera vez tuvo miedo por los dos jóvenes amantes. ¿Cómo librarlos de la ira del príncipe?
– ¿Hasta dónde han llegado esos dos? -insistió el Bey, hablando muy despacio, separando las sílabas, ahogándose al gritar.
¿Cómo librarlos de la ira del príncipe?
– ¡Contesta, Amr! ¿Hasta dónde han llegado?
– No estoy muy seguro… -Sonrió débilmente.
– ¿Que no estás seguro? ¿De qué no estás seguro? ¿De lo que han hecho, de dónde se han visto, de qué han hablado…? ¿O de qué?
– Creo que el asunto se nos ha ido de las manos…
– ¿A quién? ¿Eh, Amr? ¿Quién es «nos»?
Amr suspiró.
– Yo solo, en realidad.
– ¡No me lo puedo creer! De modo que te encomiendo proteger y llevar a Ya'kub por un camino razonable para que no sufra con este difícil… este imposible tránsito de Europa al mundo árabe, para consolidar su personalidad de modo que pueda llegar a vivir en este país de locos sin perder la cabeza, ¿me entiendes…? De modo que le quito la tutela a Nicky porque mi amigo Amr, un cairota entendido en los vericuetos del mundo egipcio, le evitará mejor sus peligros y lo guiará mejor por este complejo país de musulmanes y cristianos, de coptos y judíos, de salvajes y refinados… y me encuentro con que, lejos de amparar a mi hijo, le complicas la vida hasta extremos… Bismallah!
– Al principio pensé, como tú, que se trataba de una aventurilla de adolescentes. Ya sabes, cruzaban sus miradas por encima de las copas de helado de Groppi, Nadia, mucho más atrevida, le tomaba el pelo, y Ya'kub, tan tímido como es, nunca se atrevía a responder al reto. Bobadas de niños, pensé. -Por primera vez, miró directamente a los ojos del Bey-. Nada que tuviera que preocuparme. Tú mismo advertiste a tu hijo del riesgo… bueno, del riesgo, no, sino de lo inútil que era pensar siquiera en la chica. Y luego hasta te hizo gracia todo el asunto. Pero, de pronto, Ya'kub me pidió, no: me imploró que hiciera algo para que pudiera encontrarse a solas con Nadia, aunque fuera unos pocos minutos. Me equivoqué, Ahmed. Pensé que si accedía y permitía que se vieran a solas, la propia mecánica del encuentro entre aquel muchacho, tan niño, tan patoso, tan poco experimentado en el flirteo, ya sabes… tartamudo, paralizado, y Nadia… crearía un mundo de desilusión y acabaría con una historia de amor que se me antojaba bastante patética e infantil. Los dejé verse…
– ¿Dónde? ¿Dónde se ve uno en El Cairo a escondidas de todos? ¡No me digas que en tu casa! -exclamó escandalizado-. No, en tu casa, no. Nadia no habría podido ir hasta allí.
– En el jardín de Kamal.
– ¡Que el cielo me ampare! Pero ¿te das cuenta de lo que podría haber pasado? En el jardín de Kamal. ¿Te das cuenta de que en este país aún se lapida a la gente?
– Me parecía que lo controlaba todo, Ahmed. Ya ves… Y ese día, sí, desde luego que lo controlaba todo. Pero el problema no fue el de aquel encuentro ni del lugar donde ocurría ni de cómo acabaría; con tan poco tiempo, además, ¿cómo iba a acabar? No, no. El problema fue cuando vi la cara de Ya'kub y comprendí las fuerzas que se habían desencadenado en su interior.
– ¿Fuerzas? ¿Qué fuerzas? ¡Pero qué locura, Amr!
– Entonces pensé que podía intentarse un último remedio. Me llevé a Ya'kub a Wasaah. -Rio con sequedad-. Tú mismo lo aconsejaste. ¡Menuda inmersión en el mundo de El Cairo para un pobre adolescente inglés enamorado! Fui con él en busca del jeque Al-Gharbi y le compré una virgen eritrea…
– De mal en peor. -El Bey, con el codo apoyado en el borde de la ventanilla, tamborileaba con impaciencia en el cristal.
– ¡Pero qué querías! Tendría no más de quince años. Me costó diez libras. Una verdadera reina…
– No seas vulgar.
– ¿Qué otra cosa quieres que diga? Me llevé a los dos a casa y dejé que la naturaleza hiciera el resto. -Esperó algún comentario del Bey, pero éste no dijo nada-. ¡Y vaya si hizo el resto! Pero… no fue suficiente.
– Esto es…
– Espera… También supuse que vuestro largo viaje al desierto calmaría los ardores de tu hijo, pero no fue así. Volvió como si el tiempo no hubiera pasado, con la pasión intacta. Y Nadia, amigo mío, recluido su amor en una urna, dedicó los meses que habían de transcurrir hasta vuestro regreso a esperar a su amante para luego hacer lo que exigiera de ella su propio cuerpo. No supe comprender lo que todo aquello significaba: que había decidido entregarse a Ya'kub desde el primer día. No comprendí de lo que era capaz la sexualidad de los adolescentes -mintió-. Lo siento, Ahmed. Ahora estamos metidos en un buen lío.
– ¡Tu error de criterio es el que nos ha metido en un buen lío!
– Lo sé. Es lo que quería decir. Y querría enmendarlo antes de que fuera demasiado tarde.
– Espera, espera. Todo este discurso alambicado sobre urnas y sexualidad de adolescentes, ¿qué significa? O sea, que tengo un hijo de apenas diecisiete años que ha perdido la virginidad a manos de una prostituta eritrea mientras no deja de suspirar por una princesa… y luego, ¿qué?
– Pues que luego, Nadia y él…
– ¿Es lo que creo que quieres decir?
Amr no contestó. El Bey se levantó de su asiento y dio un paso hasta donde estaba sentado su amigo. Tenía la cara lívida.
– Dime, ¿es lo que creo?
Nuevamente Amr guardó silencio.
– ¡Aj! -exclamó el Bey con furia-. ¿Qué vamos a hacer? ¿Eh? Porque no se trata sólo de Ya'kub. Yo puedo enfadarme con él todo lo que quiera. Pero es Nadia la que corre peligro. Dejas que tu alegre corazón de celestina… ¿celestina…?
– Sé quién es la Celestina española, Ahmed.
– Dejas que tu alegre corazón de celestina anude una historia de amor imposible y me plantas el desaguisado en el regazo. Ahora tengo que ir a visitar a Kamal y… y… no sé. No sé.
– ¿Qué te impide ir a visitarlo y pedirle la mano de Nadia para Ya'kub?
– ¡Pero si son dos niños! Y, además, sabes tan bien como yo que es imposible, imposible por completo.
– ¿Qué eras tú cuando te casaste con Rose?
– Esa no es la cuestión y te repito que lo sabes tan bien como yo. ¿Quieres que te lo diga de todos modos? ¿Sabes lo que era yo? Un niño malcriado. Eso es lo que era. Y por esa razón me castigó mi padre. Además, no había compromisos de por medio. Y yo era hombre, no una princesa de quince años…