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– ¡Menos mal! ¡Te quiero tanto! Kon… -gimió al sentir la primera caricia sobre su piel. El placer era casi insoportable-, no puedo creer que esto esté pasando. ¿Estoy soñando?

– ¿Eso importa? -preguntó él en voz baja-. Por fin estamos juntos. Las preguntas y las explicaciones tendrán que esperar. Ahora solo importa que estás aquí, conmigo. Ámame, Meggie -suplicó.

Ella se entregó al único hombre que lo sería todo para ella: guardián, amigo, amante, marido y padre de su hija.

Pocas mujeres habían hecho un camino tan largo y extraño para alcanzar su destino final, su felicidad.

Pero Meg lo había hecho por el amor de Konstantin Rudenko, su príncipe azul.

REBECCA WINTERS

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