Metió el dedo índice en el paquete y extrajo un cigarrillo. Al parecer, era el último, porque hizo una bola con el paquete y lo tiró a una esquina de la habitación.
– Sí. Bien -dijo Barbara-, estoy segura de que la autopista de tu vida está sembrada de víctimas sexuales y de que todos los cadáveres sonríen de oreja a oreja. Al menos en tus sueños. Pero no estamos hablando de sueños, Trevor. Estamos hablando de la realidad, y la realidad es el asesinato. Sólo cuento con tu palabra de que viste a Haytham Querashi ligando con un tío en el mercado de Clacton, y he llegado a la conclusión de que. existen grandes posibilidades de que lo estuviera haciendo contigo.
– ¡Eso es una mentira de mierda!
Se puso en pie con tanta rapidez que derribó la silla.
– ¿Sí? -preguntó con placidez Barbara-. Siéntate, por favor, o tendré que pedir ayuda a un agente. -Esperó a que Trevor enderezara la silla y se sentara. Había arrojado el cigarrillo sobre la mesa, y lo recuperó, para luego encender una cerilla en el borde de la uña del pulgar-. Ves la película, ¿verdad? Trabajabais juntos en la fábrica. Te despidió y la excusa fue que habías trincado algunos tarros de mostaza, un poco de chutney y de mermelada. Pero tal vez no te despidió por eso. Tal vez te despidió porque se iba a casar con Sahlah Malik y no quería verte rondar más por la fábrica, recordándole lo que era en realidad.
– Quiero hacer mi llamada -dijo Trevor-. No tengo nada más que hablar.
– Te das cuenta de que la cosa se está poniendo fea, ¿verdad? -Barbara apagó el cigarrillo, pero utilizó el cenicero en lugar del suelo-. Una declaración sobre la homosexualidad de Querashi, felaciones continuadas y nada más con Rachel…
– ¡Ya le he explicado eso!
– … y Querashi muere a la misma hora en que no tienes coartada. Dime, Trevor, ¿te sientes más inclinado a decir qué hiciste el viernes por la noche? Si no estabas asesinando a Haytham Querashi, claro está.
Trevor cerró la boca con fuerza. La miró desafiante.
– De acuerdo -dijo Barbara-. Haz lo que quieras, pero procura no hacer el tonto.
Dejó que se calmara y fue en busca de Emily. Oyó a la inspectora antes de verla. Su voz, así como la voz masculina preñada de animosidad, venía de la planta baja. Barbara se asomó por encima de la balaustrada curva y vio a Emily encarada con Muhannad Malik. Taymullah Azhar estaba detrás de su primo.
– No me explique la PPC -estaba diciendo Emily cuando Barbara bajó la escalera-. Conozco bien la ley. El señor Kumhar ha sido detenido por un delito concreto. Es mi obligación procurar que nada se entrometa con pruebas en potencia o ponga a alguien en peligro.
– El señor Kumhar es quien está en peligro -dijo Muhannad con expresión inflexible-. Si se niega a dejarnos verle, sólo puede existir una razón.
– ¿Le importaría explicarse?
– Quiero verificar su estado físico. Es inútil que finja no haber utilizado jamás la expresión «resistencia a la autoridad» para justificar las palizas que ha recibido alguien mientras estaba detenido en comisaría.
– Creo que ha visto demasiada televisión, señor Malik -dijo Emily, mientras Barbara se paraba a su lado-. No tengo la costumbre de maltratar a los sospechosos.
– Entonces, no se opondrá a que le veamos.
Azhar intervino antes de que Emily pudiera replicar.
– El Acta de Pruebas Policiales y Criminales también indica que un sospechoso tiene derecho a que se informe sin la menor dilación a un amigo, un pariente o cualquier otro conocido de que se encuentra detenido. ¿Puede decirnos el nombre de la persona a la que ha informado, inspectora Barlow?
Habló sin mirar a Barbara, pero incluso así estuvo segura de que él había captado su respingo interior. La PPC estaba muy bien, pero cuando los acontecimientos empezaban a desbordar a la policía, hasta un buen agente, más a menudo que menos, dejaba de ceñirse a la letra de la ley. Azhar suponía que había pasado esto. Barbara esperó a ver si Emily se sacaba un amigo o un pariente de Fahd Kumhar de un sombrero metafórico.
No se tomó la molestia.
– El señor Kumhar aún no ha precisado la persona que ha de ser notificada.
– ¿Sabe que tiene ese derecho? -preguntó Azhar con astucia.
– Señor Azhar, aún no hemos tenido la oportunidad de hablar con ese hombre el rato suficiente para informarle de sus derechos.
– Como de costumbre -observó Muhannad-. Le ha aislado porque es la única forma de ponerle nervioso y conseguir que colabore con ella.
Azhar no contradijo a su primo. Tampoco permitió que la tensión aumentara.
– ¿El señor Kumhar es nativo de este país, inspectora? -preguntó.
Barbara sabía que Emily debía estar maldiciendo el hecho de haber permitido a Kumhar farfullar sobre sus papeles. No podía negar que conocía su condición de inmigrante, sobre todo cuando la ley concretaba sus derechos en función de tal condición. Si Emily mentía, sólo para descubrir si Fahd Kumhar estaba implicado en la muerte de Haytham Querashi, corría el riesgo de que un tribunal rechazara su caso más adelante.
– En este momento nos gustaría interrogar al señor Kumhar sobre su relación con Haytham Querashi -dijo-. Le hemos traído a la comisaría porque se mostró reacio a contestar a nuestras preguntas en su alojamiento.
– Deje de tirar pelotas fuera -dijo Muhannad-. ¿Es o no ciudadano inglés?
– No parece ser el caso -contestó Emily, pero habló a Azhar en lugar de a Muhannad.
– Ah. -Azhar pareció tranquilizado por esta admisión. Barbara comprendió el motivo cuando hizo la siguiente pregunta-. ¿Habla bien el inglés?
– No le he sometido a un examen.
– Pero eso carece de importancia, ¿verdad?
– Joder, Azhar. Si su inglés no es…
Azhar interrumpió el indignado comentario de su primo con un simple alzamiento de mano.
– Entonces -dijo-, debo pedirle que nos permita el acceso al señor Kumhar de inmediato, inspectora. No insultaré a su inteligencia o a su conocimiento de las leyes, fingiendo que ignora que los únicos sospechosos con derecho incondicional a las visitas son los extranjeros.
Juego, set y partido, pensó Barbara, con no poca admiración hacia el paquistaní. Puede que enseñar microbiología a estudiantes universitarios fuera el trabajo diario de Azhar, pero no era manco en lo tocante a defender los derechos de su pueblo. De pronto, comprendió que no habría debido preocuparse por las teóricas dificultades que el hombre iba a encontrar en Balford-le-Nez. Estaba muy claro que tenía la situación muy bien controlada, al menos a la hora de tratar con la policía.
Por su parte, Muhannad exhibía una expresión de triunfo en el rostro.
– Si hace el favor de guiarnos, inspectora Barlow… -dijo con marcada cortesía-. Nos gustaría informar a nuestro pueblo de que el señor Kumhar se encuentra perfectamente. Es comprensible que estén ansiosos por saber si le han tratado bien aquí.
No había mucho espacio para maniobras políticas. El mensaje enviado era muy claro. Muhannad Malik podía movilizar a su gente y organizar otra marcha, manifestación y disturbios. Le era tan fácil como aplacarla. La elección, así como la responsabilidad, recaía en la inspectora Barlow.
Barbara vio que la piel se tensaba alrededor de los ojos de Emily. Era lo más cercano a una reacción que iba a permitirse delante de dos hombres.
– Vengan conmigo -dijo.
Tenía la sensación de estar inmovilizada por grilletes.! No se trataba de grilletes que la sujetaran por los tobillos y las muñecas, sino grilletes que la rodeaban de pies a cabeza.
Lewis estaba hablando en el interior de su cabeza. No paraba de hablar de los hijos, de su negocio, de su amor abominable por aquel Morgan antiguo que nunca funcionaba como debía, pese al dinero que invertía en él. Después, Lawrence le sustituyó. Pero lo único que dijo fue la quiero, la quiero, ¿por qué no puedes entena de que la quiero, mamá, y que queremos vivir juntos? Y después, aparecía aquella puta sueca, con la jerga psicoanalítica que debía haber aprendido mientras jugaba a voleibol en alguna playa de California: el amor de Lawrence por mí no puede disminuir su amor por usted, señora Shaw. Se da cuenta, ¿verdad? ¿Quiere que sea feliz? Y después venía Stephen y decía, es mi vida, abuela.