– ¿A qué te refieres?
– La reacción de Kumhar cuando esos dos entraron en la sala de interrogatorios. La viste, ¿no? ¿Cómo la interpretas?
– Kumhar estaba acojonado -admitió Barbara-. Nunca he visto a un detenido más nervioso. Ésa es la cuestión, ¿no, Emily? Está detenido. ¿Adonde quieres ir a parar?
– A una relación entre esos tíos. Kumhar echó un vistazo a Azhar y Malik, y casi se cagó en los pantalones.
– ¿Estás diciendo que les conocía?
– A Azhar, tal vez no, pero digo que conocía a Muhannad Malik. Digo que estoy convencida de que le conocía. Temblaba tanto, que podríamos haberle utilizado para preparar los martinis de James Bond. Créeme, esa reacción no tenía nada que ver con estar detenido.
Barbara sintió su inseguridad y la aceptó con cautela.
– Pero, Em, piensa en la situación. Está detenido, como sospechoso en una investigación de asesinato, en un país extranjero, donde su dominio del idioma no le llevaría ni al extrarradio si quisiera poner pies en polvorosa. ¿No es motivo suficiente para estar…?
– Sí -dijo Emily, impaciente-. De acuerdo. Su inglés no le serviría ni para llamar a un perro. Bien, ¿qué está haciendo en Clacton? Mejor aún, ¿cómo llegó aquí? No estamos hablando de una ciudad llena de asiáticos. Estamos hablando de una ciudad con tan pocos, que sólo tuvimos que preguntar por un paquistaní al propietario de Jackson e Hijo, y enseguida supo que estábamos buscando a Kumhar.
– ¿Y? -preguntó Barbara.
– No se trata exactamente de una cultura de espíritus libres. Esta gente forma un todo. ¿Qué está haciendo Kumhar en Clacton, más solo que la una, cuando los demás de su raza están aquí, en Balford?
Barbara tuvo ganas de explicar que Azhar estaba solo en Londres, a pesar de que, como había averiguado recientemente, tenía una familia numerosa en otra parte del país. Tuvo ganas de explicar que la comunidad asiática de Londres se concentraba en los alrededores de Southall y Hounslow, mientras que Azhar vivía en Chalk Farm y trabajaba en Bloomsbury. ¿Era típico eso?, quiso preguntar. Pero no podía hacerlo, porque pondría en peligro su participación en la investigación.
Emily siguió insistiendo.
– Ya oíste el agente Honigman. Kumhar estaba bien, hasta que esos dos tíos entraron en la sala. ¿Cómo lo interpretas?
Podía interpretarse de muchas maneras, pensó Barbara. Podía manipularse al antojo de cualquiera. Pensó en recordar a la inspectora lo que Muhannad había dicho: los asiáticos no habían entrado solos en la sala. Sin embargo, discutir por una mera conjetura parecía estéril en aquel momento. Aún peor, parecía provocador. Dejó de lado el estado mental de Kumhar.
– Si Kumhar conoce a Malik -preguntó-, ¿cuál es la relación entre ellos?
– Algún asunto sucio, te lo aseguro. Lo mismo que hacía Muhannad de adolescente, marrullerías de las que siempre salía bien librado. Claro que sus delitos de adolescencia, infracciones de la ley carentes de importancia, han dado paso ahora a cosas mucho más serias.
– ¿Qué cosas?
– ¿Y yo qué cono sé? Robo, pornografía, prostitución, drogas, contrabando, tráfico de armas procedentes del Este, explosivos, terrorismo. No sé qué es, pero sé una cosa: hay dinero de por medio. ¿Cómo explicas el coche de Muhannad, ese Rolex, la ropa, las joyas?
– Em, su padre es el dueño de una fábrica. La familia ha de nadar en la abundancia. Sus suegros le proporcionaron una bonita dote. Es lógico que Muhannad exhiba sus riquezas.
– No, porque no es su estilo. Tal vez naden en la abundancia, pero la invierten en Mostazas Malik, o la envían a Pakistán. O tal vez la utilicen para financiar la entrada de otros miembros de la familia en el país. Quizá la ahorren para las dotes de sus mujeres. Pero no la usan, créeme, para coches clásicos y pijadas personales. De ninguna manera. -Emily tiró las toallitas empapadas a la papelera-. Te lo juro, Barb, Malik está pringado. Está pringado desde que tenía dieciséis años, y sólo ha cambiado en que ahora pica más alto. Utiliza Jum'a como tapadera. Interpreta el papel del señor Hombre de su Pueblo, pero la verdad es que este tío sería capaz de degollar a su madre con tal de añadir otro diamante a su anillo de sello.
Coches clásicos, diamantes, un Rolex. Barbara habría dado un pulmón por poderse fumar un cigarrillo en el despacho de Emily en aquel mismo momento, de tan crispados que sentía los nervios. No la irritaban tanto las palabras de la inspectora como la pasión que corría bajo ellas, una pasión de la que no era consciente y, por tanto, muy peligrosa en potencia. Ya había recorrido aquel camino antes. El letrero la anunciaba como Pérdida de Objetividad, y no conducía a ningún destino deseado por un policía decente. Y Emily Barlow era una policía decente. La mejor.
Barbara buscó una forma de equilibrar el caso.
– Espera. Tenemos a Trevor Ruddock sin coartada y con una hora y media de tiempo libre el viernes por la noche. Están investigando sus huellas. He enviado sus útiles de construir arañas al laboratorio, para que los analicen. ¿Le soltamos y vamos por Muhannad? Ruddock tenía un alambre en su cuarto, Em. Todo un jodido rollo.
Emily miró hacia la pared del despacho, la pizarra colgada, las anotaciones garabateadas. No dijo nada. En el silencio, los teléfonos sonaban cerca.
– Joder, tío -exclamó alguien-. Deja de engañarte.
Exacto. ¿Qué te parece?, pensó Barbara. Venga, Em. No me falles ahora.
– Hemos de examinar los archivos policiales. -El tono de Emily era decidido-. Aquí y en Clacton. Hemos de saber qué ha sido denunciado y qué ha quedado sin resolver.
Barbara se quedó de una pieza.
– ¿Los archivos policiales? Pero si Muhannad está metido en algo gordo, ¿crees que vas a encontrarlo en los archivos de la policía?
– Vamos a encontrarlo en algún sitio -replicó Emily-. Créeme. No lo encontraremos si no empezamos a buscar.
– ¿Y Trevor? ¿Qué hago con él?
– De momento, suéltale.
– ¿Qué le suelte? -Barbara hundió las uñas en la piel de su antebrazo-. Pero, Em, podemos hacer con él lo mismo que con Kumhar. Podemos dejar que se vaya ablandando hasta mañana por la tarde. Le pondremos a prueba cada cuarto de hora. Juro por Dios que está ocultando algo, y hasta que sepamos lo que es…
– Suéltale, Barbara -ordenó la inspectora.
– Pero aún no sabemos nada de sus huellas dactilares, ni del alambre enviado al laboratorio, y cuando hablé con Rachel…
Barbara no sabía qué más decir.
– Barb, Trevor Ruddock no se va a fugar. Sabe que con mantener la boca cerrada, nuestras manos están atadas. Déjale ir hasta que el laboratorio nos diga algo. Entretanto, trabajaremos a los asiáticos.
– ¿Cómo los trabajaremos?
Emily enumeró las posibilidades. Los archivos de la policía de Balford, así como los archivos de las comunidades circundantes, demostrarían si algo raro, que pudiera relacionarse con Muhannad, estaba pasando. Era preciso visitar las oficinas de World Wide Tours de Harwich con la fotografía de Haytham Querashi en mano. Había que visitar las casas que daban al Nez y exhibir la fotografía de Querashi. De hecho, también habría que llevar una foto de Kumhar a World Wide Tours, por si acaso.
– Tengo reunión con nuestro equipo dentro de cinco minutos -dijo Emily. Se levantó, y el tono de su voz indicó con claridad que su entrevista había terminado-. Voy a distribuir las tareas para mañana. ¿Te interesa alguna en especial, Barb?
La implicación no podía ser más clara: era Emily Barlow quien dirigía la investigación, no Barbara Havers. Trevor Ruddock saldría dentro de una hora. Empezarían a investigar a los paquistaníes. A un paquistaní en particular. A un paquistaní con una coartada excelente.
No podía hacer nada más, comprendió Barbara.
– Yo me ocuparé de World Wide Tours -dijo-. Supongo que un viaje a Harwich me sentará bien.