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Barbara vio el Thunderbird clásico azul turquesa en cuanto entró en el aparcamiento del hotel Burnt House, hora y media después. Era difícil no fijarse en el exótico vehículo, inmaculado y esbelto, rodeado de vulgares Escorts, Volvos y Vauxhalls. Daba la impresión de que cada día sacaban brillo al descapotable. Desde sus tapacubos relucientes a la curva cromada del borde del parabrisas, podría haber sido utilizado como teatro móvil, de tan impecable que estaba el último milímetro. Invadía dos plazas de aparcamiento, al final de una fila de coches, como para impedir que alguien rascara su pintura cuando bajara de un automóvil inferior. Barbara pensó en utilizar su lápiz de labios recién adquirido para escribir «egoísta» en el parabrisas, a modo de comentario nada sutil sobre el abuso cometido por su propietario, pero se conformó con una imprecación adecuada y embutió su Mini en la parte posterior del hotel, visitada por las fragancias procedentes del cubo de basura de la cocina.

Muhannad Malik estaba dentro, conspirando sin duda con Azhar, después de que hubieran desechado su exigencia de examinar las pruebas. No le había gustado. Aún le había gustado menos que su primo le informara de que la policía no tenía ninguna obligación de reunirse con ellos, y mucho menos de poner las pruebas a su disposición. Muhannad había apretado los labios, pero se había abstenido de plantar cara a su primo. En cambio, había concentrado su antipatía y desdén en Barbara. Esta imaginaba con qué alegría acogería su llegada al hotel si se encontraban. Cosa que deseaba evitar con todas sus fuerzas.

La combinación de humo de cigarrillo y conversaciones susurradas reveló a Barbara que los huéspedes del hotel estaban reunidos en el bar para tomar el jerez del aperitivo y proceder al estudio ritual del menú diario. Que el menú fuera tan invariable como la marea (lomo, pollo, platija, buey) no parecía influir en el deseo de los huéspedes de examinarlo con la concentración de eruditos bíblicos. Barbara lo vio cuando se dirigía hacia la escalera. Primero, una ducha, decidió. Después, una pinta de Bass con un poquito de whisky.

– ¡Barbara! ¡Barbara!

Un repiqueteo de pies sobre el suelo de parquet acompañó el grito de su nombre. Hadiyyah, vestida de pies a cabeza de seda, la había visto desde el antepecho de la ventana del bar, y reaccionó de inmediato.

Barbara vaciló y se encogió por dentro. Si había confiado en esquivar todo encuentro inesperado con Muhannad Malik, fingiendo no conocer a su primo hasta después de llegar a Balford-le-Nez, ya podía olvidarse. Azhar no había sido lo bastante rápido como para detener a su hija. Se levantó, pero la niña ya estaba atravesando la sala. Un bolsito blanco en forma de luna colgaba desde su codo hasta el suelo.

– Ven a ver quién hay aquí -dijo Hadiyyah-. Es mi primo, Barbara. Se llama Muhannad. Tiene veintiséis años, está casado y tiene dos hijos que aún llevan pañales. He olvidado sus nombres, pero sé que me acordaré cuando los conozca.

– Estaba a punto de subir a mi habitación -dijo Barbara. Apartó los ojos del bar, con la esperanza irracional de que, así, nadie observaría que estaba hablando con la niña.

– Bah. Sólo será un momento. Quiero que le conozcas. Le he preguntado si iba a cenar con nosotros, pero su mujer le está esperando en casa. Y sus padres. También tiene una hermana. -Suspiró de puro placer. Sus ojos estaban llenos de alegría-. Imagínate, Barbara. Anoche ni siquiera lo sabía. Ni siquiera sabía que tenía una familia, aparte de papá y mamá. Es muy simpático, mi primo Muhannad. ¿Quieres que te lo presente?

Azhar se había acercado a la puerta del bar. Detrás de él, Muhannad se había levantado de una butaca de cuero agrietado encarada hacia la ventana. Sostenía un vaso, que se llevó a los labios antes de dejarlo sobre el cristal de una mesa cercana.

Barbara telegrafió su pregunta a Taymullah Azhar. ¿Qué debo decir?

Pero Hadiyyah había aprisionado su mano, y sus palabras destruyeron cualquier fingimiento de que su relación se basara en un mutuo amor por las obras maestras culinarias del hotel Burnt House.

– Tú pensabas lo mismo, ¿verdad, Barbara? Es porque nunca nos comportamos como si tuviéramos una familia en otra parte. Supongo que ahora vendrán a Londres los fines de semana. Les invitaremos a una de nuestras barbacoas, ¿verdad?

Claro, quiso decir Barbara. Sin duda, a Muhannad Malik se le estaba haciendo la boca agua en aquel mismo momento, ansioso por degustar los kebabs a la brasa de la sargento detective Barbara Havers.

– Primo Muhannad -canturreó Hadiyyah-, te presento a mi amiga Barbara. Vive en Londres. Nosotros estamos en el piso de la planta baja, como ya te dije, y Barbara vive en una preciosa casita que hay detrás de la casa. La conocimos porque hubo una equivocación y nos entregaron su nevera. Papá la trasladó a su casa. Se manchó de grasa la camisa. La quitamos casi toda, pero ya no le gusta llevarla a la universidad.

Muhannad se reunió con ellos. Hadiyyah se apoderó de su mano. Se quedó cogida de ambos, y parecía tan satisfecha como si fuera a unirlos en santo matrimonio.

La cara de Muhannad transparentaba sus procesos cerebrales, como si un ordenador estuviera analizando información y repartiéndola en las categorías adecuadas. Barbara imaginó las distintas etiquetas: traición, ocultación, engaño. Habló a Hadiyyah, pero miró a su padre.

– Es un placer conocer a tu amiga, primita. ¿Hace mucho que la conoces?

– Oh, semanas y semanas y semanas -graznó Hadiyyah-. Vamos a comprar helados a Chalk Farm Road, hemos ido al cine y vino a mi fiesta de cumpleaños. A veces, vamos a ver a su mamá, a Greenford. Nos lo pasamos muy bien, ¿verdad, Barbara?

– Qué casualidad que os hayáis encontrado en el mismo hotel de Balford-le-Nez -dijo Muhannad, con voz cargada de intención.

– Hadiyyah -dijo Azhar-, Barbara acaba de regresar al hotel, y parece que iba a subir a su habitación. Si tú…

– Le dijimos que íbamos a Essex -informó Hadiyyah a su primo-. Le dejé un mensaje en su contestador automático. La había invitado a un helado, y no quería que pensara que me había olvidado. Fui a su casa a decírselo, y entonces papá vino y dijo que íbamos a la playa. Claro que papá no me dijo que vivías aquí, primo Muhannad. Quería que fuera una sorpresa. Ahora has conocido a mi amiga Barbara y ella te ha conocido a ti.

– Ya está hecho -dijo Azhar.

– Pero tal vez no tan pronto como habría debido ser -dijo Muhannad.

– Escuche, señor Malik -empezó Barbara, pero la aparición de Basil Treves impidió que continuara.

Había salido de detrás del bar con su habitual celeridad, con los pedidos de la cena en la mano. Canturreaba como siempre. Ver a Barbara con los paquistaníes le silenció en lo que parecía la quinta nota del tema principal de Sonrisas y lágrimas.

– Ah, sargento Havers -dijo-. La han llamado por teléfono. Tres veces, para ser exacto, el mismo hombre. -Dirigió una mirada especulativa a Muhannad, y después a Azhar, para luego añadir en tono misterioso, pero con un inconfundible aire de importancia, que sirvió para subrayar su relación con la compatriota, compañera de investigaciones y amiga del alma de Scotland Yard-: Ya sabe, sargento. Ese asuntillo de Alemania. Dejó dos números: el de casa y el teléfono directo de su oficina. Los he puesto en su casilla, y si espera un momento…

Mientras corría a buscar los mensajes, Muhannad habló de nuevo.

– Primo, ya hablaremos más tarde, espero. Buenas noches, Hadiyyah. Ha sido… -La verdad de sus palabras suavizó su expresión, y con la otra mano acunó la nuca de la niña en un gesto cariñoso. Besó su cabeza-. Ha sido un placer conocerte por fin.

– ¿Volverás? ¿Conoceré a tu mujer y a tus hijitos?

– Todo a su tiempo -sonrió.

Se despidió de ellos, y Azhar, tras dirigir una rápida mirada a Barbara, le siguió hasta salir del hotel.