– No he dicho que necesitara uno. No he dicho que quisiera uno. Sólo he dicho que podía telefonear a uno si quería.
– ¿Qué quiere decir con eso?
La lengua del hombre surgió de su boca y recorrió sus labios con la velocidad de un lagarto.
– Puedo decirles lo que quieren saber, y estoy dispuesto a hacerlo. Pero tienen que garantizarme que la prensa no sabrá mi nombre.
– No tengo la costumbre de dar garantías a nadie. -Emily se sentó al otro lado de la mesa-. Y teniendo en cuenta que sus huellas fueron encontradas en el lugar del crimen, no está en situación de hacer tratos.
– Entonces no hablaré.
– Señor Hegarty -intervino Barbara-, el S04 de Londres identificó sus huellas dactilares. Creo que usted comprende lo que esto implica: si Londres tiene sus huellas, significa que existen antecedentes de un arresto. ¿Debo señalarle que la situación de un tío se pone chunga cuando las huellas de un delincuente están relacionadas con un asesinato, y resulta que el tío y el delincuente son la misma persona?
– Nunca hice daño a nadie -se defendió Hegarty-. Ni en Londres ni en ningún otro sitio. Y no soy un delincuente. Lo que hice fue entre dos adultos, y como uno de los adultos pagaba, no se trata de que obligara a nadie. Además, entonces era un crío. Si la policía dedicara más atención a impedir los auténticos delitos, y menos a molestar a unos tíos que sólo intentan ganar unas honradas libras utilizando su cuerpo, como un minero o un cavador de zanjas utiliza el suyo, este país sería un lugar mucho mejor para vivir.
Emily no discutió la creativa comparación entre obreros y chaperos.
– Escuche, un abogado no podrá impedir que su nombre salga en los periódicos, si lo quiere para eso. Tampoco puedo garantizarle que alguien del Standard no esté acampado delante de su casa cuando vuelva. Pero cuanto antes salga aquí, menor será la probabilidad.
El hombre meditó, mientras se humedecía los labios de nuevo. Su bíceps se tensó y el falo camuflado, en forma de estambre de lirio, se flexionó de una forma sugerente.
– Esto es lo que hay, ¿vale? -dijo por fin-. Hay otro tío. Llevamos juntos hace tiempo. Cuatro años, para ser exacto. No quiero que se entere de…, bien, de lo que voy a decirles. Ya sospecha algo, pero no sabe. Y quiero que siga así.
Emily consultó una tablilla que había recogido en recepción antes de bajar.
– Veo que tiene una empresa.
– Mierda. No puedo decirle a Gerry que han venido a buscarme por Distracciones. Ya no le gusta que me ocupe de ello. Siempre me está dando la paliza para que haga algo legal, según su definición de legal, y si descubre que la policía ha venido a tocarme los cojones…
– Y veo que esta empresa se encuentra en la zona industrial de Balford -continuó Emily, impertérrita-. Donde también está Mostazas Malik. Donde el señor Querashi estaba empleado. Hablaremos con todos los empresarios de la zona industrial en el curso de nuestra investigación, por supuesto. ¿Se siente más complacido ahora, señor Hegarty?
Hegarty exhaló el aliento que había contenido para seguir protestando. Estaba claro que había recibido el mensaje implícito.
– Sí -dijo-. Ahora sí. De acuerdo.
– Estupendo. -Emily conectó la grabadora-. Para empezar, hablaremos de cómo conoció al señor Querashi. No nos equivocamos al asumir que le conocía, ¿verdad?
– Le conocía -admitió Hegarty-. Sí. Conocía muy bien a ese tipo.
Se habían conocido en el mercado de Clacton. Cliff solía ir allí cuando el trabajo estaba al día. Iba de compras y en busca de lo que él llamaba «un poco de cachondeo, ya me entiende. Es muy aburrido estar con un tío un día sí y otro también. El cachondeo ataja el aburrimiento, ¿sabe? Eso era todo. Sólo un poco de cachondeo».
Había visto a Querashi examinando algunos pañuelos de Hermés falsos. No había pensado mucho en él («la carne oscura no entra dentro de mis preferencias»), hasta que el asiático levantó la cabeza y le miró.
– Ya le había visto antes en las cercanías de la fábrica Malik -dijo Hegarty-. Pero nunca me había topado con él ni pensado en nada de particular. Cuando me miró, supe lo que había. Era una mirada atrevida, inconfundible. Así que me fui a los retretes. El me siguió al instante. Así empezó.
Amor verdadero, pensó Barbara.
Creía que iba a ser un polvo sin más consecuencias, explicó Hegarty, era lo que él quería y lo que solía conseguir cuando iba al mercado. Pero ésa no era la intención de Querashi. Lo que Querashi quería era una relación permanente, aunque ilícita, y el hecho de que Cíiff estuviera comprometido con otro servía a las necesidades esenciales del paquistaní.
– Me dijo que estaba prometido con la hija de Malik, pero el trato entre ellos quedaría restringido a los papeles. Ella le necesitaba para aparentar, y él la necesitaba por la misma razón.
– ¿Para aparentar? -interrumpió Barbara-. ¿La hija de Malik es lesbiana?
– Está preñada -contestó Hegarty-. Eso me dijo Hayth.
Puta mierda, pensó Barbara.
– ¿El señor Querashi estaba seguro de que la chica está embarazada? -preguntó.
– La chica se lo dijo. Se lo dijo nada más conocerse. A él le pareció estupendo, porque aunque habría podido tirársela, sabía que tirarse a una mujer le iba a resultar muy difícil. Si el niño pasaba como si fuera suyo, perfecto. Daría la impresión de que había cumplido su deber de marido durante la noche de bodas, y si el bebé era un chaval, viviría de coña y ya no tendría que preocuparse de su mujer nunca más.
– Al tiempo que seguiría citándose con usted.
– Ése era el plan, sí. A mí ya me iba bien porque, como ya he dicho, eso de estar con un tío un día sí y otro también… -Levantó los dedos a modo de encogimiento de hombros-. Así no sería siempre Gerry, Gerry, Gerry.
Emily continuó interrogando a Hegarty, pero la mente de Barbara se había acelerado. Si Sahlah Malik estaba embarazada, y si Querashi no era el padre, sólo podía serlo una persona. «La vida empieza ahora» adquiría un significado completamente nuevo. Y también el hecho de que Theodore Shaw carecía de coartada para la noche del asesinato. Le habría bastado con zarpar en su yate de la dársena de Balford, bajar por el canal principal, rodear la punta norte del Nez y acceder a la zona donde Haytham Querashi había sufrido la caída fatal. La pregunta era: ¿podría haber zarpado de la dársena sin que nadie le viera?
– Utilizábamos el nido de ametralladoras -estaba explicando Hegarty a Emily-. No había un lugar más seguro. Hayth tenía una casa en las Avenidas, donde viviría cuando la chica y él se casaran, pero no podíamos ir allí porque Gerry trabaja por las noches en las reformas del piso.
– ¿Usted se encontraba con Querashi las noches que Gerry trabajaba?
– Exacto.
No podían encontrarse en el Burnt House por temor a que Basil Treves («ese pichafloja de Treves», fue la definición de Hegarty) se lo contara a alguien, en especial a Akram Malik, regidor del ayuntamiento como él. No podían encontrarse en Jaywick Sands porque la comunidad era pequeña y Gerry podía enterarse, y no iba a soportar que su amante se lo montara con otros tíos.
– El sida y todo eso -añadió Hegarty, como si experimentara la necesidad de explicar a la policía la incomprensible actitud de Gerry.
Por eso se encontraban en el nido de ametralladoras de la playa. Y allí era donde Cliff estaba, esperando a Querashi, la noche que éste murió.
– Vi cuanto pasó -dijo, y sus ojos se nublaron como si estuviera reviviendo lo que había visto aquella noche-. Estaba oscuro, pero vi las luces de su coche cuando llegó, porque aparcó cerca del borde del acantilado. Se acercó a la escalinata y miró a su alrededor, como si hubiera oído algo. Lo sé porque veía su silueta.
Después de una pausa, Querashi empezó a bajar. No había descendido ni cinco peldaños, cuando cayó. Se precipitó dando tumbos hasta el pie del acantilado.