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No había mucho que ver: dos dormitorios, un cuarto de baño, una sala de estar, una cocina. Como estaba en la planta baja, una diminuta terraza comunicada con la sala de estar daba al mar. Aquí, pensó Rachel con placidez, se sentarían por las noches, con el bebé en la cuna colocada entre ambas.

Mientras miraba por la ventana de la sala de estar, Rachel respiró hondo, henchida de felicidad, y se imaginó la escena. El dupatta de Sahlah susurraba, acariciado por la brisa del mar del Norte. La falda de Rachel se movía con gracia cuando se levantaba de la silla para acomodar la manta sobre el pecho del bebé dormido. Lo, o la, acunaba, y separaba con dulzura un pulgar en miniatura de la boca de querubín. Acariciaba la mejilla más suave que había tocado en su vida y rozaba con los dedos un cabello de color… ¿Qué color?, se preguntó. Sí, caramba. ¿De qué color era su cabello, por cierto?

Theo era rubio. Sahlah era muy morena. El cabello de su hijo sería una combinación de los dos, como su piel sería una combinación de la tez clara de Theo y el tono oliváceo de Sahlah.

Rachel estaba cautivada por la idea de aquel milagro de la vida que Sahlah Malik y Theo Shaw habían creado entre los dos. En aquel momento se dio cuenta de que apenas podría esperar a que transcurrieran los meses que faltaban para que el milagro se realizara.

De repente, fue consciente de lo bondadosa que era (ella, Rachel Lynn Winfield) y continuaría siendo con Sahlah Malik. Era más que una amiga para ella. Era un tónico. Expuesta a su influencia durante las semanas y meses que faltaban para el parto, Sahlah sería más fuerte, feliz y optimista acerca de su futuro. Y todo, todo, saldría bien al finaclass="underline" Sahlah y Theo, Sahlah y su familia, y sobre todo, Sahlah y Rachel.

Rachel se aferró a esta idea con creciente arrobo. Oh, tenía que correr al encuentro de Sahlah, que estaba trabajando en la fábrica, para comunicársela. Ojalá hubiera tenido alas para volar hasta allí.

La travesía de la ciudad fue terrible bajo la ardiente luz del sol, pero Rachel apenas se dio cuenta. Pedaleó a lo largo de la carretera de la costa con furiosa velocidad, y bebió agua tibia de su botella cada vez que un declive de la explanada le permitía correr cuesta abajo sin pedalear. No pensaba para nada en su incomodidad. Sólo pensaba en Sahlah y en el futuro.

¿Qué dormitorio preferiría Sahlah? El de delante era más grande, pero el de detrás daba al mar. El sonido del mar arrullaría al bebé. Quizá arrullaría también a Sahlah, cuando las responsabilidades de la maternidad pesaran demasiado sobre sus hombros.

¿Le gustaría a Sahlah cocinar para los tres? Su religión dictaba restricciones en su dieta, y Rachel se adaptaba con mucha facilidad a esas cosas. Por lo tanto, lo más lógico era que Sahlah cocinara para ellas. Además, si Rachel era la que iba a llevar el dinero a casa mientras Sahlah se quedaba a cuidar al bebé, Sahlah querría probablemente preparar sus comidas, como Wardah Malik hacía piara el padre de Sahlah. ¡No era que Rachel fuera a adoptar el papel de padre de nadie, y mucho menos del hijo de Sahlah! Eso le correspondía a Theo. Y Theo, a la larga, lo haría. Cumpliría su deber y aceptaría sus obligaciones, con el tiempo y cuando su abuela se hubiera recuperado.

– Según los médicos, puede vivir muchos años -les había dicho el señor Unsworth aquella mañana-. La señora Shaw es un auténtico acorazado. Como ella, sólo hay una entre cien. Y eso es magnífico para nosotros, ¿verdad? No morirá hasta que Balford esté de nuevo en pie. Ya lo verás, Con. Las cosas van a mejorar.

Ya lo estaban haciendo. En todos los sentidos. Cuando Rachel tomó la última curva a la izquierda y entró en la antigua zona industrial, situada en el extremo norte de la ciudad, se moría de ganas por extender su felicidad sobre las preocupaciones de Sahlah, como si fuera un bálsamo.

Bajó de la bicicleta y la apoyó contra una carretilla medio llena, abierta al aire libre. Olía a vinagre, zumo de manzana y fruta podrida, y estaba rodeada de moscas. Rachel agitó las manos alrededor de la cabeza para ahuyentarlas. Tomó un último sorbo de agua, cuadró los hombros y se encaminó hacia la puerta de la fábrica.

No obstante, antes de que pudiera llegar, la puerta se abrió, como anticipando su llegada. Sahlah salió, seguida de su padre al cabo de pocos instantes, que no iba vestido de blanco de pies a cabeza, como era habitual en él cuando trabajaba en la cocina experimental de la fábrica, sino con la indumentaria que Rachel pensaba propia de un muftí: camisa y corbata azules, pantalones grises y zapatos relucientes. Una cita para comer entre padre e hija, concluyó Rachel. Confiaba en que sus noticias sobre Agatha Shaw no estropearían el apetito de Sahlah. Una vez más, daba igual. Rachel recibiría otras noticias que la harían revivir.

Sahlah la vio al instante. Llevaba uno de sus collares más extravagantes, y al ver a Rachel, su mano se alzó para aferrado, como si fuera un talismán. ¿Cuántas veces había visto aquel gesto en el pasado?, se preguntó Rachel. Era una señal inequívoca de la angustia de Sahlah, y Rachel se apresuró a mitigarla.

– Hola, hola -llamó con tono alegre-. Hace un calor bestial, ¿verdad? ¿Cuándo crees que va a cambiar el tiempo? Hace siglos que el banco de niebla pende sobre el mar, y sólo hace falta que el viento lo empuje un poco para que refresque. ¿Tienes un momento, Sahlah? Hola, señor Malik.

Akram Malik le dio las buenas tardes, como siempre había hecho, como si se estuviera dirigiendo a la reina. Ni escrutó su cara ni apartó la vista a toda prisa como sucedía con otras personas, y ésa era una de las razones por las que a Rachel le caía bien.

– Tardaré un momento en ir a buscar el coche, Sahlah -dijo a su hija-. Habla con Rachel mientras tanto.

Cuando se alejó, Rachel se volvió hacia Sahlah y la abrazó impulsivamente.

– Lo he hecho, Sahlah -musitó-. Sí, de veras. Lo he hecho. Ahora, ya no hay nada de qué preocuparse.

Sintió bajo su mano que la tensión huía de los hombros rígidos de Sahlah. Los dedos de su amiga abandonaron la piedra color cervato que colgaba del collar, y se volvió hacia Rachel.

– Gracias -dijo de todo corazón. Cogió la mano de Rachel y la levantó como si quisiera besarle los nudillos en señal de gratitud-. Muchas gracias. No podía creer que fueras a abandonarme, Rachel.

– Nunca lo haría. Te lo he dicho un millón de veces. Somos amigas hasta el fin, tú y yo. En cuanto me enteré de lo de la señora Shaw, imaginé cómo te sentías, así que fui y lo hice. ¿Te has enterado de lo sucedido?

– ¿Del ataque? Sí. Un concejal de la ciudad llamó a papá y se lo dijo. De hecho, vamos al hospital a presentarle nuestros respetos.

Theo estaría allí sin duda, pensó Rachel. Experimentó un vago malestar al escuchar la noticia, pero no supo definirlo.

– Tu padre es muy amable. Siempre lo ha sido, ¿verdad? Por eso estoy segura…

Sahlah continuó como si Rachel no hubiera hablado.

– Le dije a papá que seguramente no permitirán que nos acerquemos a la habitación, pero contestó que ésa no era la cuestión. Vamos al hospital para manifestar nuestro apoyo a Theo, dijo. Nos ofreció su ayuda desinteresada cuando empezamos a utilizar ordenadores en la fábrica, y así es como hemos de reaccionar a sus problemas actuales: con amistad. La forma inglesa de lena-dena. Así me lo explicó papá.

– Theo se sentirá muy agradecido -dijo Rachel-. Y aunque este ataque de su abuela signifique que, de momento, no puede cumplir con su deber, Sahlah, recordará vuestra buena acción. Cuando su abuela mejore, estaréis juntos, Theo y tú, y cumplirá su deber como un padre responsable. Ya lo verás.

Sahlah continuaba apretando la mano de Rachel, pero ahora la soltó.

– Como un padre responsable -repitió.

Sus dedos ascendieron de nuevo hacia el colgante. Era la pieza que remataba uno de los collares menos conseguidos de Sahlah, una masa indefinida de lo que semejaba piedra caliza, pero en realidad era, según la expresión de Sahlah, un fósil del Nez. A Rachel nunca le había gustado mucho, y siempre se había alegrado de que Sahlah no lo hubiera ofrecido en venta a Racon. La pieza era demasiado pesada, pensó. La gente no quería que sus joyas colgaran sobre ella como una conciencia culpable.