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– Claro -dijo-. La situación es complicada en este momento, y no verá el futuro demasiado claro. Por eso actué sin consultar contigo. En cuanto me enteré de lo que le había pasado a la señora Shaw, comprendí que Theo no podría cumplir su deber contigo mientras su abuela se restablecía. Pero a la larga lo hará, y hasta ese momento, necesitas que alguien cuide de ti y de tu bebé, y ésa soy yo. Así que fui a los Clifftop…

– Basta, Rachel -dijo en voz baja Sahlah, y aferró su colgante con tal fuerza que Rachel vio su mano temblar-. Dijiste que te habías encargado de todo. Dijiste… Rachel, ¿no habrás solucionado…? ¿Me conseguiste la información…?

– He comprado el piso, eso es lo que he hecho -dijo Rachel, risueña-. Acabo de firmar los papeles. Quería que fueras la primera en saberlo, debido al ataque de la señora Shaw. Necesitará que alguien la cuide, ¿sabes? Cuidados constantes, es lo que se rumorea. Ya conoces a Theo. Se dedicará por entero a ella hasta que se haya recuperado. Lo cual significa que no se fugará contigo. Podría hacerlo, por supuesto, pero no lo creo, ¿verdad? Es su abuela, y ella lo crió, ¿no? Es la principal responsabilidad de Theo. Así que compré el piso para que tuvieras un sitio para ti y tu bebé hasta que Theo tenga claro cuál es su segunda responsabilidad: tú. Los dos, quiero decir.

Sahlah cerró los ojos, como si el brillo del sol se hubiera intensificado de repente. El BMW de Akram se acercaba hacia ellas desde el extremo de la carretera. Rachel meditó si debía anunciar la adquisición del piso al padre de Sahlah, pero rechazó el plan para dejar que su amiga encontrara el momento adecuado de anunciar la noticia.

– Tendrás que esperar un mes o seis semanas hasta que todo esté solucionado, Sahlah: los trámites de la comunidad de propietarios, el préstamo, todo eso. Pero podemos aprovechar el tiempo para mirar muebles, comprar sábanas y toda la pesca. Si quiere, Theo podría acompañarnos. Así, los dos elegiréis las cosas que utilizaréis después, cuando estés con él en lugar de conmigo. ¿Te das cuenta?

Sahlah asintió.

– Sí -suspiró-. Me doy cuenta.

Rachel estaba muy satisfecha.

– Estupendo. Oh, estupendo. ¿Cuándo quieres empezar a mirar? Hay algunas tiendas bastante buenas en Clacton, pero creo que sería mejor ir a Colchester. ¿Qué te parece?

– Lo que sea mejor -dijo Sahlah. Seguía hablando en voz baja, con los ojos clavados en el coche de su padre-. Decide tú, Rachel. Lo dejo en tus manos.

– Ahora ya lo ves como yo, y no te arrepentirás -dijo Rachel, muy convencida. Acercó la cabeza a la de Sahlah, mientras Akram frenaba el coche a pocos metros de distancia y esperaba a que su hija se reuniera con él-. Puedes decírselo a Theo cuando le veas. Todo el mundo ha quedado libre de presiones, de forma que puede hacer lo que debe.

Sahlah dio un paso hacia el coche. Rachel la detuvo con un comentario final.

– Llámame cuando quieras empezar a mirar, ¿de acuerdo? Muebles, sábanas, platos y tal. Querrás dar la noticia a todo el mundo, y eso lleva tiempo. Cuando estés dispuesta, empezaremos las compras. Para los tres. ¿De acuerdo, Sahlah?

Su amiga desvió al fin la vista de su padre y miró a Rachel con ojos que parecían desenfocados, como si su mente estuviera a millones de kilómetros de distancia. Y así era, comprendió Rachel. Había que hacer muchos planes.

– ¿Me llamarás? -repitió Rachel.

– Lo que sea mejor -contestó Sahlah.

– Sabía que todo el mundo pensaría que había sido un accidente si no hacía algo por cambiar la escena -continuó Hegarty.

– Así que trasladó el cadáver al nido de ametralladoras y puso patas arriba su coche. Así, la policía sabría que había sido un asesinato -concluyó Barbara por él.

– No se me ocurrió otra cosa -dijo con sinceridad el hombre-. Tampoco podía delatarme. Gerry se hubiera enterado. Y yo estaría acabado. No es que no quiera a Gerry. Es que, a veces, la idea de pasarme el resto de la vida con un solo tío… Mierda, suena como una sentencia de cárcel, no sé si me entienden.

– ¿Cómo sabe que Gerry no está enterado ya? -preguntó Barbara. Aparte de Theo, ya tenían a otro sospechoso inglés. Evitó los ojos de Emily Barlow.

– ¿Qué quiere…? -De pronto, Hegarty comprendió la intención de la pregunta-. No. No era Ger quien estaba en lo alto del acantilado. Imposible. No sabe lo de Hayth y yo. Sospecha, pero no sabe. Y aunque lo supiera, no se habría cargado a Hayth. Me habría puesto de patitas en la calle.

Emily dejó de lado la cuestión.

– ¿Era de hombre o de mujer, la figura que vio en lo alto del acantilado?

No lo sabía, dijo. Estaba oscuro, y la distancia desde el nido de ametralladoras a lo alto del acantilado era demasiado grande. De manera que en cuanto a edad, sexo, raza o identidad… No lo sabía.

– ¿La figura no bajó a la playa para examinar a Querashi?

No, dijo Hegarty. Fuera quien fuese, la persona corrió en dirección norte a lo largo de la cumbre del acantilado, hacia la bahía de Pennyhole.

Lo cual, pensó Barbara con una sensación de triunfo, apoyaba aún más la teoría de un asesino llegado en yate.

– ¿Oyó un motor de barco aquella noche?

No había oído nada, porque el corazón le martilleaba en los oídos, dijo Hegarty. Esperó cinco minutos junto al nido de ametralladoras, intentando serenarse y pensar. Estaba tan nervioso que no hubiera advertido una explosión nuclear a diez metros de distancia.

Cuando recuperó la entereza (tres minutos, quizá cinco), hizo lo que debía hacer, lo cual le llevó un cuarto de hora, quizá. Después, huyó.

– El único motor de barco que oí fue el mío -añadió.

– ¿Qué? -preguntó Emily.

– El barco -dijo el hombre-. Fue como llegué allí. Gerry tiene una lancha motora que utiliza los fines de semana. Siempre la cogía cuando me citaba con Hayth. Remontaba la costa desde Jaywick Sands. Así es más directo, más excitante. Me gusta que la excitación se vaya apoderando de mí. Ya me entiende.

Así que aquél era el barco que habían oído cerca del Nez la noche de autos. Barbara, desalentada, se preguntó si volvían a empezar de cero.

– Mientras estaba esperando a Querashi -dijo-, ¿oyó algo? ¿El motor de otro barco, grande y a poca velocidad?

No, dijo Hegarty, pero la figura del acantilado tenía que haber llegado antes que él. La trampa ya estaba dispuesta cuando Haytham llegó, porque Hegarty no había visto a nadie cerca de la escalinata hasta después de que el paquistaní cayera.

– Alguien les vio a usted y al señor Querashi en el hotel Castle -dijo Emily-, en un rollo llamado…

Miró a Barbara.

– Cuero y Encaje -dijo la sargento.

– Exacto. Ese testimonio no concuerda con su historia, señor Hegarty. ¿Por qué terminaron ustedes dos en un baile público del hotel Castle? Es absurdo, si estaba tan interesado en evitar que su amante se enterara de esa relación.

– Ger no se entera de la misa la mitad -contestó Hegarty-. Nunca lo ha hecho. Además, ¿a qué distancia se encuentra ése hotel? Cuarenta minutos en coche si pisas a fondo. Más, si vas desde Jaywick o Clacton. Pensé que no nos encontraríamos con ningún conocido que luego le fuera con el cuento a Gerry. Estaba trabajando en las Avenidas para Hayth, y supuse que nunca se enteraría de mi escapada. Hayth y yo estábamos a salvo en el Castle.

En aquel momento, frunció el entrecejo.

– ¿Sí? -preguntó Emily al instante.

– Pensé por un momento… Pero da igual, porque no nos vio, así que no se enteró. Y Haytham no iba a decírselo, por descontado.