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– ¿De quién está hablando, señor Hegarty?

– De Muhannad.

– ¿De Muhannad Malik?

– Sí, exacto. También le vimos en el Castle.

Joder, pensó Barbara. ¿Aún iba a complicarse más el caso?

– ¿Muhannad Malik también es homosexual? -preguntó.

Hegarty lanzó una carcajada y acarició el imperdible que colgaba de su lóbulo.

– No estaba en el hotel. Le vimos después, cuando nos marchábamos. Pasó en su coche delante de nosotros, cruzó la carretera y tomó un desvío a la derecha, hacia Harwich. Era la una de la mañana y Haytham no tenía ni idea de qué estaba haciendo Muhannad en aquella parte del mundo y a tales horas. Así que le seguimos.

Barbara vio que la mano de Emily se tensaba alrededor del lápiz que sujetaba. Su voz, sin embargo, no traicionó nada.

– ¿Adonde fue?

Fue a una zona industrial situada en el límite de Parkeston, explicó Hegarty. Aparcó ante uno de los almacenes, desapareció en el interior durante una media hora y volvió a marcharse.

– ¿Está seguro de que era Muhannad Malik? -insistió Emily.

Era inconfundible, dijo Hegarty. El tipo conducía su Thunderbird azul turquesa, y tenía que ser el único coche de ese tipo en Essex.

– Es un poco raro, ¿no? -añadió de repente-. No iba en el coche cuando salió. Conducía un camión. De hecho, salió del almacén en el camión. No volvimos a verle.

– ¿No le siguieron?

– Hayth no quería arriesgarse. Una cosa era que nosotros viéramos a Muhannad, y otra muy distinta que él nos viera.

– ¿Cuándo fue eso, exactamente?

– El mes pasado.

– ¿El señor Querashi nunca volvió a hablar de ello?

Hegarty negó con la cabeza.

A juzgar por la intensidad de su mirada, Barbara comprendió que el interrogatorio de la inspectora iba a girar en torno a aquella información, pero seguir la pista de Muhannad equivalía a hacer caso omiso de un letrero que Hegarty ya había pintado. De momento, Barbara recluyó en el fondo de su mente la palabra que había disparado sus pensamientos: «preñada». No podía negar la presencia de otro sospechoso.

– Este tal Ger -dijo-. Gerry DeVitt.

Hegarty, que había empezado a relajarse en presencia de las dos mujeres, como si disfrutara de aquel momento importante en la investigación, se puso en guardia al instante. Sus ojos le traicionaron.

– ¿Qué pasa con él? No estará pensando que Gerry… Escuche, ya se lo he dicho antes. No sabía lo nuestro. Por eso no quería hablar con ustedes.

– ¿Por qué dice que no quería hablar con nosotros? -insistió Barbara.

– Aquella noche estaba trabajando en casa de Hayth -contestó Hegarty-. Pregunte a cualquiera de la Primera Avenida. Debieron ver las luces. Debieron oír los ruidos. Además, ya les he dicho lo que hay: si Ger hubiera descubierto lo nuestro, me habría echado. No habría ido detrás de Hayth. No es su estilo.

– El asesinato no suele ser el estilo de nadie -replicó Emily.

Concluyó la entrevista de la manera oficial, diciendo la hora y parando la grabadora. Se levantó.

– Puede que volvamos a vernos -dijo.

– No me llamen a casa -dijo el hombre-. No vengan a Jaywick.

– Gracias por su colaboración -fue la respuesta de Emily-. El agente Eyre le acompañará al trabajo.

Barbara siguió a Emily hasta el pasillo, donde la inspectora habló en voz baja y firme, y reveló que, con motivo o no, Gerry DeVitt no había desplazado a su sospechoso número uno.

– Sea lo que sea, Muhannad lo lleva a la fábrica. Lo embala allí, y almacena esas cajas con todo lo demás que embarca. Sabe cuándo se van a enviar los pedidos. Es parte de su trabajo, hostia. Le basta con enviar sus cargamentos particulares con los que salen de la fábrica. Quiero registrar ese lugar de arriba abajo, sin dejar ni un resquicio.

Por su parte, Barbara no podía desechar con tanta facilidad el interrogatorio de Hegarty. Media hora con aquel tipo había suscitado una docena de preguntas, como mínimo. Y Muhannad Malik no era la respuesta a ninguna.

Pasaron ante la recepción camino de la escalera. Barbara vio que Azhar hablaba con el agente de guardia. Alzó los ojos y las vio. Emily también le vio.

– Ah, el señor devoción a su pueblo -fue su oscuro comentario a Barbara-. Llegado de Londres para demostrarnos lo bueno que puede ser un musulmán. -Se detuvo detrás del mostrador de recepción y habló a Azhar-. Un poco temprano para su reunión, ¿no cree? La sargento Havers no estará libre hasta última hora de la tarde.

– No he venido a la reunión, sino a recoger al señor Kumhar y devolverle a su casa -contestó Azhar-. Sus veinticuatro horas de retención casi han terminado, como sin duda sabrá.

– Lo que sí sé -replicó con aspereza Emily- es que el señor Kumhar no ha solicitado sus servicios como chófer. Hasta que lo haga, será devuelto a su casa de la misma forma que fue sacado de ella.

La mirada de Azhar se desvió hacia Barbara. Parecía consciente del súbito cambio en la investigación, del que daba testimonio el tono de la inspectora. No hablaba como una agente preocupada por la posibilidad de otro alboroto callejero. Lo cual implicaba que se plegaría con más dificultades a cualquier compromiso.

Emily no concedió a Azhar la oportunidad de contestar. Dio media vuelta, vio a un miembro de su equipo que se acercaba y le llamó.

– Billy, si el señor Kumhar ha comido y tomado su ducha, llévale a casa. Quédate sus papeles de trabajo y su pasaporte cuando llegues allí. No quiero que ese tío desaparezca de nuestra vista hasta comprobar todo lo que dijo.

Habló en voz alta. Azhar la oyó. Barbara habló con cautela mientras subían la escalera.

– Aunque Muhannad esté en el fondo de todo esto, no pensarás que Azhar, el señor Azhar, está implicado, ¿verdad, Em? Vino de Londres. Ni siquiera estaba enterado del asesinato antes de eso.

– No tenemos ni idea de qué sabía o cuándo lo supo. Llegó aquí como una especie de experto legal cuando, por lo que sabemos, bien podría ser el cerebro del juego que se lleva entre manos Muhannad. ¿Dónde estaba el viernes por la noche, Barb?

Barbara conocía muy bien la respuesta porque, protegida por las cortinas de su casa, había visto a Azhar y a su hija asando kebabs de cordero halal en el jardín, detrás de la casa eduardiana cuya planta baja ocupaban. Pero no podía revelarlo sin traicionar su amistad con ellos.

– Sólo que… -dijo-. Bien, me ha parecido un tío muy legal en nuestras reuniones.

Emily lanzó una carcajada sardónica.

– Un tío muy legal, ya lo creo. Tiene una mujer y dos hijos a los que abandonó en Hounslow para amancebarse con una puta inglesa. Le dio una niña, y luego ella le abandonó, esa tal Angela Weston, sea quien sea. Sólo Dios sabe cuántas otras mujeres se lo montan con él en sus ratos libres. Estará sembrando de bastardos mestizos toda la ciudad. -Volvió a reír-. Exacto, Barb. El señor Azhar es un tío muy legal.

Barbara vaciló en la escalera.

– ¿Qué? -dijo-. ¿Cómo…?

Emily paró unos peldaños más arriba y la miró.

– ¿Cómo qué? ¿Cómo he sabido la verdad? Mandé que lo investigaran en cuanto puso el pie aquí. Recibí el informe al mismo tiempo que la identificación de las huellas dactilares de Hegarty. -Su mirada se hizo más penetrante. Demasiado perspicaz, pensó Barbara-. ¿Por qué, Barb? ¿Qué tiene que ver la verdad sobre Azhar con el precio del petróleo? Aparte de confirmar mi creencia de que no se puede confiar ni así en ninguno de esos chulo-putas, por supuesto.

Barbara meditó sobre la pregunta. No tenía muchas ganas de pensar en la verdadera respuesta.

– Nada -dijo-. En realidad, nada.

– Bien -contestó Emily-. Vamos a por Muhannad.

Capítulo 23

– Vaya a tomar algo, señor Shaw. Yo me quedaré a la puerta de la unidad, como en cada turno. Si su estado experimenta algún cambio, oiré el pitido de las máquinas.