Consiguió ladear la cabeza unos centímetros con un gran esfuerzo, lo suficiente para ver la ventana. Un pedazo de cielo del color de una cola de cernícalo le reveló que el calor continuaba en pleno apogeo. No sentía los efectos de la temperatura exterior, pues el hospital era uno de los escasos edificios en treinta kilómetros a la redonda que tenía aire acondicionado. Habría celebrado el hecho de haber estado en el hospital para visitar a alguien, alguien merecedor de una desgracia, por ejemplo. Era capaz de nombrar a veinte personas más merecedoras de una desgracia que ella. Pensó en aquel punto. Empezó a nombrar a aquellas veinte personas. Se distrajo asignando a cada una su tormento particular.
Al principio, no se dio cuenta de que alguien había entrado en la habitación. Una tosecita anunció que tenía un visitante.
– No, no se mueva, señora Shaw -dijo una voz serena-. Permítame, por favor.
Unos pasos dieron la vuelta a la cama, y de repente se encontró cara a cara con su peor enemigo: Akram Malik.
Emitió un ruido inarticulado, cuyo significado era «¿Qué quiere? Lárguese. No quiero que venga a regocijarse de mi desgracia», pero sólo surgió un revoltijo de aullidos y gruñidos incomprensibles, debido a los mensajes confusos que su cerebro dañado enviaba a las cuerdas vocales.
Akram la miró con suma atención. Sin duda estaba haciendo inventario de su estado, calculando hasta qué punto debería importunarla para enviarla a la tumba, lo cual allanaría su camino y le permitiría llevar a la práctica sus insidiosos planes para Balford-le-Nez.
– No pienso morirme, señor Wog -dijo-, de manera que borre esa expresión hipócrita de su cara. Siente tanta compasión por mí como la que yo sentiría por usted en circunstancias similares.
Pero su boca sólo emitió una serie de sonidos indefinidos.
Akram miró alrededor y desapareció un momento de su vista. Invadida por el pánico, la señora Shaw pensó que intentaba desconectar las máquinas que zumbaban y emitían suaves pitidos detrás de su cabeza. Pero el hombre volvió con una silla, y se sentó.
Vio que llevaba un ramo de flores. Las dejó sobre la mesa contigua a la cama. Extrajo de su bolsillo un pequeño libro encuadernado en piel. Lo apoyó sobre su rodilla, pero no lo abrió. Agachó la cabeza y empezó a murmurar un torrente de palabras en su jerga paquistaní.
¿Dónde estaba Theo?, pensó Agatha, desesperada. ¿Por qué no estaba con ella, para evitarle aquel sufrimiento? Akram Malik farfullaba en voz baja, pero su tono no iba a engañarla. Seguramente le estaba echando una maldición. Estaba practicando magia negra, vudú o cualquier otra cosa útil para derrotar a sus enemigos.
No iba a soportarlo.
– ¡Basta de cuchicheos! -dijo-. ¡Pare ahora mismo! ¡Salga de esta habitación inmediatamente!
Pero su forma de lenguaje era tan indescifrable para el hombre como la de él para ella, y su única respuesta fue apoyar una mano oscura sobre la cama, como si estuviera impartiendo una bendición que Agatha no necesitaba, ni mucho menos quería.
Por fin, alzó la cabeza de nuevo. Reemprendió su perorata, sólo que esta vez le entendió a la perfección. Y su voz era tan apremiante que no tuvo otro remedio que sostener su mirada. Los basiliscos son así, pensó, te empalan con sus ojos acerados. Pero no apartó la vista.
– Me he enterado esta mañana de su problema, señora Shaw -dijo Malik-. Lo siento muchísimo. Mi hija y yo deseamos presentarle nuestros respetos. Ella espera en el pasillo, mi Sahlah, porque nos avisaron de que sólo podía entrar uno de nosotros en la habitación. -Apartó la mano de la cama y la apoyó sobre el libro. Sonrió y prosiguió-. Pensé en leerle el libro sagrado. A veces, considero que mis palabras son inadecuadas para la oración, pero cuando la vi, las palabras fluyeron por sí solas sin el menor esfuerzo. En otro tiempo, me habría preguntado si esa circunstancia poseía un significado mayor, pero desde hace mucho tiempo me he resignado a aceptar que los caminos de Alá son, casi siempre, inescrutables.
¿De qué estaba hablando?, se preguntó Agatha. Le invadía una gran satisfacción, no cabía la menor duda al respecto, así que ¿por qué no iba al grano y terminaban de una vez?
– Su nieto Theo me ha sido de considerable ayuda durante este último año. Tal vez ya lo sepa. Durante algún tiempo, he pensado en la mejor manera de agradecerle su bondad hacia mi familia.
– ¿Theo? -dijo Agatha-. Theo no. Mi Theo. No haga daño a Theo, animal.
Por lo visto, el hombre interpretó su conglomerado de sonidos como una necesidad de aclaración.
– Condujo a Mostazas Malik hasta el presente y el futuro con sus ordenadores -dijo el hombre-. Fue el primero en apoyarme y comprometerse con la Cooperativa de Caballeros. Su nieto Theo tiene una visión de la vida no muy distinta de la mía. Teniendo en cuenta la desgracia que se ha abatido sobre usted, se me ha ocurrido una manera de corresponder a sus demostraciones de amistad.
«La desgracia que se ha abatido sobre usted», repitió Agatha. Comprendió sin la menor sombra de duda qué se proponía. Ahora era el momento en que se proponía asestar el golpe de gracia. Como un halcón, había elegido aquel momento, debido al daño que podía causar a la víctima. Y ella estaba totalmente indefensa.
Maldita sea su jactancia, pensó. Malditos sean sus modales untuosos y repugnantes. Y sobre todo,-maldita sea…
– Hace tiempo que estoy informado de su sueño de reurbanizar nuestra ciudad y devolverle su anterior esplendor. Tras haber sufrido un segundo ataque, debe temer que su sueño no se convierta en realidad.
Apoyó la mano sobre la cama una vez más, pero esta vez cubrió la mano de Agatha. La buena no, observó, porque habría podido retirarla, pero su otra mano, tan similar a una garra, era incapaz de moverse. Qué listo, pensó con amargura. Qué gran idea hacer hincapié en su invalidez antes de explicar los planes que la llevarían a la destrucción.
– Intento prestar todo mi apoyo a Theo, señora Shaw -dijo Malik-. La reurbanización de Balford-le-Nez se llevará a cabo tal como usted lo había planeado. Su nieto y yo conseguiremos que esta ciudad renazca de nuevo, fieles hasta el último detalle de su proyecto. Eso es lo que he venido a decirle. Descanse tranquila y concéntrese en sus esfuerzos por recobrar la salud, para que pueda vivir muchos años entre nosotros.
Y entonces, se inclinó y apoyó sus labios sobre la mano deforme, fea y tullida.
Como carecía de lenguaje para contestar, Agatha se preguntó cómo demonios iba a pedir a alguien que se la lavara.
Barbara intentaba por todos los medios centrar su mente en lo que importaba, es decir, la investigación, pero no paraba de desviarse en la dirección de Londres, más en concreto Chalk Farm y Eton Villas, y aún más en concreto hacia el piso de la planta baja de una casa eduardiana amarilla remozada. Al principio, se dijo que tenía que haber un error. O había dos Taymullah Azhar en Londres, o la información proporcionada por el SOll era incorrecta, incompleta o falsa. Pero los datos fundamentales sobre el asiático en cuestión, proporcionados por Inteligencia de Londres, se encontraban entre los datos que ya conocía sobre Azhar. Cuando leyó el informe, poco después de regresar al despacho de Emily con la inspectora, tuvo que admitir que la descripción facilitada por Londres era idéntica en muchos aspectos a la imagen que ya se había forjado. La dirección del sujeto era la misma; la edad de la niña era correcta; el hecho de que la madre de la niña no estuviera incluida en la imagen coincidía con lo que el informe decía. Azhar era identificado como profesor de microbiología, cosa que Barbara sabía, y su implicación con un grupo londinense llamado Orientación y Ayuda Legal Asiática era compatible con los conocimientos que el hombre había demostrado durante los últimos días. Por lo tanto, el Azhar del informe de Londres tenía que ser el mismo Azhar al que conocía. Pero el Azhar al que conocía no parecía el mismo Azhar al que creía conocer. Lo cual ponía en entredicho todas sus circunstancias, sobre todo su papel en la investigación.