Emily y Barbara interrumpieron a Charlie Spencer en plena operación de examinar los programas de carreras de caballos de Newmarket.
– ¿Ya han cogido a alguien? -fueron sus primeras palabras cuando levantó la vista, vio la identificación de Emily y encajó su mordisqueado lápiz detrás de la oreja-. No puedo quedarme aquí todas las noches con una escopeta. ¿De qué sirven mis impuestos, si la policía local no me sirve de nada, eh? Dígamelo usted.
– Mejore su seguridad, señor Spencer -replicó Emily-. Supongo que no sale de casa sin cerrar la puerta con llave.
– Mi perro se ocupa de cuidar la casa -dijo el hombre.
– En ese caso, necesita otro que vigile su dársena.
– ¿Cuál de ésos es el de Shaw? -preguntó Barbara al hombre, e indicó las hileras de barcos amarrados, inmóviles en el puerto.
Había muy poca gente en las inmediaciones, pese a la hora del día y el calor que animaba a surcar el mar.
– El Figbting Lady -contestó el hombre-. El más grande, al final del pontón seis. Los Shaw no deberían tenerlo ahí, pero les conviene, pagan sin falta y siempre lo han hecho, así que ¿quién soy yo para quejarme, eh?
Cuando le preguntaron por qué el Figbting Lady no debía estar en la dársena de Balford, el hombre dijo:
– El problema es la marea.
Siguió explicando que lo mejor sería amarrar un barco tan grande en un lugar que no dependiera tanto de la marea. Con marea alta no había problema. Cantidad de agua para mantener a flote un barco. Pero cuando la marea se retiraba, el fondo del yate encallaba en el barro, lo cual no era bueno, puesto que la cabina y las máquinas del barco ejercían presión sobre la infraestructura.
– Acorta la vida del barco -explicó.
¿Y la marea del viernes por la noche?, le preguntó Barbara. ¿La marea de entre las diez y las doce de la noche, por ejemplo?
Charlie dejó a un lado sus programas de carreras para consultar un folleto que había al lado de la caja.
Baja, les dijo. El Fighting Lady, así como cualquier yate anclado en la dársena, no habría podido ir a ningún sitio el viernes por la noche.
– Necesitan sus buenos dos metros y medio de agua para maniobrar -explicó-. Ahora, en cuanto a mi reclamación, inspectora…
Empezó a hablar con Emily sobre la eficacia de adiestrar perros de vigilancia.
Barbara les dejó discutiendo. Salió y paseó en dirección al pontón seis. Era fácil distinguir el Fighting Lady, porque se trataba del barco más grande de la dársena. Su pintura blanca estaba reluciente, y su maderamen y accesorios de cromo estaban protegidos por una lona azul. Cuando vio el barco, Barbara comprendió que, aunque la marea hubiera sido alta, ni Theo Shaw ni nadie habría podido amarrar la embarcación cerca de la orilla. Amarrarla frente al Nez habría exigido nadar hasta la playa, y no parecía probable que alguien dispuesto a matar empezara su faena nocturna con una zambullida.
Volvió hacia la oficina, mientras examinaba las demás embarcaciones del puerto. Pese al tamaño de la dársena, servía de punto de anclaje para un poco de todo: lanchas motoras, barcos de pesca con motor diesel, e incluso un elegante Hawk 31, izado fuera del agua por medio de un cabrestante, que se llamaba el Sea Wizard y habría parecido más en su ambiente en la costa de Florida o en Mónaco.
En las cercanías de la oficina, Barbara vio las embarcaciones que Charlie alquilaba. Además de lanchas motoras y kayaks, que descansaban sobre armazones alineados, encima del pontón esperaban diez canoas y ocho Zodiac hinchables. Dos de estas últimas estaban ocupadas por gaviotas. Otras aves volaban en círculo y chillaban en el aire.
Mientras observaba las Zodiac, Barbara recordó la lista de actividades delictivas que Belinda Warner había recopilado a partir del libro de registro. Antes, su atención se había centrado en las cabañas de playa forzadas y en lo que significaban para la coartada de Trevor Ruddock la noche de autos, pero ahora se dio cuenta de que las actividades delictivas tenían otro punto de interés.
Caminó sobre el estrecho pontón y examinó las Zodiac. Cada una iba equipada con un juego de remos, pero también podían funcionar a motor. Había un grupo de motores colocados sobre armazones, cerca del extremo del pontón. Sin embargo, una de las hinchables ya estaba en el agua con un motor sujeto, y cuando Barbara giró la llave, descubrió que el motor era eléctrico, no de gas, con lo cual prácticamente no hacía ruido. Examinó las hélices que se introducían en el agua. Se hundían menos de sesenta centímetros.
– Eso es -murmuró, una vez llevado a cabo su examen-. Eso es.
Alzó la vista cuando el pontón se movió. Emily estaba muy cerca de ella, y se protegía los ojos con la mano. A juzgar por su expresión, Barbara adivinó que la inspectora había llegado a la misma conclusión que ella.
– ¿Qué decía el libro de registro de la policía? -fue la retórica pregunta de Barbara.
De todos modos, Emily contestó.
– Le afanaron tres Zodiac sin que se enterara. Las tres fueron encontradas más tarde en los alrededores del Wade.
– ¿Habría sido muy difícil mangar una Zodiac por la noche y navegar por los bajíos, Em? Si el que lo hizo la devolvió antes del amanecer, nadie debió enterarse. Y parece que la seguridad de Charlie es poco menos que inexistente, ¿verdad?
– Ya lo creo. -Emily volvió la vista hacia el norte-. El Canal de Balford está al otro lado de esa lengua de tierra, Barb, donde está la cabaña de pescadores. Aun con marea baja, habría agua en el canal, y suficiente agua aquí, en el puerto, para poder entrar. No la suficiente para un barco grande, pero para una hinchable… Ningún problema.
– ¿Adonde conduce el canal? -preguntó Barbara.
– Corre paralelo al lado oeste del Nez.
– Por lo tanto, alguien pudo robar una Zodiac, subir por el canal y rodear la punta norte del Nez, para luego varar en cualquier punto del lado este y caminar hacia el sur, hasta la escalera.
Barbara siguió la dirección de la mirada de Emily. Al otro lado de la pequeña bahía que protegía la dársena, una serie de campos cultivados se alzaban hasta la parte posterior de una propiedad. Las chimeneas de los edificios principales se veían con nitidez. Un sendero transitado bordeaba el terreno de la propiedad a lo largo del perímetro norte de los campos. Corría hacia el este y desembocaba en la bahía, donde doblaba hacia el sur y seguía la línea de la costa.
– ¿Quién vive en esa casa, Em? -preguntó Barbara-. La grande, la de las chimeneas.
– Se llama Balford Oíd Hall -dijo Emily-. Ahí viven los Shaw.
– Bingo -murmuró Barbara.
Pero Emily rechazó aquella solución tan fácil a la ecuación móvil-medios-oportunidad.
– No estoy dispuesta a cargarles el mochuelo a ésos -dijo-. Vamos a la fábrica de mostazas antes de que alguien dé el soplo a Muhannad. Si es que herr Reuchalein no se nos ha adelantado -añadió.
Sahlah esperaba en el pasillo del hospital, vigilando la puerta de la habitación de la señora Shaw. La enfermera les había informado de que sólo una persona a la vez podía entrar en el cuarto de la paciente, y experimentó un gran alivio al saber que no tendría que ver a la abuela de Theo. Al mismo tiempo, sintió una enorme culpabilidad a causa de dicho alivio. La señora Shaw estaba enferma, y en un estado desesperado, a juzgar por las máquinas que había visto al asomarse a su habitación, y los principios de su religión la obligaban a atender a las necesidades de la mujer. Aquellos que creyeran y realizaran buenas obras, enseñaba el Corán, serían conducidos a los jardines bajo los cuales corrían ríos. ¿Y qué mejor obra que visitar a los enfermos, sobre todo cuando el enfermo tomaba la forma de un enemigo?
Theo nunca había revelado de una forma directa el hecho de que su abuela odiaba a la comunidad asiática en conjunto, y les deseaba lo peor individualmente, pero su aversión hacia los inmigrantes que habían invadido Balford-le-Nez siempre constituía la realidad no verbalizada entre Sahlah y el hombre al que amaba. Les había separado con tanta eficacia como las revelaciones de Sahlah acerca de los planes de sus padres para su futuro.