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Azhar le transmitió dicha información. Las lágrimas anegaron los ojos de Kumhar. Se mordisqueó el labio superior. Y un torrente de palabras brotó de él.

– ¿Qué está diciendo? -preguntó Emily al ver que Azhar no traducía al instante.

Tuvo la impresión de que a Azhar le costaba volverse, pero al final lo hizo, muy lentamente.

– Dice que no quiere perder la vida. Solicita protección. En pocas palabras, está repitiendo lo que dijo ayer por la tarde: «No soy nadie. No soy nada. Protéjanme, por favor. No tengo amigos en este país. Y no quiero morir como el otro.»

Emily experimentó una oleada de triunfo.

– Entonces, sabe algo sobre la muerte de Querashi.

– Eso parece -admitió Azhar.

Barbara decidió que aquella regla de «divide y vencerás» podía ser lo que necesitaba. O la señora Malik no sabía dónde estaba su hijo, o se resistía a entregarlo a la policía. Por su parte, la esposa de Muhannad parecía tan interesada en demostrar que ella y su marido eran carne y uña, que igual podía proporcionarle algunas briznas de información interesante, y todo con el objetivo de demostrar su importancia para el hombre con el que se había casado. Pero para conseguir que hiciera esto, Barbara sabía que debía separar a las dos mujeres. Fue más fácil de lo que pensaba. La esposa de Muhannad sugirió que condujeran la entrevista a solas.

– Hay cosas entre maridos y mujeres -dijo con presunción a Barbara- que las suegras no deben escuchar. Y como yo soy la esposa de Muhannad y la madre de sus hijos…

– Sí, vale.

Lo último que deseaba Barbara era otra repetición del rollo que le había soltado la mujer el primer día que llegó a Balford. Tenía la impresión de que, pese a su religión, Yumn podía ser muy bíblica en lo tocante a las genealogías.

– ¿Dónde podemos hablar?

Hablarían arriba, dijo Yumn. Tenía que bañar a los hijos de Muhannad antes de la merienda, y la sargento podía hablar con ella mientras lo hacía. Ala sargento le gustaría presenciar aquella actividad. Los hijos de Muhannad desnudos constituían una visión que regocijaba el corazón.

Vale, pensó Barbara. Ardo en deseos.

– Pero, Yumn -dijo la señora Malik-, ¿no quieres que Sahlah los bañe hoy?

Habló con voz tan queda que alguien poco acostumbrado a las sutilezas habría podido pasar por alto el hecho de que su pregunta era mucho más incisiva que los anteriores comentarios de Yumn.

Barbara no se sorprendió cuando la respuesta de Yumn indicó que sólo un hachazo entre los ojos conseguiría atraer su atención. No sentiría un escalpelo entre sus costillas.

– Les leerá por la noche, Sus-jahn -dijo-. Si no están muy cansados, por supuesto. Y si el texto que elige no da más pesadillas a mi Anas. Acompáñeme -dijo a Barbara.

Barbara siguió al enorme trasero de la mujer escaleras arriba. Yumn canturreaba alegremente.

– La gente se engaña -le confió-. Mi suegra cree que es la vasija que contiene el corazón de mi esposo.

Qué desgracia, ¿verdad? Es su único hijo, sólo pudo tener dos hijos, mi Muni y su hermana, así que está demasiado unida a él para su propio bien.

– ¿De veras? -preguntó Barbara-. Pensaba que estaría más unida a Sahlah. Las dos son mujeres, ya sabe.

– ¿Sahlah? -se encrespó Yumn-. ¿Cómo podría estar alguien unido a esa criatura insignificante? Mis hijos están aquí.

Entró en un dormitorio donde dos niños estaban jugando en el suelo. El más pequeño sólo llevaba un pañal, que al colgar en dirección a sus rodillas demostraba que ya había cumplido su misión con creces, mientras el mayor iba completamente desnudo. Sus ropas (pañal, camiseta, pantalones cortos y sandalias) formaban una pila que servía de carrera de obstáculos para los camiones que su hermano y él hacían rodar por el suelo.

– Anas, Bishr. -Yumn canturreó los nombres-. Venid con ammi-gee. Es hora de bañarse.

Los niños continuaron jugando.

– Después habrá Twisters, queridos.

Consiguió atraer su atención. Dejaron a un lado sus juguetes y permitieron que su madre los cargara a hombros.

– Por aquí-dijo a Barbara, y transportó sus tesoros hasta el cuarto de baño. Llenó la bañera con unos tres centímetros de agua, depositó a las dos preciosidades, y tiró dentro de la bañera tres patos amarillos, dos veleros, una pelota y cuatro esponjas. Administró con generosidad jabón líquido sobre todos los juguetes y las esponjas, y entregó estas últimas a los niños para que jugaran-. El baño debería ser un juego divertido -informó a Barbara, mientras retrocedía para contemplar a los niños, que se aporreaban con las esponjas. Volaron burbujas por el aire-. Vuestra tía sólo os frota y restriega, ¿verdad? -preguntó Yumn a los chiquillos-. Un muermo, eso es vuestra tía. Pero vuestra ammi-gee consigue que el baño sea algo divertido. ¿Jugamos con los barcos? ¿Necesitamos más patitos? ¿Queréis a vuestra ammi-gee más que a nadie?

Los niños estaban demasiado ocupados pegándose con las esponjas en la cara para prestarle mucha atención. Les revolvió el cabello y, después de suspirar con gran satisfacción, habló a Barbara.

– Son mi orgullo. Y el de su padre también. Serán como él, hombres entre hombres.

– Vale -dijo Barbara-. Ya veo el parecido.

– ¿Sí? -Yumn se alejó de la bañera y examinó a sus hijos como si fueran obras de arte-. Sí. Bien, Anas tiene los ojos de su padre. Y Bishr… -Lanzó una risita-. ¿Podemos decir que, con el tiempo, Bishr también tendrá algo igual que su padre? ¿Algún día serás como un toro para tu mujer, Bishr?

Al principio, Barbara pensó que Yumn había dicho «loro», pero cuando la mujer introdujo la mano entre las piernas de su hijo y exhibió su pene (de un tamaño aproximado al del dedo pequeño del pie de Barbara), modificó su idea. Nada como empezar a quitarle los complejos desde pequeño, decidió.

– Señora Malik -dijo-, he venido a buscar a su marido. ¿Puede decirme dónde está?

– ¿Qué demonios quiere de mi Muni? -La mujer se inclinó sobre la bañera y frotó con una esponja la espalda de Bishr-. ¿Ha dejado de pagar una multa por aparcamiento indebido?

– Sólo quería hacerle unas preguntas -dijo Barbara.

– ¿Preguntas? ¿Sobre qué? ¿Ha pasado algo?

Barbara frunció las cejas. La mujer no podía estar tan fuera de órbita.

– Haytham Querashi… -empezó.

– Ah, eso. No creo que quiera hablar con mi Munide Haytham Querashi. Apenas le conocía. Querrá hablar con Sahlah.

– ¿Sí?

Barbara contempló a Yumn mientras aplicaba jabón.

– Por supuesto. Sahlah estaba metida en algo feo. Haytham descubrió qué era, vaya a saber cómo, y se discutieron. La discusión condujo a… Es triste lo que provocan a veces las palabras, ¿no? Queridos, ¿hacemos flotar nuestros barcos sobre las olas?

Removió el agua. Los barcos cabecearon. Los niños rieron y golpearon el agua con los puños.

– ¿Qué era ese algo feo? -preguntó Barbara.

– Estaba muy ocupada por las noches. Cuando pensaba que todo el mundo dormía, nuestra pequeña Sahlah se ponía en acción. Salía de casa. Y más de una vez, alguien entraba. Alguien acudía a su habitación. Ella piensa que nadie lo sabe, por supuesto. Lo que no sabe es que cuando mi Muni sale por las noches, no duermo bien hasta que regresa a nuestra cama. Y tengo buen oído. Muy buen oído. ¿Verdad, queriditos? -Hundió los dedos en los estómagos de sus retoños. Lanzó una carcajada alegre y volvió a remover el agua-. La cama de la pequeña Sahlah hace ñigu-ñigu, ñigu-ñigu, ñigu-ñigu, ¿verdad, tesoros? -Más chapoteos-. Nuestra tía tiene el sueño inquieto. Ñigu-ñigu, ñigu-ñigu, ñigu-ñigu, ñigu-ñigu. Haytham descubrió lo de esos desagradables crujidos, ¿verdad, chicos? Nuestra Sahlah y él tuvieron algunas palabras.

Menuda cobra, pensó Barbara. Alguien debería darle con una cachiporra en la cabeza, y suponía que se presentaría más de un voluntario en la casa si los solicitaba. Bien, dos podían jugar a las adivinanzas.