Выбрать главу

Antes de darme cuenta, ya había destrozado las plantas. No entiendo por qué…

Aborta, Malik.

…la perfecta virgencita de tu padre.

Aborta.

i Virgen? ¿Ella? Dentro de pocas semanas no podrá disimular el…

No dijeron lo que estaban buscando, pero llevaban una orden de registro. La vi.

Tu hermana está embarazada.

Aborta. Aborta.

Sahlah no hablaría del asunto. No le acusaría. No se atrevería. Una acusación acabaría con ella, porque revelaría la verdad sobre Shaw. Porque él, Muhannad, su hermano, descubriría esa verdad. Acusaría. Describiría exactamente lo que había visto en el huerto, y dejaría que sus padres adivinaran el resto. ¿Podían confiar en la palabra de una hija que les había traicionado al escapar de casa por las noches? ¿De una hija que se comportaba como una vil sabandija? ¿En quién debían confiar más?, preguntaría. ¿En un hijo que cumplía su deber con su mujer, sus hijos y sus padres, o en una hija que les engañaba cada día?

Sahlah sabía lo que él diría. Sabía a quién creerían sus padres. No hablaría del asunto, y no le acusaría.

Lo cual le proporcionaba una oportunidad de encontrarla. Pero no estaba en la fábrica. No estaba en la joyería con su repugnante amiga. No estaba en el parque de Falak Dedar. No estaba en el parque de atracciones.

Pero en el parque de atracciones se había enterado de la noticia sobre la enfermedad de la señora Shaw y había ido al hospital. Llegó a tiempo de ver salir a los tres. Su padre, su hermana y Theo Shaw. Y la mirada que intercambió su hermana con su amante mientras éste abría la puerta del coche de su padre para que entrara, le había comunicado todo cuanto necesitaba saber. Se lo había dicho. La muy puta había contado la verdad a Theo Shaw.

Había huido antes de que la vieran. Y las voces rugían.

Aborta, Malik.

¿Qué debo hacer? Dímelo, Muni.

Hasta el momento, el señor Rumbar no ha identificado a nadie a quien desee avisar.

Cuando uno de los nuestros está muerto, no es tarea tuya ocuparte de su resurrección, Muhannad.

… encontrado muerto en el Nez.

Trabajo con nuestros compatriotas de Londres cuando tienen problemas con…

Aborta, Malik.

Muhannad, te presento a mi amiga Barbara. Vive en Londres.

Esta persona de la que hablas está muerta para nosotros. No tendrías que haberla traído a nuestra casa.

Vamos a comprar helados a Chalk Farm Road, hemos ido al cine y hasta vino a mi fiesta de cumpleaños. A veces, vamos a ver a su mamá en…

Aborta, Malik.

Le dijimos que íbamos a Essex, pero papá no me dijo que vivías aquí, Muhannad.

Aborta. Aborta.

¿Volverás? ¿Podré conocer a tu mujer y a tus hijos? ¿Volverás?

Y allí, allí, donde menos esperaba encontrarla, estaba la respuesta que buscaba. Silenció las voces y calmó sus nervios.

Salió disparado como una exhalación en dirección al hotel Burnt House.

– Muy bien -dijo con entusiasmo Emily. Una sonrisa radiante iluminó su cara-. Bien hecho, Barbara. Mecagüen la leche. Muy bien.

Gritó el nombre de Belinda Warner. La agente entró a toda prisa en el despacho.

Barbara tenía ganas de gritar. Tenían cogido por los huevos a Muhannad Malik, les habían presentado su cabeza en bandeja de plata, como la del Bautista a Salomé, y sin necesidad de bailes. Y lo había hecho la imbécil de su mujer.

Emily empezó a dar órdenes. El agente destacado en Colchester, que había peinado las calles cercanas a la residencia de Rakin Khan, en un intento de encontrar a alguien que pudiera corroborar la coartada de Muhannad o hundirla para siempre, debía volver a casa. Los agentes enviados a la fábrica de mostazas para examinar los expedientes personales de todo el mundo debían abandonar aquella pista. Los tíos que investigaban los robos perpetrados en las cabañas de la playa, para dilucidar la participación de Trevor Ruddock, debían olvidar aquella tarea. Todos debían unirse a los esfuerzos por encontrar a Muhannad Malik.

– Nadie puede estar en dos sitios a la vez -había anunciado Barbara a Emily-. Olvidó decir a su esposa cuál era su coartada, y ella le proporcionó una segunda. El juego no ha terminado, Emily. Está en pleno apogeo.

Vio que la inspectora exultaba de gloria por fin. Emily hizo llamadas telefónicas, trazó un plan de batalla y dirigió a su equipo con una calma que desmentía el entusiasmo que debía sentir. Joder, había estado en lo cierto desde el primer momento. Había intuido algo podrido en Muhannad Malik, algo que no encajaba con sus afirmaciones de ser un hombre de su pueblo. Tenía que existir alguna alegoría o fábula que enfatizara la hipocresía exacta de la vida de Muhannad, pero en aquel momento Barbara estaba demasiado excitada para localizarla en su memoria. ¿El perro del hortelano? ¿La tortuga y la liebre? ¿Quién lo sabía? ¿A quién le importaba? Vamos a por ese bastardo, pensó.

Se enviaron agentes en todas direcciones: a la fábrica de mostazas, a las Avenidas, al ayuntamiento, al parque de Falak Dedar, a aquella pequeña sala de reuniones situada sobre Balford Print Shoppe donde Inteligencia había descubierto que Jum'a celebraba sus encuentros. Otros agentes fueron destacados a Parkeston, por si su presa se había, dirigido hacia Eastern Imports.

Se enviaron por fax descripciones de Malik a las localidades circundantes. Se facilitaron el número de la matrícula y el color inconfundible del Thunderbird a las comisarías de policía. Telefonearon al Tendring Standard para que publicara la foto en primera página de Muhannad Malik a la mañana siguiente, si aún no le habían capturado.

Toda la comisaría se puso en acción. Había movimiento en todas partes. Todo el mundo trabajaba como una pieza de la gran maquinaria de la investigación, y Emily Barlow era el centro de esa maquinaria.

Era en esos casos cuando trabajaba mejor. Barbara recordaba su capacidad de tomar decisiones rápidas y desplegar los hombres bajo su mando donde fueran más eficaces. Lo había hecho durante sus ejercicios en Maidstone, cuando no había otra cosa en juego que la aprobación del instructor y la admiración de los colegas que seguían el curso. Ahora, cuando todo estaba en juego, desde la paz en la comunidad hasta su propio empleo, era la personificación de la tranquilidad. Sólo la forma en que escupía las palabras cuando hablaba indicaba su tensión.

– Todos estaban metidos en el ajo -dijo a Barbara mientras bebía agua de una botella de Evian. Su cara brillaba de sudor-. Querashi también. Es evidente. Quería una parte del pastel que Muhannad obtenía de todos los que contrataban a sus ilegales. Muhannad no aceptó. Querashi se desplomó escaleras abajo. -Otro sorbo de agua-. Fue muy sencillo, Barbara. Malik entraba y salía de casa sin parar: las reuniones de Jum'a, sus tratos con Reuchlein, la distribución de ilegales por todo el país.

– Por no hablar de las demás tareas que exige la empresa -añadió Barbara-. Ian Armstrong me lo confirmó.

– Por lo tanto, si se ausentaba alguna noche, la familia no sospechaba nada, ¿verdad? Pudo abandonar la casa, seguir a Querashi, descubrir su rollo con Hegarty, sin ni siquiera saber que era Hegarty la persona con quien se citaba, y elegir el momento apropiado para darle el pasaporte. Con media docena de coartadas para la noche en cuestión.

Barbara se dio cuenta de que el razonamiento era impecable.

– Y después apareció seguido de los suyos, con la intención de protestar por la muerte y pasar por inocente.

– Para pasar por lo que nunca fue, un hermano musulmán para los musulmanes, empeñado en llegar al fondo del asesinato de Querashi.

– Claro, ¿por qué iba a incitarte a capturar al asesino de Querashi, si él era el asesino?

– Eso pretendía que yo pensara -dijo Emily-. Pero nunca lo pensé. Ni por un momento.

Caminó hasta la ventana, donde la funda de almohada que había colgado el día anterior aún protegía la habitación del sol. La arrancó de un tirón. Se asomó a la ventana y contempló la calle.