– Ésta es la peor parte -dijo-. La detesto.
La espera, pensó Barbara. Mantenerse en la retaguardia con el fin de dirigir a las tropas, a medida que la información llegara a la comisaría. Era la desventaja de haber llegado al cargo que ostentaba. La inspectora jefe no podía estar en todas partes a la vez. Tenía que confiar en la experiencia y tenacidad de su equipo.
– Jefa.
Emily giró en redondo. Belinda Warner estaba en la puerta.
– ¿Qué sabemos?-preguntó.
– Es ese asiático. Está otra vez abajo. Dice…
– ¿Qué asiático?
– El señor Azhar. Está en recepción y pregunta por usted, o la sargento. Dijo que con la sargento sería suficiente. Recepción dice que está hecho un manojo de nervios.
– ¿Recepción? -repitió Emily-. ¿Qué cono está haciendo en recepción? Tenía que estar con Fahd Kumhar. Le dejé con él. Di órdenes expresas de… -Interrumpió sus palabras-. Joder -dijo, pálida.
– ¿Qué?
Barbara se puso en pie de un salto, sobresaltada por el hecho de que Azhar estuviera hecho un manojo de nervios. El paquistaní era tan controlado que algo grave debía estar sucediendo.
– ¿Qué pasa?
– No debía abandonar la comisaría -dijo Emily-. Tenía que quedarse con Kumhar hasta que le pusiéramos la mano encima a su primo. Salí de la sala de interrogatorios y olvidé decir al recepcionista que no abandonara el edificio.
– ¿Qué quiere…?
Belinda esperaba directrices.
– Yo me encargo de él -dijo Emily.
Barbara la siguió. Recorrieron el pasillo y bajaron la escalera al trote. En la planta baja, Taymullah Azhar paseaba arriba y abajo.
– ¡Barbara! -gritó, cuando las vio acercarse. Todo esfuerzo de disimulo se disolvió en un momento de pánico evidente. Su expresión era de desesperación-. Barbara, Hadiyyah ha desaparecido. Muhannad se la ha llevado.
– Hostia -exclamó Barbara, y lo dijo como si fuera una oración-. ¿Estás seguro, Azhar?
– Volví al hotel. Ya había terminado aquí. El señor Treves me lo dijo. La señora Porter estaba con ella. Le recordaba de la otra noche. Nos había visto juntos. En el bar, ¿te acuerdas? Pensó que habíamos quedado así…
Estaba a un paso de la congestión.
Guiada por un impulso, Barbara rodeó sus hombros con el brazo.
– La encontraremos -dijo, y le dio un apretón-. La encontraremos, Azhar. Te lo juro. Te prometo que la rescataré.
– ¿Qué cono está pasando? -preguntó Emily.
– Hadiyyah es su hija. Tiene ocho años. Muhannad la ha secuestrado. Ella debió pensar que no había nada de malo en irse con él.
– Sabe que nunca debe hacerlo -dijo Azhar-. Un desconocido. Ella lo sabe. Nunca. Nunca.
– Pero Muhannad no es un desconocido para ella -le recordó Barbara-. Ya no. Ella le dijo que quería conocer a su mujer y a sus hijos. ¿Te acuerdas, Azhar? Ya la oíste cuando lo dijo. Yo también estaba delante. Tú no tenías motivos para pensar…
Sentía la acuciante necesidad de absolverle de la culpa que sentía, pero no podía lograrlo. Era su hija.
– ¿Qué cono pasa aquí? -repitió Emily.
– Ya te lo he dicho. Hadiyyah…
– Me importa una mierda Hadiyyah, sea quien sea. ¿Conoce a estas personas, sargento Havers? En tal caso, ¿a cuántas conoce, exactamente?
Barbara comprendió su error. Residía en el brazo que todavía rodeaba los hombros de Azhar. Residía en la información que acababa de revelar. Buscó en su mente algo que decir, pero sólo podía decir la verdad y no tenía tiempo de explicarla.
Azhar volvió a hablar.
– Le preguntó si le gustaba el mar. La señora Porter lo oyó. «¿Te gusta el mar? ¿Quieres que emprendamos una aventura marítima?» Lo dijo mientras se marchaban. La señora Porter lo oyó. Barbara, ha cogido…
– ¡Santo Cristo! Un barco. -Barbara miró a Emily. No había tiempo de explicar ni de calmar. Sabía adonde había ido Muhannad Malik. Sabía lo que planeaba-. Ha cogido un barco en la dársena de Balford. Del East Essex Boat Hire, como antes. Hadiyyah piensa que es un crucero por el mar del Norte, pero él se dirige al continente. Seguro. Está loco. Demasiada distancia. Pero eso es lo que se propone. Por lo de Hamburgo. Por Reuchlein. Hadiyyah es su garantía de que no le detendremos. Es preciso que la Guardia Costera le persiga, Em.
Emily Barlow no contestó con palabras, pero la respuesta estaba escrita en sus facciones, y lo que sus facciones decían no tenía nada que ver con perseguir a un asesino por mar. La revelación de que Barbara la había engañado se transparentaba en toda su cara, en los labios apretados y en la mandíbula tirante.
– Em -dijo Barbara, frenética-, les conozco de Londres. A Azhar y Hadiyyah. Eso es todo. Por el amor de Dios, Em…
– No puedo creerlo. -Los ojos de Emily parecían traspasarla-. Nada menos que tú.
– Barbara…
La voz de Azhar era suplicante.
– No supe que estabas al frente del caso hasta que llegué a Balford -dijo Barbara.
– Con independencia de quién estuviera al mando, no debías inmiscuirte.
– De acuerdo. Lo sé. No debía inmiscuirme. -Barbara se esforzaba por encontrar algo que impulsara a la inspectora a entrar en acción-. Em, quería evitar que se metieran en líos. Estaba preocupada por ellos.
– Y me manipulaste, ¿verdad?
– Actué mal. Tendría que habértelo dicho. Puedes enviar un informe a mi súper, si quieres. Pero más tarde. Más tarde.
– Por favor.
Azhar pronunció la palabra como una oración.
– Qué falta de prurito profesional, Havers.
Era como si la inspectora no hubiera oído las dos palabras.
– Sí, de acuerdo -dijo Barbara-. Muy poco profesional. Nada profesional. Pero la cuestión no es cómo hice mi trabajo. Necesitamos a la Guardia Costera si queremos atrapar a Muhannad. Ahora, Em. Necesitamos a la Guardia Costera ahora.
No hubo respuesta por parte de la inspectora.
– Joder, Em -gritó por fin Barbara-. ¿Es una cuestión profesional, o una cuestión personal?
El último comentario fue manipulativo y rastrero, y Barbara se despreció en el mismo momento, pero obtuvo la reacción que deseaba.
Emily dirigió una mirada a Azhar, y después a Barbara. A continuación, tomó las riendas del caso.
– La Guardia Costera no nos sirve.
Sin más explicaciones, giró en redondo y se encaminó hacia la parte posterior de la comisaría.
– Vamos -dijo Barbara, y cogió a Azhar del brazo.
Emily se detuvo ante la puerta de una habitación llena de ordenadores y equipos de comunicaciones.
– Pónganse en contacto con el agente Fogarty -dijo con voz grave-. Envíen el VRA a la dársena de Balford. Nuestro hombre está en el mar, y ha cogido un rehén. Digan a Fogarty que quiero un Glock 17 y un MP5.
Barbara comprendió por qué Emily había vetado la idea de la Guardia Costera. Sus barcos no llevaban armas; sus oficiales no iban armados. La inspectora estaba solicitando la colaboración del vehículo artillado VRA.
Mierda, pensó Barbara. Intentó apartar de su mente la imagen de Hadiyyah atrapada en mitad de un tiroteo.
– Vamos -repitió a Azhar.
– ¿Qué va a…?
– Le va a perseguir. Nosotros también iremos.
Era lo único que podía hacer, decidió Barbara, para impedir que ocurriera lo peor a su amiguita de Londres.
Emily atravesó el gimnasio, con Barbara y Azhar pisándole los talones. Detrás de la comisaría, tomó posesión de un coche de la policía. Ya lo había puesto en marcha cuando Barbara y Azhar subieron.
Emily miró a los dos.
– Él se queda -dijo-. Largo -ordenó a Azhar. Como el hombre no reaccionó con la rapidez que esperaba, gritó-: Maldita sea, he dicho que se largue. Estoy hasta el gorro de usted. Estoy hasta el gorro de todos ustedes. Salga del coche.
Azhar miró a Barbara. Esta no sabía qué esperaba de ella, y aunque lo hubiera sabido no se lo habría podido ofrecer. Tuvo que contentarse con un compromiso.