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– ¿Aún le tenemos a la vista? -preguntó Emily-. ¿He de corregir el rumbo?

Barbara alzó los prismáticos. Se encogió cuando los movimientos del barco se transmitieron a sus costillas.

– A la izquierda -gritó en respuesta-. Más a la izquierda. Date prisa, joder.

Daba la impresión de que el otro barco se encontraba a escasos centímetros de la niebla.

Emily guió a babor al Sea Wizard. Un momento después, lanzó un grito.

– ¡Le veo! ¡Ya le tenemos!

Barbara bajó los prismáticos cuando acortaron distancias.

Estaban a unos ciento cincuenta metros de la otra embarcación cuando Muhannad Malik advirtió que le perseguían. Cabalgó sobre una ola y miró hacia atrás. Concentró su atención en el timón y la niebla, pues sabía que su velocidad era inferior.

Aceleró. El barco cortó las olas. Grandes nubes de espuma saltaron sobre la proa. El cabello de Muhannad, liberado de la cola de caballo, revoloteaba alrededor de su cabeza. A su lado, tan cerca que desde lejos parecían una sola persona, Hadiyyah se erguía cogida del cinturón de su primo.

Muhannad no es idiota, pensó Barbara. No se apartaba de ella.

El Sea Wizard cargó hacia adelante, trepando por las olas y hundiéndose en las cabrillas. Cuando Emily acortó distancias, disminuyó la velocidad y cogió el megáfono.

– Apaga el motor, Muhannad -gritó-. Tu barco es más lento.

Muhannad no le hizo caso. Mantuvo la velocidad.

– ¡No seas idiota! -gritó Emily-. Apaga el motor. Estás acabado.

Mantuvo la velocidad.

– Mecagüen la leche -dijo Emily, con el altavoz a un lado-. Muy bien, bastardo. Como tú quieras.

Abrió la válvula de estrangulación y disminuyó la distancia a veinte metros.

– Malik -dijo por el altavoz-, apaga el motor. Policía. Estamos armados. No tienes nada que hacer.

En respuesta, el hombre aceleró el barco. Se desvió a babor, lejos de la niebla. El brusco cambio de dirección provocó que Hadiyyah saliera lanzada contra él. La cogió por la cintura y la alzó del suelo.

– ¡Suelta a la niña! -gritó Emily.

En aquel espantoso instante, Barbara comprendió que aquélla era precisamente la intención de Malik.

Vio un instante la cara de Hadiyyah, presa del terror más absoluto. Entonces, Muhannad la tiró por la borda.

– ¡Puta mierda! -exclamó Barbara.

Muhannad se apoderó del timón. Alejó el barco de su prima y corrió hacia la niebla. Emily aceleró el Sea Wizard. En el mismo instante, Barbara comprendió que la inspectora se proponía perseguirle.

– ¡Emily! -gritó-. ¡Por el amor de Dios! ¡La niña!

Barbara inspeccionó las olas y la localizó. Una cabeza y unos brazos que se agitaban con desesperación. Se hundió, emergió.

– ¡Jefa! -gritó el agente Fogarty.

– Que se vaya al infierno -replicó Emily-. Ya le tenemos.

– ¡La niña se ahogará!

– ¡No! ¡Ya le tenemos!

La niña se hundió de nuevo. Emergió. Manoteó locamente.

– Rediós, Emily. -Barbara la cogió del brazo-. ¡Para el barco! Hadiyyah se ahogará.

Emily se soltó. Imprimió más velocidad a la lancha.

– Él quiere que paremos -gritó-. Por eso lo ha hecho. Tírale un chaleco salvavidas.

– ¡No! No podemos. Está demasiado lejos. Se ahogará antes de que le llegue.

Fogarty dejó caer la carabina. Se quitó los zapatos. Ya estaba a punto de lanzarse, cuando Emily gritó:

– Quédate donde estás. Quiero que manejes el rifle.

– Pero, jefa…

– Ya me has oído, Mike. Mecagüen la leche. Es una orden.

– ¡Emily! ¡Dios mío! -gritó Barbara. Ya estaban demasiado lejos de la niña para que Fogarty llegara a su lado antes de que se ahogara. Y aunque lo intentara, aunque ella lo intentara, sólo lograrían ahogarse juntas, mientras la inspectora continuaba la persecución hasta adentrarse en la niebla-. ¡Emily! ¡Para!

– Por una mocosa paqui, ni hablar -gritó Emily-. Ni lo sueñes.

Mocosa paqui. Mocosa paqui. Las palabras reverberaron. Hadiyyah agitó los brazos y se hundió una vez más. Barbara se precipitó hacia la carabina. La alzó. La apuntó a la inspectora.

– Dale la vuelta a este jodido barco -chilló-. Hazlo, Emily, o te volaré los sesos.

La mano de Emily voló hacia su pistolera. Sus dedos encontraron la culata de la pistola.

– ¡No, jefa! -gritó Fogarty.

Y Barbara vio que su vida, su carrera y su futuro pasaban ante ella en un segundo, antes de apretar el gatillo de la carabina.

Capítulo 27

Emily cayó. Barbara dejó caer el arma. Sin embargo, en lugar de ver la sangre y los intestinos de la inspectora desparramados sobre la cubierta, sólo vio el agua de la espuma que continuaba elevándose a cada lado del barco. Había fallado el disparo.

Fogarty saltó e incorporó a la inspectora.

– ¡Está bien! -gritó-. ¡Jefa! ¡Está bien!

Barbara tomó posesión de los controles del barco.

Ignoraba cuánto tiempo había pasado. Se le antojaban varias eternidades. Dio media vuelta al barco a tal velocidad que casi volcó. Mientras Fogarty desarmaba a Emily, exploró las aguas en busca de la niña.

Mierda, pensó. Oh, Dios. Por favor.

Y entonces la vio, unos cuarenta metros a estribor. No se debatía, sino que flotaba. Un cuerpo flotante.

– ¡Allí, Mike! -gritó, y aceleró el motor.

Fogarty saltó por la borda en cuanto estuvieron lo bastante cerca de la niña. Barbara apagó el motor. Tiró los chalecos salvavidas y los almohadones de los asientos al agua, donde se menearon como malvaviscos. Y después, rezó.

Daba igual que su piel fuera oscura, que su madre la hubiera abandonado, que su padre la hubiera dejado vivir durante ocho años en la creencia de que estaban solos en el mundo. Lo que importaba era que se trataba de Hadiyyah: alegre, inocente, enamorada de la vida.

Fogarty la alcanzó. Hadiyyah flotaba cabeza abajo. Le dio la vuelta, la cogió por debajo de la barbilla y nadó hacia la lancha.

La visión de Barbara se nubló. Giró en redondo hacia Emily.

– ¿En qué estabas pensando? -chilló-. ¿En qué cojones estabas pensando? ¡Tiene ocho años, ocho jodidos años!

Emily miró a Barbara. Alzó una mano como para ahuyentar las palabras. Sus dedos se engarfiaron hasta formar un puño. Por encima del puño, sus ojos se entornaron poco a poco.

– No es una mocosa paqui -insistió Barbara-. No es un rostro sin nombre. Es un ser humano.

Fogarty llegó con la niña al costado del barco.

– Hostia -masculló Barbara, mientras izaba el frágil cuerpo a bordo.

Mientras Fogarty subía al barco, Barbara extendió a la niña sobre la cubierta. Sin apenas respirar, sin pensar en su utilidad o inutilidad, empezó la reanimación cardiopulmonar. Alternaba el beso de la vida con masajes cardíacos, sin perder de vista el rostro de Hadiyyah. Le dolían las costillas a causa de las sacudidas. Cada vez que respiraba, el pecho le quemaba. Gimió. Tosió. Golpeó el pecho de Hadiyyah con el canto de la mano.

– Apártate de ahí.

Era la voz brusca de Emily. A su lado, en su oído.

– ¡No!

Barbara cerró su boca sobre la de Hadiyyah.

– Basta, sargento. Apártese. Yo me ocuparé de ello.

Barbara no hizo caso. Fogarty, todavía con la respiración entrecortada, la cogió del brazo.

– Deje a la jefa, sargento -dijo-. Es una experta.

Barbara permitió que Emily se ocupara de la niña.

Emily trabajó como siempre trabajaba Emily Barlow: con eficiencia, consciente de que había un trabajo que hacer, sin permitir que nada se entremetiera en su forma de hacerlo.

El pecho de Hadiyyah exhaló un suspiro monumental. Empezó a toser. Emily la puso de costado, y su cuerpo sufrió una convulsión, antes de devolver agua de mar, bilis y vómito sobre la cubierta del valioso Hawk 31 de Charlie Spencer.