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– ¿Quién lo sabe?-contestó Barbara.

Azhar la miró durante largo rato y después cabeceó lentamente, antes de volverse hacia Emily.

– Inspectora, no tengo ni idea de lo que Barbara le habrá contado sobre nuestra relación, pero temo que haya malinterpretado su relación con mi familia. Somos vecinos en Londres. De hecho, ha tenido la bondad de hacerse amiga de mi hija durante la… -Vaciló, desvió la vista, volvió a mirar a Emily-. Durante la ausencia de su madre. Aparte de eso, apenas nos conocemos. Ella no tenía ni idea de que yo venía a la ciudad para ayudar a mi familia en un asunto policial. Del mismo modo, no tenía ni idea de que mi experiencia no se limita al campo de la universidad, porque nunca se lo dije. Por consiguiente, cuando usted le pidió que la ayudara durante sus vacaciones, no podía saber…

– ¿Qué yo qué? -dijo Emily.

– ¿No le telefoneó? ¿No le pidió ayuda?

Barbara cerró los ojos un instante. Era un lío de mierda.

– Azhar, no pasó así -dijo-. Os mentí a los dos sobre mi aparición en Balford. Vine para ayudarte.

Parecía tan perplejo que Barbara deseó que la tierra se la tragara, antes que dar más explicaciones, pero se contuvo.

– No quería que te metieras en líos. Pensé que, si estaba aquí, te mantendría alejado de ellos. A ti y a Hadiyyah. Es evidente que fracasé. Al menos, en el caso de Hadiyyah. La cagué por completo.

– No -dijo Emily-. Nos llevó hasta el mar del Norte, sargento. Justo donde necesitábamos ir para descubrir la verdad.

Barbara, sorprendida, le dedicó una mirada de agradecimiento, embargada por un inmenso alivio. No habría ajuste de cuentas. Lo que había pasado entre ellas en el mar podía olvidarse. Las palabras de Emily revelaron a Barbara que la inspectora había aprendido mucho de la experiencia, que no iba a informar a su superior.

Hubo un momento de silencio. Oyeron la actividad del resto del equipo, enfrascado en reunir información, una tarea que les mantendría en pie hasta muy tarde, pero se percibía cierta alegría en su actividad, la actividad de hombres y mujeres conscientes de que un trabajo difícil estaba llegando a su conclusión.

Emily se volvió hacia Azhar.

– Hasta que interroguemos a Malik, sólo podemos esbozar los detalles de lo sucedido. Usted podría ayudarnos, señor Azhar. Tal como yo lo veo, Querashi topó por casualidad con la red de ilegales cuando vio a Muhannad en Parkeston la noche que fue al hotel Castle. Quiso participar en la trama. Amenazó con hablar si no le daban su parte del botín. Muhannad le dio largas. Querashi engatusó a Kumhar con la promesa de que iba a acabar con el tráfico de ilegales. Instaló a Kumhar en Clacton como parte de su plan para que los Malik pagaran. Pero las cosas no salieron como él esperaba. Lo eliminaron.

Azhar meneó la cabeza.

– No es posible.

Emily se encrespó.

Volvemos a la normalidad, pensó Barbara.

– Después de lo que Kumhar contó sobre Muhannad, no pensará que Malik es inocente del asesinato. Ese hombre arrojó a su hija al mar.

– No niego la implicación de mi primo, pero se equivoca con respecto al señor Querashi.

Emily frunció el entrecejo.

– ¿En qué?

– En no tener en cuenta su religiosidad. -Azhar indicó una silla del despacho-. ¿Me permite? Descubro que estoy más cansado de lo que suponía.

Emily asintió. Todos se sentaron. Barbara anheló, una vez más, el consuelo de un cigarrillo, y confió en que a Azhar le pasara lo mismo, porque sus dedos erraron hacia el bolsillo de su camisa, como con la idea de sacar un paquete de cigarrillos. Tendrían que conformarse con un paquete de caramelos que Barbara desenterró de las profundidades de su bolso. Le ofreció uno. Azhar lo aceptó con un cabeceo de agradecimiento.

– Había un pasaje marcado en el Corán del señor Querashi -explicó Azhar-. Hablaba de luchar por los desvalidos entre…

– El pasaje que nos tradujo Siddiqi -interrumpió Emily.

Azhar continuó en voz baja. Como la sargento Havers podía confirmar, el señor Querashi había hecho varias llamadas a Pakistán desde el hotel Burnt House, en los días anteriores a su muerte. Una fue a un mullah, un hombre santo musulmán al que pidió una definición de la palabra «desvalido».

– ¿Qué tiene que ver con esto? -preguntó Emily.

Desvalido, como indefenso, dijo Azhar. Sin fuerza ni eficacia. Una palabra que podría definir a un alma carente de amigos recién llegada a este país, y que se encuentra atrapado en una esclavitud que parece no tener fin.

Emily asintió con cautela, pero su expresión dubitativa reflejaba que Azhar debería convencerla del peso de sus comentarios.

La otra llamada telefónica fue a un muftí, continuó Azhar, un especialista en leyes. En este hombre buscó la respuesta a una sola pregunta: ¿un musulmán, culpable de un pecado grave, podría seguir siendo un musulmán?

– La sargento Havers ya me ha contado todo esto, señor Azhar -señaló Emily.

– Entonces ya sabe que no es posible seguir siendo musulmán y vivir desafiando los principios del islam.

Eso era lo que Muhannad estaba haciendo. Eso era lo que Haytham deseaba terminar.

– ¿Y no lo estaba haciendo también Querashi? -preguntó Barbara-. ¿Qué me dices de su homosexualidad? Dijiste que está prohibida. Quizá llamó al muftí para hablar de su alma, no de la de Muhannad.

– Es posible -admitió Azhar-, pero si tenemos en cuenta todo lo que hizo, no parece probable.

– Si hay que creer a Hegarty -dijo Emily a Barbara-, Querashi intentaba seguir con su doble vida después del matrimonio, dejando de lado el islam. Quizá no le preocupaba mucho su alma.

– La sexualidad es poderosa -reconoció Azhar-. A veces más poderosa que los deberes personales o religiosos. Lo arriesgamos todo por ella. Nuestras almas. Nuestras vidas. Todo lo que tenemos y todo lo que somos.

Barbara sostuvo su mirada. Angela Weston, pensó. ¿Fue así, la desesperada resolución de desafiar todo cuanto sabía, conocía y respetaba hasta ese momento, con tal de poseer lo inalcanzable?

Azhar continuó.

– Mi tío, un hombre devoto, no debe saber nada sobre las intrigas de Muhannad. Sugiero que un registro a fondo de su fábrica y un escrutinio minucioso de los papeles de sus empleados asiáticos se lo demostrará.

– No estará insinuando que Muhannad estaba solo en ese negocio -dijo Emily-. Ya oyó antes a Kumhar. Había tres hombres. Un alemán y dos asiáticos. Puede que haya más.

– Pero mi tío no. No dudo de que Muhannad tuviera socios en Alemania, y aquí también. No cuestiono la palabra del señor Kumhar. Es posible que el proyecto estuviera en pie desde hacía años.

– Pudo concebirlo en la universidad, Em -señaló Barbara.

– Con Rakin Khan -admitió Emily-. El señor coartada. Fueron juntos a la universidad.

– Apuesto a que los antecedentes de Klaus Reuchlein nos confirmarán que los tres compartían una historia -añadió Barbara.

Azhar se encogió de hombros, como aceptando la teoría.

– Fuera cual fuera la génesis de este plan, Haytham Querashi la descubrió.

– Con Hegarty, como él mismo nos dijo -señaló Barbara-. Aquella noche en el hotel Castle.

– Como musulmán, el deber de Haytham era ponerle fin -explicó Azhar-. Recordó a Muhannad que su alma inmortal estaba en peligro, y por el peor motivo posible: el ansia de dinero.

– A propósito, ¿qué hay del alma inmortal de Querashi? -insistió Barbara.

Azhar la miró sin pestañear.

– Creo que él ya había solucionado ese problema, justificando su comportamiento de alguna manera. Nos resulta fácil justificar nuestra lujuria. La llamamos amor, la llamamos buscar un alma gemela, la llamamos algo más poderoso que nosotros. Nos mentimos diciendo que tal vez obtendremos lo que deseamos. Llamamos a nuestro comportamiento responder a las demandas del corazón, preordenado por un Dios que estimula apetitos en nosotros que han de ser satisfechos. -Levantó las manos con las palmas hacia arriba, en un gesto de aceptación-. Nadie es inmune a esta especie de autoengaño, pero Haytham debió considerar gravísimo el pecado de Muhannad. Su pecado sólo le afectaba a él. La gente puede hacer el bien en una parcela de su vida, aunque esté haciendo el mal en otra. Los asesinos aman a sus madres; los violadores adoran a sus perros; los terroristas vuelan grandes almacenes, y luego vuelven a casa para mecer a sus hijos y dormirlos.