Muhannad Malik, junto con los amiguetes que había sacado a la calle, había sido el mensajero que le había entregado esta información. Emily conocía al joven paquistaní desde los días en que llevaba uniforme, cuando, siendo adolescente, Malik había atraído su atención por primera vez. Como había crecido en las calles del sur de Londres, Emily había aprendido a desenvolverse bien en conflictos que solían ser multirraciales, y había desarrollado una piel de elefante en lo tocante a las mofas dirigidas contra el color de su piel. Cuando era una simple agente, había tenido poca paciencia con aquellos que utilizaban la raza como excusa para todo. Y Malik era un muchacho que, ya a los dieciséis años, esgrimía la excusa de la raza a la menor oportunidad.
Había aprendido a conceder poco crédito a sus palabras. Se había negado a creer que todas las dificultades de la vida podían achacarse a problemas relacionados con la raza. Sin embargo, ahora tenía una muerte entre manos, y no sólo una muerte, sino un asesinato, y la víctima era un asiático que iba a casarse con la hermana de Muhannad Malik. Era inconcebible que, ante aquel asesinato, Malik no intentara establecer una relación entre el crimen y el racismo que, según él, le rodeaba por todas partes.
Y si era posible establecer una relación, el resultado sería lo que Donald Ferguson temía: un verano de conflictos, agresiones y derramamiento de sangre, perspectiva que el caos de aquella tarde había pronosticado.
En respuesta a lo que había ocurrido dentro y fuera del pleno municipal, los teléfonos de la comisaría de policía habían empezado a sonar ininterrumpidamente, en cuanto las mentes de los ciudadanos de Balford dieron el salto desde las pancartas y ladrillos a los actos de extremismo llevados a cabo en los últimos años. Una de las llamadas era de la alcaldesa, y dio como resultado una solicitud oficial de información a los oficiales cuyo trabajo consistía en recabar datos sobre los elementos más proclives a cruzar la frontera del delito. Las páginas que Emily sostenía ahora representaban el material que la unidad de inteligencia había reunido sobre Muhannad Malik durante los últimos diez años.
No había gran cosa, y casi todo parecía inocuo, dando a entender que Muhannad, de veintiséis años, y pese al comportamiento de aquella tarde, se había amansado desde los tiempos inflamados en que había llamado la atención de la policía por primera vez. Emily tenía sus notas y expedientes escolares, su carrera universitaria y su historia laboral. Era el hijo respetuoso de un concejal del ayuntamiento, el devoto marido de su mujer desde hacía tres años, el amantísimo padre de dos niños pequeños y un administrador competente del negocio familiar. En conjunto, salvo por una mancha, se había transformado en un ciudadano modelo.
Pero Emily sabía que las manchas pequeñas solían ocultar imperfecciones más grandes. Así que siguió leyendo. Malik era el fundador reconocido y confeso de Jum'a, una organización de varones jóvenes paquistaníes. El propósito declarado de la organización era estrechar los lazos entre los musulmanes de la comunidad, así como subrayar y celebrar las numerosas diferencias que separaban a esos mismos musulmanes de los occidentales entre los que vivían. El año anterior, se sospechaba la implicación de Jum'a en dos altercados que habían estallado entre jóvenes asiáticos e ingleses. Uno fue por una disputa de tráfico que dio paso a una violenta pelea a puñetazos. El otro incidente tuvo lugar cuando botellas llenas de sangre de vaca fueron arrojadas contra una colegiala asiática por tres miembros de su clase. Los altercados habían tenido lugar después de ambos incidentes, pero nadie quiso denunciar a Jum'a.
No era suficiente para descalificar al hombre. Ni siquiera era suficiente para sospechar de él. De todos modos, el tipo de activismo de Muhannad Malik, exhibido aquel mismo día, no le gustaba un pelo a Emily Barlow, y después de examinar el informe, no había leído nada que la tranquilizara.
Se había encontrado con él y el hombre al que Malik había llamado su experto en «política de inmigración» varias horas después de la manifestación. Muhannad había dejado que su acompañante hablara en casi todo momento, pero había sido imposible pasar por alto su presencia, tal como era su intención.
Proyectaba antipatía. No quiso sentarse. Se quedó de pie, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho, y no apartó los ojos de su cara ni un momento. Su expresión de desconfianza desdeñosa desafiaba a Emily a intentar evadirse con mentiras sobre la muerte de Querashi. No había pensado en hacerlo… al menos en lo tocante a los puntos esenciales.
Con el fin de anticiparse a sus exabruptos y subrayar de una manera sutil el hecho de que no existía relación entre la manifestación y la entrevista que les había concedido, Emily había dirigido sus comentarios al acompañante de Muhannad, al que había presentado como su primo Taymullah Azhar. Al contrario que Muhannad, aquel hombre poseía un aire de serenidad, aunque como miembro del khandan de Muhannad, no cabía duda de que Azhar compartiría los puntos de vista de la familia. Por consiguiente, Emily había escogido sus palabras con mucho cuidado.
– Empezamos con la certeza de que la muerte del señor Querashi parecía sospechosa -le dijo-. Una vez determinado ese punto, solicitamos un patólogo al Ministerio del Interior. Llegará mañana para practicar la autopsia.
– ¿Es un patólogo inglés? -preguntó Muhannad.
La implicación era evidente: un patólogo inglés serviría a los intereses de la comunidad inglesa; un patólogo inglés no se tomaría en serio la muerte de un asiático.
– No tengo ni idea de su procedencia étnica. No nos dejan ponerlo en las solicitudes.
– ¿En qué punto se encuentra la investigación?
Taymullah Azhar tenía una forma curiosa de hablar, cortés sin llegar a ser deferente. Emily se preguntó cómo lo conseguía.
– En cuanto la muerte fue calificada de sospechosa, el lugar de los hechos fue sometido a vigilancia -contestó Emily.
– ¿Qué lugar es ése?
– El nido de ametralladoras situado al pie del Nez.
– ¿Se ha establecido que murió en el nido de ametralladoras?
Azhar era muy listo. Emily admiró esa cualidad.
– No hay nada establecido todavía, aparte del hecho de que está muerto y…
– Y tardaron seis horas en establecer eso -interrumpió Muhannad-. Imagina las prisas que hubieran dado a los policías si el cuerpo hubiera sido de un blanco.
– … y, como la comunidad asiática sospechaba, da la impresión de que es un asesinato -terminó Emily.
Aguardó la reacción de Malik. No había parado de gritar «asesinato» desde que el cadáver había sido descubierto, treinta y cuatro horas antes. No deseaba negarle aquel momento de triunfo.
Aprovechó la oportunidad al instante.
– Como yo dije -declaró-. Si no les hubiera acosado desde ayer por la mañana, supongo que habrían calificado la muerte de desafortunado accidente.
Emily procuró contenerse. Lo que deseaba el asiático era una buena discusión. Una disputa verbal con la oficial que dirigía la investigación enardecería a los suyos. Una conversación meticulosa, dando cuenta de los hechos, sería mucho menos útil. Hizo caso omiso de su pulla.
– Ayer el equipo forense dedicó unas ocho horas a registrar el lugar -explicó a su primo-. Guardaron en bolsas las pruebas, y las han llevado al laboratorio para su análisis.
– ¿Cuándo espera tener los resultados?
– Les advertimos que el caso goza de máxima prioridad.
– ¿Cómo murió Haytham? -interrumpió Muhannad.
– Señor Malik, he intentado explicárselo dos veces por teléfono y…
– No esperará que me crea que aún no sabe cómo fue asesinado Querashi, ¿verdad? Su médico forense ha visto el cadáver. Admitió por teléfono que usted misma lo había visto.