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Dedicó a Azhar una mirada de admiración. Azhar cruzó las piernas, pellizcó la raya del pantalón entre sus dedos, pero no dijo nada. Tenía la vista clavada en su tío. Sahlah nunca había visto a nadie tan sereno en una situación tan violenta para él.

– ¿Y por eso provocaste un altercado?

– La cuestión no es quién lo provocó. La cuestión es que conseguimos un acuerdo.

– ¿Crees que no lo habríamos logrado por nuestros propios medios, Muhannad? Ese acuerdo, como tú lo llamas.

Akram alzó su vaso y bebió un poco de lassi. No había mirado ni una sola vez a Taymullah Azhar.

– Los policías nos conocen, padre. Hace años que nos conocen. La familiaridad provoca que la gente se relaje cuando llega el momento de cumplir su responsabilidad. El que grita más alto se hace oír antes, y tú lo sabes.

Muhannad, debido a su impaciencia y su aversión por el inglés, equivocó la última parte de la frase. Sahlah comprendía sus sentimientos, pues también había sido atormentada por sus compañeras de clase cuando era pequeña, pero sabía que su padre no. Nacido en Pakistán y emigrado a Inglaterra cuando tenía veinte años, sólo había experimentado el racismo en carne propia una vez. Incluso ese episodio de humillación pública en el metro de Londres no había cambiado su opinión sobre la gente que había decidido adoptar como compatriotas. Aquel día, en su opinión, Muhannad había deshonrado a su pueblo. Akram Malik no estaba dispuesto a olvidarlo pronto.

– El que grita más alto es a menudo el que menos tiene que decir -replicó.

La cara de Muhannad se tensó.

– Azhar sabe organizar. Tal como nosotros necesitamos organizamos ahora.

– ¿Qué pasa ahora, Muni? ¿Haytham está menos muerto ahora que ayer? ¿El futuro de tu hermana está menos destrozado? ¿Cómo cambia eso la presencia de un hombre?

– Porque -anunció Muhannad, y el tono de su voz informó a Sahlah de que su hermano había reservado lo mejor para el final- ahora han admitido que fue un asesinato.

Una expresión seria se pintó en el rostro de Akram. Por irracional que fuera, había consolado a la familia, y sobre todo a Sahlah, con la creencia de que la muerte de Haytham había sido un desafortunado accidente. Ahora que Muhannad había averiguado la verdad, Sahlah sabía que su padre debería pensar en términos diferentes. Tendría que preguntar por qué, lo cual tal vez le condujera en una dirección que no deseaba.

– Admitido, padre. A nosotros. Por lo ocurrido en el pleno municipal de hoy y en las calles de la ciudad después. Espera. No respondas todavía. -Muhannad se puso en pie y caminó hasta la chimenea. Sobre la repisa descansaban una serie de fotografías familiares enmarcadas-. Sé que hoy te he irritado. Admito que perdí el control de la situación, pero te pido que pienses en los resultados obtenidos. Y fue Azhar quien sugirió empezar por el pleno municipal. Azhar, padre. Cuando le telefoneé a Londres. ¿Puedes decirme si, cuando hablaste con el DIC, admitieron que era un asesinato? Porque a mí no. Y bien sabe Dios que a Sahlah no le dijeron nada.

Sahlah bajó la vista cuando los hombres la miraron. No era necesario que confirmara las palabras de su hermano. Akram estaba en la sala cuando sostuvo aquella breve conversación con el agente de policía que había venido a informarles de la muerte de Haytham.

– Lamento informar que se ha producido una muerte en el Nez. Parece que el fallecido es un tal señor Haytham Querashi. Sin embargo, necesitamos que alguien identifique el cadáver oficialmente, y tenemos entendido que usted iba a casarse con él.

– Sí -contestó Sahlah con gravedad, aunque por dentro estaba chillando, ¡no, no, no!

– Es posible -dijo Akram a su hijo-, pero has ido demasiado lejos. Cuando uno de los nuestros está muerto, no es tarea tuya ocuparte de su resurrección, Muhannad.

Sahlah sabía que no estaba hablando de Haytham. Estaba hablando de Taymullah Azhar. En teoría, Azhar estaba muerto para toda la familia, en cuanto sus padres así lo habían proclamado. Si alguien le veía en la calle, debía mirar a través de él o desviar la vista. Su nombre no debía ser mencionado. No se debía hablar de su existencia a nadie, aún de la forma más indirecta. Y si se pensaba en él, había que ocupar al instante la mente en otros pensamientos, no fuera que pensar en él condujera a hablar con él, y de ahí a reflexionar sobre la posibilidad de permitirle volver al seno de la familia. Sahlah era demasiado pequeña para ser informada del delito cometido por Azhar y que le había supuesto la expulsión de la familia, y en cuanto la expulsión se había ejecutado, le habían prohibido hablar de él a nadie.

Diez años de soledad, pensó mientras miraba a su primo. Diez años de vagar solo por el mundo. ¿Cómo los habría vivido? ¿Cómo había sobrevivido sin parientes?

– ¿Qué es más importante, pues?

Muhannad intentaba ser razonable. No quería incurrir aún más en la ira de su padre. No quería que le expulsaran, con una esposa, dos hijos y la necesidad de ganar dinero.

– ¿Qué es más importante, padre? ¿Seguir la pista del hombre que asesinó a uno de los nuestros, o asegurarse de que Azhar está expulsado de por vida? Sahlah es una víctima de este crimen tanto como Haytham. ¿No tenemos una obligación para con ella?

– Muhannad, no necesito lecciones sobre éste ni sobre ningún otro tema -dijo Akram en voz baja.

– No intento darte lecciones. Sólo te estoy diciendo que sin Azhar…

– Muhannad. -Akram cogió uno de los paratkas que su mujer había preparado. Sahlah percibió el olor del buey picado embutido en la pasta. Se le hizo la boca agua-. Esta persona de la que hablas está muerta para nosotros. No tendrías que haberle inmiscuido en nuestras vidas, y mucho menos en nuestra casa. No discuto contigo sobre el crimen que ha sido cometido contra Haytham, tu hermana y toda nuestra familia, si es que fue un crimen.

– La inspectora dijo que era un asesinato, y lo admitió debido a la presión que ejercimos sobre el DIC.

– Esta tarde no ejercisteis presión sobre el DIC.

– Las cosas son así. ¿No te das cuenta?

Hacía un calor sofocante en la habitación. La camiseta blanca de Muhannad se pegaba a su cuerpo musculoso. En contraste, Taymullah Azhar estaba sentado con una calma absoluta, como si se hubiera trasladado a otro mundo.

– Lamento haberte molestado, y quizá habría debido advertirte de que la reunión sería interrumpida…

– ¿Quizá? -preguntó Akram-. Además, lo que ocurrió en la reunión no fue una simple interrupción.

– De acuerdo. De acuerdo. Tal vez me equivoqué.

– ¿Tal vez?

Sahlah vio que los músculos de su hermano se tensaban, pero era demasiado mayor para arrojar piedras contra la pared, y no había troncos de árbol en la sala que pudiera patear. Tenía la cara perlada de sudor, y por primera vez comprendió Sahlah la importancia de que alguien como Taymullah Azhar actuara de intermediario de la familia en futuras discusiones con la policía. La tranquilidad bajo coacción no era el punto fuerte de Muhannad. La intimidación sí, pero era preciso algo más que intimidación.

– Piensa en lo que la manifestación consiguió, padre: una entrevista con la inspectora que dirige la investigación. Y una admisión de asesinato.

– Ya lo veo -reconoció Akram-. Ahora, por lo tanto, darás las gracias oficialmente a tu primo por sus consejos y le despedirás.

– ¡Y una mierda! -Muhannad barrió de un manotazo tres fotos enmarcadas de la repisa, que cayeron al suelo-. ¿Qué te pasa? ¿De qué tienes miedo? ¿Estás tan conchabado con estos jodidos occidentales que ni siquiera eres capaz de pensar en…?

– ¡Basta!

Akram había alterado una de sus normas: había alzado la voz.