– No me crees, ¿verdad? -preguntó Emily, al ver que Barbara no contestaba.
– Digamos que la experiencia ha alentado mi escepticismo. Y en cualquier caso… -Confió en que la bocanada de aire que había expelido diera la impresión de despreocupación-. Estoy a gusto en mi situación actual.
Emily cogió un albaricoque. Lo hizo rodar en su palma.
– Estás a gusto.
Fue una especie de afirmación pensativa.
Barbara decidió considerar aquellas tres palabras como la conclusión de la conversación. Buscó una forma inteligente de pasar a otro tema. Algo como «hablando de crímenes» habría servido, sólo que no habían hablado del asesinato desde que habían salido de la cocina. Barbara no quería insistir, pues su papel semiprofesional en el caso era más tenue de lo que estaba acostumbrada, pero también quería abordar el tema candente de inmediato. Había venido a Balford-le-Nez para intervenir en una investigación policíaca, no para reflexionar sobre las facetas de la soledad.
Se decidió por el acercamiento directo, fingiendo que no se había producido ninguna interrupción en la conversación sobre la muerte acaecida en el Nez.
– Es el aspecto racial el que me preocupa -dijo, y por si Emily pensaba que estaba expresando su preocupación por la influencia del mestizaje en su vida social, añadió-: Si Haytham Querashi acababa de llegar a Inglaterra, como afirmó la tele, por cierto, eso sugiere que tal vez no conocía al asesino. Lo cual, a su vez, sugiere el tipo de violencia racial fortuita tan común en Estados Unidos, o en cualquier gran ciudad del mundo, tal como están los tiempos.
– Estás pensando como los asiáticos, Barb -dijo Emily, mientras mordía un trozo de albaricoque. Engulló la fruta con un sorbo de coñac-. Pero el Nez no es lugar adecuado para un acto fortuito de violencia. Por las noches está desierto. Ya viste las fotos. No hay luces, ni en lo alto del acantilado ni en la playa. Si alguien va allí solo, y supongamos por un momento que Querashi fue solo, va por dos motivos. Uno es para pasear solo…
– ¿Había anochecido cuando salió del hotel?
– Sí. No había luna, por cierto. De modo que descartemos el paseo, a menos que pensara ir dando tumbos como un ciego, y adoptemos la teoría de que fue solo para pensar.
– ¿Le acojonaba la idea de casarse? ¿Quería anular el matrimonio, y no sabía cómo?
– Una buena teoría. Y razonable. Pero hemos de pensar en otro detalle. Habían registrado su coche. Alguien lo hizo trizas. ¿Qué te sugiere eso?
Sólo parecía existir una posibilidad.
– Que fue deliberadamente para encontrarse con alguien. Se llevó algo que debía entregar. No lo hizo, tal como habían acordado, y pagó con su vida. Después, alguien registró su coche en busca de lo que debía entregar.
– Pero eso no sugiere un asesinato racial -dijo Emily-. Esos asesinatos son arbitrarios. Éste no.
– Eso no significa que un inglés no lo matara, Em. Por un motivo que no tuviera nada que ver con la raza.
– No me lo recuerdes. Tampoco significa que un asiático no lo matara.
Barbara asintió, pero abundó en su idea.
– Si acusas a un inglés del crimen, la comunidad asiática lo considerará un asesinato racial, porque parece racial. Si eso ocurre, todo estallará. ¿Cierto?
– Cierto. Pese a reconocer que es una complicación para el caso, me alegro de que el coche estuviera revuelto. Aunque el crimen fuera de naturaleza racial, puedo interpretarlo de otra forma hasta saberlo con certeza. Eso me proporcionará tiempo, calmará la situación y me concederá la oportunidad de diseñar una estrategia. De momento, al menos. Suponiendo que pueda mantener alejado del teléfono veinticuatro horas al maldito Ferguson.
– ¿Pudo matarle un miembro de la comunidad de Querashi?
Barbara cogió otro racimo de uvas del cuenco. Emily se reclinó en su silla con la copa de coñac sobre el estómago y la cabeza ladeada para examinar las hojas del castaño que se balanceaban sobre ellas. En algún lugar, escondido entre aquellas hojas, el ruiseñor continuaba cantando.
– No hay que descartarlo -dijo Emily-. Incluso lo considero probable. ¿A quién conocía bien, aparte de los asiáticos?
– Iba a casarse con la hija de Malik, ¿verdad?
– Sí. Uno de esos matrimonios a medida, todo preparado por papá y mamá. Ya sabes a qué me refiero.
– Quizá había problemas en ese sentido. Ella no le atraía. Y viceversa. Ella quería huir, pero él quería quedarse, y ella era su billete. La situación se solucionó de manera permanente.
– Un cuello roto es una medida extrema para terminar una relación -observó Emily-. En cualquier caso, hace muchos años que Akram Malik está integrado en esta comunidad, y por lo que yo sé, idolatra a su hija. Si ella no hubiera querido casarse con Querashi, no creo que su padre la hubiera obligado.
Barbara reflexionó y tomó otra dirección.
– Aún se lleva lo de la dote, ¿verdad? ¿Cuál era la de la hija? ¿Cabe la posibilidad de que Querashi se mostrara muy desagradecido por lo que la familia consideraba un acto de generosidad?
– ¿Y le eliminaron? -Emily estiró sus largas piernas y acunó el coñac entre sus manos-. Supongo que es una posibilidad. Sería impropio de Akram Malik, pero de Muhannad… Creo que ese tío es capaz de actos violentos, pero eso no explica el problema del coche.
– ¿Había indicios de que hubieran cogido algo?
– Estaba completamente destrozado.
– ¿Habían registrado el cadáver?
– Sin la menor duda. Encontramos las llaves del coche entre una mata de perejil que crecía en el acantilado. Dudo que Querashi las tirara allí.
– ¿Había algo en el cadáver cuando lo encontraron?
– Diez libras y tres condones.
– ¿Ninguna identificación? -Emily meneó la cabeza-. ¿Cómo supiste quién era la víctima?
Emily suspiró y cerró los ojos. Barbara tuvo la impresión de que habían llegado por fin a la parte suculenta, la parte que Emily, hasta el momento, había conseguido ocultar a todas las personas ajenas a la investigación.
– Un tío llamado Ian Armstrong lo encontró ayer por la mañana -dijo Emily-. Armstrong le conocía de vista.
– Un inglés -dijo Barbara.
– El inglés -dijo Emily con tono sombrío.
Barbara comprendió el rumbo que habían tomado los pensamientos de Emily.
– ¿Armstrong tiene un móvil?
– Oh, sí. -Emily abrió los ojos y volvió la cabeza hacia Barbara-. Ian Armstrong trabajaba en la empresa de Malik. Perdió su empleo hace seis semanas.
– ¿Haytham Querashi le despidió, o algo por el estilo?
– Peor que eso, aunque es muchísimo mejor desde el punto de vista de Muhannad, teniendo en cuenta lo que hará con la información si averigua que Armstrong descubrió el cadáver.
– ¿Por qué? ¿Cuál es la historia?
– Venganza. Manipulación. Necesidad. Desesperación. Lo que prefieras. Haytham Querashi sustituyó a Armstrong en la fábrica, Barb. Y en cuanto Haytham Querashi murió, Ian Armstrong recuperó su antiguo empleo. ¿Qué te parece como móvil?
Capítulo 5
– Podría ser -admitió Barbara-, pero ¿no habría tenido Armstrong un móvil aún más poderoso para matar a la persona que le echó a la calle?
– En otras circunstancias, sí. Si buscara venganza.
– ¿Y en estas circunstancias?
– Por lo visto Armstrong era un excelente trabajador. La única razón de que le echaran fue para hacer un sitio a Querashi en el negocio familiar.
– ¡Puta mierda! -exclamó Barbara-. ¿Armstrong tiene coartada?
– Dice que estaba en casa con su mujer y su hijo de cinco años. Tenía un dolor de oídos espantoso. El niño, no Armstrong.