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– Em me ha pedido que colabore con un comité que se ha formado para mantener informada a la comunidad asiática sobre los progresos del caso.

Esperó de nuevo su reacción.

– ¿Por qué tú? -Azhar posó la cuchara al lado de la copa del huevo. Barbara observó que había dejado medio huevo sin comer-. ¿Es que la policía local carece de expertos adecuados?

– Todos los miembros del DIC van a trabajar en la investigación -contestó Barbara-, pues eso es lo que quiere la comunidad asiática, supongo. ¿No crees?

Azhar levantó la servilleta de su regazo. La dobló con pulcritud y la dejó al lado del plato.

– Entonces, parece que tú y yo tenemos misiones similares. -Azhar miró a su hija-. Hadiyyah, ¿has terminado los cereales? ¿Sí? Estupendo. Parece que la señora Porter quiere hacer planes para hoy contigo.

Hadiyyah pareció entristecerse.

– Pero pensaba que Barbara y yo…

– Barbara acaba de decirnos que ha venido por motivos de trabajo, Hadiyyah. Ve con la señora Porter. Ayúdala á salir al jardín.

– Pero…

– Hadiyyah, ¿no me he expresado con claridad?

La niña echó hacia atrás la silla, con los hombros caídos caminó hacia la señora Porter, que estaba batallando con su andador de aluminio, intentando con manos temblorosas ponerlo delante de su silla. Azhar esperó a que Hadiyyah y la anciana desaparecieran por las puertas cristaleras que conducían al jardín. Entonces, se volvió hacia Barbara.

En ese momento Basil Treves entró en el comedor con el desayuno de Barbara y lo depositó ante ella con ademán majestuoso.

– Si me necesita, sargento… -dijo, y señaló de forma significativa hacia la recepción.

Barbara lo interpretó como una indicación de que había esperado con el teléfono en una mano, dispuesto a llamar a la policía si Taymullah se propasaba.

– Gracias -dijo ella, y atacó sus huevos.

Decidió esperar a que Azhar hablara. Era mejor ver hasta qué punto estaba dispuesto a hablar del asunto que le había llevado a Balford, antes que poner en juego sus cartas informativas sin tener idea de lo que pensaba arriesgar.

Fue la encarnación del laconismo. Por lo que Barbara pudo juzgar, no le ocultó nada. El hombre asesinado era el prometido de la prima de Azhar. Azhar había ido a la ciudad a petición de la familia. Les ayudaba en una misión similar a la que Barbara haría para la policía.

Barbara no dijo que ya había sobrepasado los límites de su trabajo teórico como oficial de enlace. Los oficiales de enlace no fisgaban en las habitaciones de las víctimas, registraban sus pertenencias y guardaban en bolsas objetos interesantes.

– La situación no puede ser mejor, en ese caso. Me alegro de estar aquí. La policía necesita saber todo lo concerniente a Querashi. Tú puedes ayudarnos, Azhar.

El hombre se puso en guardia.

– Yo sirvo a la familia.

– Nada que objetar, pero este asesinato te es ajeno, de modo que tu punto de vista será más objetivo que el de la familia. ¿Verdad? -Se apresuró a continuar antes de que pudiera replicar-. Al mismo tiempo, estás integrado en el grupo más cercano a Querashi, lo cual también te proporciona información.

– Los intereses de la familia son lo primero, Barbara.

– Me atrevería a decir que la familia -puso un énfasis suave e irónico en la palabra- está interesada en llegar al fondo del asunto y saber quién liquidó a Querashi.

– Por supuesto que está interesada. Más que interesada.

– Me alegra saberlo. -Barbara esparció mantequilla sobre un triángulo de tostada. Pinchó con el tenedor un trozo de huevo frito-. Bien, así funcionan las cosas: cuando alguien es asesinado, la policía persigue las respuestas a tres preguntas. ¿Quién tenía un motivo? ¿Quién tenía los medios? ¿Quién tuvo la oportunidad? Puedes ayudar a la policía a obtener esas respuestas.

– Traicionando a la familia, quieres decir -repuso Azhar-. O sea que Muhannad tenía razón, después de todo. La policía quiere encontrar al culpable entre la comunidad asiática, ¿verdad? Y como tú estás trabajando con la policía, tú también…

– La policía -interrumpió Barbara y apuntó el cuchillo hacia él para subrayar el hecho de que no estaba dispuesta a dejarse manipular con acusaciones de racismo- quiere averiguar la verdad, con independencia de adonde conduzca. Harías un favor a tu familia si se lo aclararas. -Masticó la tostada y observó que él la estaba observando. Inescrutable, pensó. Sería un policía estupendo-. Escucha, Azhar -continuó mientras masticaba-, necesitamos entender a Querashi. Necesitamos entender a la familia. Necesitamos entender a la comunidad. Vamos a investigar a todas las personas que estuvieron en contacto con él, y algunas de estas personas serán asiáticas. Si piensas subirte por las paredes cada vez que pisemos mierda paquistaní, no iremos a ninguna parte. Te lo aseguro.

Azhar extendió la mano hacia su taza de café, pero se limitó a apoyar los dedos sobre el asa.

– Estás dejando claro que la policía no desea contemplar la posibilidad de que este caso tenga móviles raciales.

– Y tú, amigo mío, estás llegando a conclusiones precipitadas. Una mala costumbre para un oficial de enlace, diría yo.

A su pesar, una sonrisa se insinuó en la boca de Azhar.

– Aceptado, sargento Havers.

– Bien. Vamos a llegar a un acuerdo ahora mismo. Si te hago una pregunta, no hay nada más, ¿de acuerdo? Una pregunta. No significa que haya tomado una dirección concreta. Sólo intento comprender la cultura, con el fin de comprender a la comunidad. ¿De acuerdo?

– Como quieras.

Barbara decidió tomar su frase como un acuerdo tácito de revelar todos los datos que conociera. Era absurdo obligarle a firmar con su sangre un contrato de colaboración. Además, daba la impresión de que estaba aceptando su generosa interpretación del papel que se había adjudicado como oficial de enlace, y mientras lo mantuviera en ese estado, quería arrancarle la máxima información posible.

Pinchó otro trozo de huevo, acompañado de una lonja de beicon.

– Supongamos, sólo por un momento, que no fue un asesinato de móvil racial. Casi todas las víctimas conocen a sus asesinos. Supongamos que pasó lo mismo en el caso de Querashi. ¿Me sigues?

Azhar dio vueltas a su taza en el platillo. Aún no había bebido ni un sorbo de café. Estaba observando a Barbara. Asintió levemente.

– Hacía poco tiempo que estaba en Inglaterra.

– Seis semanas -dijo Azhar.

– Y trabajó en la fábrica de mostaza de los Malik todo ese tiempo.

– Exacto.

– Por lo tanto, podemos concluir que la mayoría de sus conocidos, no todos, pero la mayoría, ¿eh?, eran asiáticos.

La expresión de Azhar era sombría.

– De momento, podemos aceptar esa posibilidad.

– Bien. Su matrimonio iba a ser al estilo asiático. ¿No es así?

– Sí.

Barbara cortó más beicon y lo mojó en la yema del huevo.

– Entonces, he de entender una cosa. ¿Qué pasa si un compromiso de boda asiático, un compromiso establecido, se rompe?

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Qué pasa si una de las partes rompe el compromiso?

Parecía una pregunta bastante sencilla, pero como Azhar no respondió de inmediato, Barbara levantó la vista del triángulo de tostada, sobre el que estaba administrando una generosa dosis de mermelada de casis. Su rostro era inexpresivo, pero parecía demasiado controlado. Maldito fuera el hombre. Estaba llegando a conclusiones precipitadas, pese a lo que ella había dicho sobre la necesidad de reunir información.

– Azhar… -dijo, impaciente.

– ¿Te importa? -Sacó un paquete de cigarrillos-. ¿Me permites? Como estás comiendo…

– Enciéndelo. Si fuera capaz de comer y fumar al mismo tiempo, lo haría, créeme.

Azhar utilizó un pequeño mechero de plata para encender el cigarrillo. Movió la silla para mirar en dirección a las puertas cristaleras. En el jardín, Hadiyyah estaba lanzando al aire una pelota de playa roja y azul. Daba la impresión de estar meditando sobre la mejor manera de responder a la pregunta, y al darse cuenta, Barbara sintió una punzada de irritación. Si todas sus conversaciones iban a seguir las pautas de la corrección política, en Navidades seguirían alojados en Balford.